La reina del cementerio

Capitulo 10

Richi se sentó adelante de ella, ya no podía estar parado del dolor.

Miró directo a los ojos. Su cara reflejaba que esto no es una broma.

Ela se sintió preocupada.

- Te quiero preguntar algo - empezó Ricchi. - ¿Por qué me persigues?

Ela bajo la mirada.

- No sé. Ya te dije. Me siento muy sola y muy asustada.

- Esto no es la razón. Podrías volverte con tus padres. Ya que pudiste salir del cajón.

- Por favor escúchame...

Pero los ojos de Ricchi escupían "chispas de soldadura".

- ¡No quiero escuchar nada! Tú eres un fantasma, una momia, no sé, una zombi. No me persigues. ¡Yo te vi en la tumba con mis propios ojos! No me digas que tuviste un sueño letárgico. No es verdad.

La tapa de la olla se abrió. Vapor salió. Ricchi respiró  profundo.

- Y además tengo bastantes problemas propios. Me persigue la policía.

Ela se levantó. Dos caminitos de lágrimas corrían por sus mejillas.

- Adiós Ricchi. Nunca me vas a ver, lo prometo.

Ela se dio vuelta y empezó a caminar. Subió a las vías del tren y se dirigió a la ciudad. De donde ellos recién llegaron.

Ricchi la miró arrepentido.

Ela caminaba despacio, con los hombros caídos. Cada tanto levantaba la mano para secar lágrimas. Parecía una chica absolutamente normal. Herida en sus sentimientos. Sola. Abandonada por todos. Sin saber adónde ir. Sin nadie en este mundo. Pero probablemente con muchos en el otro.

Ricchi se acordó su primer encuentro con ella en la estación de tren. Parecía un sueño. Ahora ya no lo era.

“Que mal que salió todo".

Una fuerza interna lo llevo levantarse. Acomodar el pelo. Sacudir la remera y pantalón. E ir tras Ela.

Ricchi se acercaba a paso rápido.

- Ela, espérame.

Ella no reaccionó.

Ricchi la alcanzó y tiró del brazo.

- ¿Qué quieres ahora? - los ojos de ella tiraban relámpagos.

- Quiero decirte algo.

- ¿Cómo qué? ¿Ahora no me tienes miedo? ¿Te gusta hablar con zombis?

- Ela, yo no...

- ¿No, qué? ¡En vano confié en ti! Voy a seguir mi camino, anda hacer la tuya.

- Escúchame.

Ela sacó el brazo.

- Andate!

Desde lejos sonó un tren acercándose rápido.

- Ela, perdóname todo lo que te dije. Trata de entender que yo nunca estuve en una situación así...

- ¡Yo tampoco! ¿Sabes? Y no me gusta estar así. Imagínate que me siento “incomoda”. Nunca en mi vida tuve un vestido sucio y roto. Nunca antes saltaba de un tren, ni te digo de todo lo otro que me pasó.

La chica lo empujó. Ricchi cayó volando por la bajada. Se detuvo abajo.

El tren ya estaba muy cerca.

Ela miró a Ricchi… al tren… y tomó una decisión.

Solo se dio vuelta, apretó los puños y cerró los ojos.

El tren ya estaba a unos cincuenta metros.

Ricchi miró a Ela un segundo.

No sabía que pensar. Su mente se puso en blanco. En su cabeza los cables hicieron corto circuito.

De repente la bocina del tren reventó el aire. Una ola de sonido directo le penetro el pecho y resonó en el corazón.

Eso lo despertó.

Pero Ela estaba demasiado lejos y el tren demasiado cerca.

-¡Ela no! ¡Por favor!

Ella se dio vuelta. Ahora estaba a espalda del tren. Lo miraba a Ricchi. En su mirada se leía el último “adiós”.

Ricchi se paró. ¡No llega! Solo la quedó mirando a ella.

El tren ya estaba a unos diez metros. La bocina se reventaba hasta quedarse ronca.

De repente Ela cerró los ojos y agarro la cabeza con las manos como de mucho dolor. Sus piernas se aflojaron en un tambaleo. Su cuerpo se inclinó perdiendo equilibrio. Empezó caerse al costado de las vías. Al último segundo el tren la rozó y empujó como una muñeca de trapo. Ela voló en el aire y se cayó al pasto dando vueltas hasta llegar a la llanura. Allí quedó con brazos abiertos es como se preparaba para volar.

La sirena del tren no se calmaba.

Con últimas fuerzas Ricchi caminó hasta Ela.

Se arrodilló, la levantó y abrazó de los hombros. Sintió el frio de su cuerpo.

Atrás de él se detuvo el tren.

El chico escuchó los gritos, los gemidos de susto. Los pasos de la gente corriendo hacia él.

 




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