El fin y un nuevo comienzo.
Mis párpados intentan poco a poco adaptarse a la claridad que se cuela molestamente por la ventana. Ya no estoy en el Palacio Real, lo que hace que me alarme. Los recuerdos me golpean como martillos; la bandera, el túnel.
Intento pararme pero un dolor intenso detrás de mi cabeza me ataca y tengo que volver a recostarme.
—No deberías ponerte de pie todavía.—Una voz grave resuena desde el otro lado de la habitación, e intento enfocar el rostro del desconocido.
—¿Dónde estoy?
El hombre se levanta de la silla en la que había estado sentado en la oscuridad de la habitación y se dirige hacia mí; hasta que queda parado en una zona donde el sol entra en el lugar. Ahora le puedo ver el rostro bien, y me doy cuenta de que lo conozco.—Está a salvo princesa.
—¿Paul? Tú... qué, ach—la cabeza me da vueltas y no logro formar una frase concreta. Paul es el hombre que se encarga de las caballerizas del Palacio desde que tengo memoria, y es un gran amigo de mi padre de toda la vida.—¡Mi hermano!..., ¿qué pasó? Estaba la bandera de Markeply y yo...
—Lo siento—es la única frase que sale de su boca como respuesta a mi incertidumbre, pero esas dos palabras lo dicen todo.
—¿Ellos están...?—no logro terminar la frase, es como que si lo dijera en voz alta se hiciera realidad. Todavía me cabe la esperanza que esto solo sea una pesadilla y que pronto despertaré de mi mal sueño.
—Intentamos sacarlos a tiempo, pero ellos fueron más rápidos que nosotros. Un momento estábamos haciendo los preparativos para el banquete de tu compromiso, y un momento despues todo era caos. Cuando vi que faltaba tu yegua, me cubrió la esperanza de que estabas a salvo. Te logré sacar de allí, pero ni tu hermano ni tu padre corrieron con la misma suerte.
Sus palabras me oprimen ferozmente el corazón y las lágrimas abandonan mi cuerpo para perderse en la nada. Mi cuerpo se niega a responderme.—Están muertos.—me repite una voz en mi cabeza. Mi padre que la última vez que lo ví, le grité y le dije cosas que hasta a mí misma me quiebran el alma.
Mi hermano, ese chico que no tenía otra culpa que la de haber nacido heredero a un trono. No puedo creer que se hayan ido.
Paul sale de la habitación sin decir más palabras y yo me quedo sola con mis pensamientos.
¿Qué debo hacer ahora? Mi reino a sido invadido, y ya no me queda nadie de mi familia. ¿Que se supome que haga?
Oigo unos sonidos que provienen desde el otro lado de la ventana. Me levanto de la cama que sostenía mi pequeño cuerpo para que no se desplomase. Cómo puedo, llegó hasta la ventana y me asomo cuidadosamente para nadie de fuera pueda verme.
Las calles están desoladas, las personas mantienen las puertas y las ventanas cerradas y nadie se atreve a poner un pie fuera. La desolación reinaría las calles si no fuera por unos hombres vestidos con los uniformes de la guardia Real que recorren de arriba a abajo las calles.
Por un minuto me llené de esperanza al verlos con esos uniformes y llegué hasta creer que le habríamos ganado al imperio de Markeply, pero luego vi algo que hizo que mi esperanza cayera al piso.
En los hombros de cada guardia se podía distinguir un círculo que no iba con el uniforme. Al acercarse más, pude distinguir que el círculo no era más que el dichoso escudo de este imperio.
Habían invadido el palacio y ahora se habían adueñado de la guardia Real.
—Deberías alejarte de la ventana. Si te ven estaríamos en graves problemas.—me dice Paul entrando en la habitación con una bandeja en sus manos. La coloca sobre una mesa que hay en una esquina y se acerca a mí.—Como no te pudieron encontrar en el Palacio, te andan buscando por todas partes. El bosque está repleto hasta las narices de guardias, y están revisando todas las casas por si te escondiste con alguien.
—¿Y que se supone entonces que haremos cuando lleguen aquí?
—Saludarlos.—me dice con una pequeña sonrisa en el rostro, y cierra de un golpe la cortina que cubre la ventana.
Parpadeo un par de veces intentando entender lo que me acaba de decir, pero no llego a ninguna conclusión. ¿Que? ¿A caso quiere que los salude cuando lleguen a la casa buscando a la princesa, la cual, oh cierto, soy yo, y les de un beso en cada mejilla junto con un abrazo? O mejor, ¿a caso quiere los seduzca y así ellos amablemente me dejaran escapar?
—Ya deja de darle vueltas a la idea en tu cabeza. Ya lo tengo todo listo para que no te suceda nada. Pero antes debes comer.—señala la bandeja que dejó sobre la mesa cuando entró, y se retira del lugar dejándome con la curiosidad al máximo.
Tomo la bandeja con la comida y empiezo a tragar sin mucho ánimo. No paro de pensar en mi hermano y en mi padre, lo que hace que me duela el pecho. ¡Ya los extraño tanto!
Pero tengo que concentrarme, tengo decidir que hacer a partir de aquí con mi vida.
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Me encuentro de pie frente al espejo viendo fijamente mi reflejo, o lo que quedó de él. No puedo dejar de imaginarme que será de mi vida a partir de ahora. Mi vida comenzará a cambiar y debo de ser fuerte y afrontar los cambios.
Mi mano derecha sujeta fuertemente una tijera, como si mi nueva vida estuviera dentro de ellas. Y la verdad es que es así. Los cambios en mi vida empiezan con estas tijeras.
Tomo unos mechones de cabello con la otra mano, y empiezo a cortar. Veo como los trozos de cabello castaño caen en el suelo del baño. Y junto con ellos, mi vida va cayendo también.
Paul tiene razón, a pesar de mis ganas de gritar que soy la princesa y de reclamar el trono, eso sería como un suicidio. Lo mejor que puedo hacer ahora es hacerles creer que me perdieron. Que huí de aquí y no volveré nunca. Es lo mejor.
El sobrino de Paul que tenía unos diecisiete años, o sea un año más que yo, murió hace unas semanas y sería una buena oportunidad de pasar desapercibida. Ellos se dedicarán a fondo en rebuscar entre las jóvenes del pueblo, y no prestarán atención al sexo opuesto.