La Reina del Ángel

Capítulo 4

Eventos extraños

—Te ves bastante joven. ¿Cuántos años tienes?

—Diecise... digo, diecisiete.—le respondo disimulando mi voz y manteniendo mi vista lo más lejos que puedo de la suya.

—Así que diecisiete, no. ¿Por qué no lo has mandado todavía a la guardia, Collins?—Al fin cambia la dirección de su mirada hacia Paul y logro dar un respiro.
  
  Paul me mira un instante con el rostro preocupado, lo que me hace alarmarme. ¿A la guardia, que quiere decir con eso?
—No he pensado todavía en eso seriamente, pero le prometo que lo haré pronto.—le dice y antes de que él pueda responderle, el grupo de hombres regresan a la sala e interrumpen la plática.(Lo cual, les agradezco en el alma.)
  
  Me quedo de pie en un rincón de la habitación, y cuando los guardias se retiran, logro respirar paz internamente de una vez por todas. Me acerco a Paul que tiene una expresión seria, totalmente alarmante.
—¿Que sucede? ¿No me reconocieron verdad, o sí lo hicieron?
   Él intenta disimular adornando su rostro con una pequeña sonrisa, pero en ves de eso le sale una mueca.—No lo hicieron, alteza. A partir de ahora, su nombre será Lin Collins y yo seré su tío, así que no tiene de qué preocuparse.

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  Ya han pasado dos semana desde el ataque al palacio y de la muerte de mi familia. Aún me despedaza el alma pensar en eso pero ya me he logrado acostumbrar a la idea.

  Todo este tiempo me he mantenido encerrada, evitando salir a toda costa; pero no creo que pueda seguir resistiendo más tiempo entre estas cuatro paredes, sabiendo que mi enemigo se está adueñando de todo el reino, y está jugando con mi corona a su antojo.

  Las personas se han mantenido encerradas en sus casas, también sin asomarse siquiera a las ventanas. El caos que reinó fue de niveles catastrófico y hubieron muchos muertos.
  
  Pero como todo, la situación se estabilizó levemente, y ya todos están empezando a retomar nuevamente el flujo normal de sus vidas.
  Gracias a eso, yo logré convencer a Paul, después de mucho esfuerzo, para salir hoy. Él no está muy convencido pero aceptó.
  
  Salimos de la casa y atravesamos varias cuadras desoladas hasta llegar a un lugar en el que las personas salían de todas partes. Estamos en una plaza pública. Es bastante grande y espaciosa. Los vendedores establecen sus negocios en el centro y las personas caminan a su antojo; viendo los objetos en venta, comprando todo tipo de comida y conversando entre ellos como si fueran amigos de toda la vida.
—Bienvenida a la tercera Sección.—Me dice él señalando toda la multitud que tenemos frente a nosotros.
  
  Tal vez, para mucha gente este panorama no es la gran cosa, por así decirlo, pero para mí, como princesa al fin, que ha pasado su vida entre vestidos elegantes y tiaras, esta es la cosa más asombrosa del mundo.
  Nunca había visto algo como esto en mi vida, por lo que no hice el intento de suprimir mis ganas y me sumergí en la masa de personas. Paul me siguió las pisadas como mi buen guardián, mientras yo me deleitaba con la maravilla de lo desconocido.

  Después de un par de horas, que pasaron volando entre Hot Dog, telas y adornos; ni siquiera me percaté cuando llegamos al final de la plaza.
  Estaba muy distraída contemplando perpleja como un hombre cortaba unos calamares, cuando mi “tío” me sujeta del brazo y me lleva a una esquina de la plaza. 
—¿Qué sucede?—le pregunto extrañada por su reacción.

  Pero antes de poder contestarme unos disparos resonaron en el aire y; como toda acción lleva una reacción, la multitud de personas se dispersó al escuchar los estruendos, y al poco tiempo la plaza quedó desierta.
  Reacción, que la verdad no me esperé. 
  Sería normal que las personas alarmada y cundidas por el pánico, crearán el caos, corriendo de un lado para otro. Pero eso no fue lo que sucedió.
   La gente no se alarmó, simplemente se retiraron del lugar, como si ya fuera una costumbre para ellos.

—Son los manifestantes.—dice mientras nos escondemos tras los toldos de uno de los puestos de venta.
  Desde donde estamos se puede ver con claridad lo que está pasando, y logro comprender a que se debió la frase de Paul.

  Un grupo de unas veinte personas se encuentran en el área principal con carteles de todos los tamaños y en sus manos llevan rifles, con los que apuntan a lo alto y disparan sin cesar.
  No creo que quieran atacar a la población, simplemente están tratando de llamar la atención. Y no estaba equivocada, porque a los pocos minutos, cerca de cien soldados, seguramente de la guardia, llenaron el lugar. 
  Los “manifestantes”, como los llamó Paul, se esparcieron a toda prisa por el lugar, disparando contra los guardias; y en el momento en el que uno de ellos pasa cerca de nosotros, pude entender lo que dice el cartel que sostiene fuertemente en sus manos.

«Exigimos la separación de las secciones y la desintegración de Harión»

  ¿Separación? ¿Desintegración?
  Paul me hala nuevamente y nos alejamos de ese lugar antes de quedarnos atrapados en medio de los disparos. Mi cabeza no deja de maquinar en busca de una explicación a todo esto. Es increíble cómo la paz de un lugar se puede ver alterada tan fácilmente. Cómo el ambiente alegre y amigable de la plaza se puede convertir de un momento a otro en el mismísimo centro del caos.

  Nos adentramos en unas calle con pocas personas en las aceras y la carretera totalmente vacía. Todas las casas son lujosas, con rejas grandes de hierro y árboles con diferentes figuras en las entradas. Mantienen una misma estructura y una decoración idéntica.
  Caminamos a lo largo de la acera en silencio, pudiéndose sentir a lo lejos aún los disparos, que ya van disminuyendo, aunque me hacen estremecer. Intento hablar pero antes de que mis palabras sean liberadas, Paul se detiene frente a una de las casonas y se acerca al buzón, percatándose de que nadie pueda estar viéndolo. Abre la tapa y saca un sobre, el cual guarda con cuidado. Cierra la tapa de prisa y continúa su marcha como si no hubiera sucedido nada.




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