El primer giro que dio la vida de Ricchi fue cuando su madre murió hace dos años para ese entonces el chico contaba con quince años y fue como si le hubiesen cortado la cabeza (Tienes cuerpo pero la cabeza dejó de funcionar porque no está). El segundo giro fue cuando el padre se convirtió en un psicópata, alcohólico a poco tiempo de perder a su esposa. Y el tercero cuando Ricchi se enamoró de la "Reina del cementerio" y tuvo que enfrentar las pruebas extremas del mundo de los muertos.
Tiempo actual
— ¡No me vas a joder con mi novia! — gritó el padre mirando a Ricchi con ojos vidriosos de tanto whisky.
El chico se acurrucó en la esquina de su habitación tratando de no mirar al padre para no provocar otro ataque de rabia. El padre se dio vuelta y tambaleando salió de la habitación. Los pasos poco firmes golpearon por la escalera, alejándose.
Ricchi miró a su alrededor, su poster de "Metallica" había quedado en mil pedazos en el piso así como el grabador. El chico trató de levantarse de la posición donde lo había acorralado su padre pero no pudo. Las costillas dolían horrores, su remera negra todavía tenía una mancha gris de la suela corrugada del zapato policial del padre.
Hizo otro intento, esta vez se levantó más despacio. Pego la oreja en la puerta, abajo sólo se escuchaban los insultos del padre y la risa ronca de Melly, la madrastra, la cual odiaba como a nadie. Trató de calmarse un poco. Ya era hora de actuar. El plan estaba elaborado hacía tiempo. La valija bajo la cama ya estaba repleta de su ropa.
Lástima que el grabador, no lo puede llevar.
"Justo ahora lo rompió este bastardo" — Pensó con el dolor acumulado de sus años de sufrimiento.
No hay nada más que decir, ya era el colmo. Se miró al espejo y un moretón le pintaba la sien de azul oscuro. Despacio se sentó en la cama, respiró lentamente para no molestar las costillas y miró a la ventana.
"Si este dolor no se calma, no llegaré lejos" — Meditaba.
Él no quería abandonar la ciudad. Nació en ella y toda su vida de diecisiete años la había hecho en ella. En el cementerio de la ciudad estaba la madre donde cada tanto iba para contarle sus cosas en la tumba donde descansaba. Pero ya no le quedaba de otra.
Ricchi se agachó y sacó debajo de la cama la valija. Solo le faltaba guardar un par de cosas. Listo... El chico abrió la ventana, era una linda tarde de otoño. Desde la calle se escuchaban ruidos de los vecinos, una risa divertida, un partido de futbol en la tele...
Una vida completamente normal, lástima que él no tiene una vida así y se tiene que ir.
Los pasos de su padre borrachos subiendo por la escalera le sacaron de sus últimas dudas. Tiró la valija por la ventana y saltó tras ella, aterrizando en el pasto rompiendo de una vez los puentes de retroceso hacia su pasado. Lo último que escuchó desde su casa eran los gritos del padre.
¡Ese hijo de perra se escapó!... ¡Ya lo voy a agarrar!
* * *
A la estación de tren Ricchi llegó en un taxi, por suerte solo eran las nueve de la noche.
¿Y ahora qué? Pensaba con algo de angustia.
En un momento él pensó que escapar del padre no sería fácil. El hombre siendo un oficial de policía tenía maneras de encontrarlo muy fácilmente. Por eso mismo Ricchi nunca lo pudo denunciar por violencia. Así que esto sería un viaje de ida.
Para desviar un poco la persecución Ricchi sacó el pasaje hasta la capital, pero decidió bajarse antes. Eso le daría algo de tiempo. No había la menor duda de que su padre lo buscaría, un oficial de policía, que cuida su reputación pero en realidad es un psicópata, es un tipo peligroso que no cesaría en su empeño por aparentar ser un ciudadano ejemplar. Por eso, no quería imaginar que sería si lo atrapa.
El tren arrancó, dándole un poco más de tranquilidad, por lo menos momentánea. Una angustia le rompía el corazón. El chico sabía que va a extrañar a sus amigos. A Quentin y a Chilly. A él le faltaba solo un año para abandonar la casa del padre legalmente como mayor de edad. Pero ahora la situación cambió. Por escapar de la casa, su padre podía meterlo en algún internado para adolescentes rebeldes. Aunque probablemente su padre, "el noble oficial Riggs", no iba a querer manchar su reputación con un hijo rebelde. Por más que tuviera el sistema nervioso bien quemado.
“Sea lo que sea, ahora hay que disfrutar la libertad.” — Pensó el chico para darse ánimos.
En el camino, Ricchi trató de aguantar el sueño para no llegar a la estación final. Así pues, aguantando el hambre y mirando por la ventana disfrutó el viaje. Dos horas después el tren llegó a la estación “Beltrama”. Parecía una ciudad chica o un pueblo.
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Editado: 27.09.2019