La reina del cementerio

Capitulo 39

 

Parece que Herbert controlaba toda la situación. Pero la doctora también era una mujer de mucho carácter. Tenía los nervios de eslingas de acero. Sus doscientos años de vida le dieron mucha experiencia.

Ella miró alrededor. En un momento observó a Ricchi y le sonrió tristemente.

Después pasó la mirada a Brash, su fiel seguidor. Un intercambio de miradas era como un dialogo mudo, pero Ricchi notó que la doctora le hizo una seña con los ojos, que apenas se podía percibir, y le señaló a Ricchi. Brash también miró a Ricchi a reojo. Parece que los "Crimson" tenían planes con él.

La doctora miró a Herbert sonriendo.

- Su visita fue inesperada para mí - dijo la doctora - disculpe el desorden - la mujer señaló la sangre alrededor de ella y acomodo la sabana con cual se estaba tapando.

Herbert se rio.

- No hace falta hacerte la heroína. Te quedan pocas horas de vida. Aunque me gustaría estirar un poco más mi triunfo. Pude terminar la caza que no llegaron a cumplir mis ancestros.

Elizabeth Trenton lo miró atenta, estudiándolo. Ella aprendió a distinguir muchas cosas en las personas. Pero ahora vio que Herbert era como una roca y entonces la guerra de ella parecía estar perdida. Al menos que surge un milagro.

Todos en la sala estaban esperando como continua esta situación tensa.

Ricchi estaba sentado en el piso y se puso muy atento. En este momento él solo quería saber qué pasaría con Ela. Y que pasaría con su propia vida.

De repente percibió la mirada de Brash. El chico se quedó esperando una señal. El no imaginaba que podría hacer Brash ya que estaba custodiado por un policía armado. Pero fue solo una mirada rápida.

Mientras tanto Herbert largó un suspiro y se sentó en una mesa enfrente de la doctora.

- Hablemos claro, Elizabeth. Lo que yo necesito, es saber dónde tienes el laboratorio para cocinar este elixir macabro - el hombre sonrió - suena raro "laboratorio de una bruja". Como cambiaron los tiempos. Se nota que estamos en el siglo veintiuno. Ahora estoy pensando ¿con que te puedo chantajear, ya que las torturas no resultan con tu cuerpo muerto?

La mujer se quedó pensando.

- Yo también te puedo ofrecer algo - dijo ella. - Me voy con mi gente de esa ciudad y no vuelvo nunca más.

Herbert frotó los ojos. Estaba cansado. Sus estados de ánimo eran muy cambiantes.

- Olvídalo, Elizabeth - dijo con la voz cansada - nunca creeré en la promesa de una bruja. Así que vamos por otro camino.

El hombre se dio vuelta y miró a dos policías que estaban vigilando la puerta de entrada.

- Traigan a Ela Dickens.

Las caras de Ricchi, Jerome y la doctora se estiraron sorprendidas.

Los dos policías desaparecieron atrás de la puerta.

Jerome se acercó a Herbert.

- ¿Dónde está mi hija?

- Relájate amigo - dijo Herbert – ya no tienes hija. Es solo una réplica.

Los ojos de Jerome se llenaron de sangre.

- ¡Hijo de perra! ¿Dónde está ella? ¿Qué le hicieron?

- No te preocupes. En unos minutos la van a traer. Esta acá a la vuelta. Un poco frizada tal vez.

"¡El camión refrigerador!" - se acordó Ricchi - "el que estaba frente del hospital! Allí la tienen a Ela"

La cara de Jerome se retorció de la rabia. El pegó un salto y agarró a su ex amigo del cuello de la camisa, pero Herbert hizo un movimiento rápido y brusco. Le dio a Jerome dos golpes veloces en la cara y el pecho. El padre de Ela voló hasta un rincón de la sala golpeándose contra la pared. Se quedó quieto por unos segundos. Después levantó la cabeza, escupió un poco de sangre al piso y trató de levantarse.

Un policía se acercó a él rápidamente y le apretó el pecho con la bota dejándolo clavado al piso.

Todos se quedaron mirando a Jerome.

De repente Ricchi sintió un leve golpe en la panza. Miró abajo. En la panza de él había un celular. En medio segundo el chico escondió el teléfono bajo la remera y miró a Brash, pero el hombre ya estaba observando a la doctora y a Herbert.

 




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