La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XXI: BAJO EL REINO DEL TERROR - CAPÍTULO 187

Sabrina tachó la última frase que había escrito sobre el pergamino y suspiró con frustración, agarrándose la cabeza. Estaba cansada y todo lo que quería era echarse en la tentadora cama de su habitación y dormir hasta el otro día. Había sido un día especialmente largo para ella y el nudo que tenía en el estómago, provocado por su discusión con Liam en la mañana, no parecía tener intenciones de ceder.

Unos golpes suaves sonaron en su puerta.

—Adelante —dijo Sabrina, pensando que sería el sirviente con el té que había pedido.

El que abrió la puerta fue Liam:

—Hola —dijo tentativamente desde el umbral—. He estado buscándote por todas partes por horas.

—Tuve un día ocupado —dijo ella sin mirarlo a los ojos.

—¿Puedo pasar?

—Eso depende —replicó ella.

—¿De qué?

—Si viniste a seguir discutiendo, no tengo tiempo ni ganas de…

—Vine a disculparme —la cortó él—. Vine a rogar tu perdón por mi estúpido comportamiento, por las cosas horribles que te dije sin pensar y que no son verdad.

—Oh, Liam —corrió ella a sus brazos—. He estado todo el día pensando que, si tienes razón, si soy tan tirana como…

—No, no, no lo eres —la abrazó él—. Lo siento, Sabrina. Me asusté y dije cualquier cosa.

—¿Te asustaste? ¿De qué?

—Bueno… nunca me dijiste que podías freír cosas con tus manos. Verte hacerlo fue un poco… fuerte.

—¿Me tienes miedo? Liam, nunca te haría daño, nunca…

—No, no es eso. Tengo miedo de que ya no me necesites, de que no quieras estar con alguien cuya habilidad no llega más que a…

Ella lo besó en los labios, sin dejarlo terminar.

—Liam… —le acarició el cabello—. No puedo hacer nada de esto sin ti, no quiero hacer nada de esto sin ti. Marakar, Ingra, los sylvanos, nada me importa si no estás a mi lado.

—Te amo, Sabrina. Yo tampoco puedo imaginar mi vida sin ti.

Los dos sintieron un gran alivio en la reconciliación y el nudo en el estómago de Sabrina desapareció como por arte de magia.

Liam observó de reojo el pergamino lleno de tachones sobre el escritorio:

—¿Necesitas ayuda con eso? —inquirió.

—Desesperadamente —admitió ella con un suspiro—. Es el discurso para dirigirme por primera vez a mi pueblo y comenzar a plantear la idea de la inmigración sylvana.

Liam tomó el pergamino y leyó lo poco que Sabrina había escrito:

—Necesita un poco de trabajo, sin ofender —comentó tentativamente.

—¡Oh, Liam! Puedes decirlo: es un desastre. Estoy tan cansada que no puedo pensar.

—¿Confías en mí para que me encargue de esto mientras duermes un poco? —propuso Liam.

—Confío en ti con mi vida —respondió ella—, y en verdad me harías un gran favor escribiendo ese discurso. Sé que eres muy bueno para estas cosas.

—Arriesgándome a sonar arrogante: soy el mejor para esto —sonrió Liam.

—La verdad no es arrogancia, mi amor —lo besó ella con un beso fugaz en los labios.

—Vete a dormir y déjame hacer mi magia —la besó él.

Ella se acostó y se durmió casi instantáneamente. Liam encendió más velas, tomó un papel limpio y comenzó desde cero con el discurso. Unos minutos más tarde, un sirviente golpeó la puerta con una bandeja con té, pan, queso y manteca que traía para Sabrina. Liam lo recibió con agrado. Ahora que por fin había arreglado las cosas con Sabrina, su apetito había regresado y estaba famélico.

A la mañana siguiente, una sirvienta entró en la habitación y abrió las cortinas de los grandes ventanales, dejando entrar la luz del sol. Sabrina se despertó y vio a Liam dormido vestido a su lado.

—Nuevo día, mi amor —lo llamó.

Liam solo lanzó un gruñido y se tapó con el cobertor de la cama hasta la cabeza, escondiéndose de la luz. Había estado casi toda la noche trabajando en el discurso y estaba exhausto. Sabrina lo dejó dormir un rato más. Se desperezó y salió de la cama. La sirvienta estaba lista a su lado con una jofaina con agua y una toalla para asearla. En una silla, había acomodado un hermoso vestido blanco con bordados en oro.

—Después —hizo un gesto con la mano Sabrina—. Por ahora, solo tráenos algo para desayunar.

—Desde luego, su majestad —hizo una reverencia la sirvienta, retirándose de la habitación.

Sabrina se acercó al escritorio con curiosidad y levantó el pergamino lleno de la prolija letra de Liam. Leyó con atención el texto y sonrió:

—Esto es brillante, mi amor —murmuró para sí con satisfacción.




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