La Reina Del Fuego-Segundo Libro- (editando 1ª vez)

Capítulo 12 (Editado 1ª Vez)

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"El dolor arde con tanta fuerza que te consume, pero la verdadera herida es la que queda cuando las llamas se apagan."-Fire

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Hay momentos que deberían ser borrados, recuerdos desagradables que se te quedan grabados. En este instante, estaba teniendo eso: un momento desagradable o, más bien, desgarrador. Noté cómo toda la sala giraba. Las náuseas amenazaban con salir de un momento a otro; mi mente no procesaba lo que acababa de ver. No podía ser cierto, me repetía mentalmente, en un intento de acallar todo lo que me estaba atormentando. No quería pensar que alguien, o mejor dicho, una persona, hubiera tocado el cuerpo de mi hermano. Me negaba a pensar en esas manos desagradables tocando el cuerpo inerte de mi hermano. Dolía demasiado. Quise gritar, buscar al culpable, hacer que se arrepintiera del día en que nació.

Dicen que la venganza no es buena, que nos llena de rencor y odio, pero en esos momentos, mi cuerpo, mi elemental, me pedía venganza. Quería bañarme en la sangre de los miserables que habían profanado el cuerpo de mi hermano, quería verlos arder, retorcerse de dolor. Sí, eso es lo que quería. Pero esos pensamientos no aliviaban el dolor que sentía dentro, muy dentro de mí.

Yulen me sostuvo, en un intento de que no cayera al suelo. Aún estaba en shock. Solo lloraba; no había articulado palabra. Me quedé mirando la urna donde debería estar descansando mi hermano. Me imaginé su cuerpo dormido, tranquilo. Algo me decía que la secta había movido ficha, y yo solo quería matarlos. Joder, en mi mente solo había una idea y era esa. No pensaba en nada más, no quería buscar otra alternativa: quería verlos a todos caer.

Mi hermano estaría decepcionado conmigo, lo sabía. Él odiaba la venganza. Decía que ese acto era de mentes débiles que se dejaban llevar por sus impulsos. Yo siempre había intentado hacerlo feliz. Le decía que nunca iba a pensar en venganza, que sería diferente al resto de los seres, pero decirlo y hacerlo eran cosas distintas. Solo quería vengarme por lo que le habían hecho a mi hermano. Solo deseaba que muriesen. No había más, y si era con mis manos, mejor. Eso no me aliviaría, pero al menos acallaría la sed de sangre que se había instaurado en mi cuerpo. No es que fuera la mejor decisión, pero era la única que tenía.

Dagdas se había mantenido al margen. Había apartado la mirada, adolorido. Quizás mis emociones eran demasiado intensas para poder canalizarlas. Era impresionante el poder de los euterpes, pero él sabía cuándo había ciertos límites que no podía sobrepasar.

Algo me decía que estaba dejando que mis emociones bulleran, pues era un modo de demostrar cómo me sentía. Quise agradecerle, pero estaba tan pendiente de la tumba de mi hermano que no podía.

—Fire, deberías bajar —me animó Asia. Su sonrisa era forzada; se veía la tristeza en sus ojos. Negué con la cabeza, no quería separarme de la tumba de mi hermano.

—Encontraremos a los culpables, te lo juro —Yulen me abrazó. Dejé que su contacto me aliviara, aunque solo fuera un poco. Él era el único que podía tranquilizarme en estos momentos.

Él sabía cómo me comportaba cuando algo me dolía, sabía cómo reaccionaba y también conocía cómo debía actuar. Era maravilloso: mi mejor amigo, mi hermano. Lo quería, pero, a pesar de sus intentos, mi mente había entrado en colapso. No pensaba con claridad; mis pensamientos eran liosos, como cuerdas que se entremezclaban entre ellas, haciendo que un dolor punzante se apoderara de mi sien. Mi cuerpo pesaba. La tristeza era inmensa, muy inmensa. No sabía cómo se lo contaría a mi madre, cómo le diría que se habían llevado el cuerpo de su hijo muerto.

Sabía que sería doloroso para ella. Ella sufría. Era la única que había venido más veces a este sitio. Se pasaba las horas muertas aquí, llorando, abalanzándose sobre la tumba o acariciando el rostro de mi hermano, como si eso pudiera despertarlo.

Tal era su desesperación que hizo una locura. Yo me enteré tiempo después, cuando la vi. Era una noche en la que las pesadillas me consumían. Fui al cuarto de mis padres; quería abrazarlos y llorar con ellos. Mi padre se había ido a buscar al asesino de mi hermano, y le había implorado a mi madre que se quedara aquí, conmigo. Ella había discutido mucho esa noche con él, y pude oír los sollozos que se apoderaron de ella cuando mi padre se fue.

Abrí la puerta. Se estaba cambiando. No se dio cuenta de mi presencia. Cuando de repente lo vi… lo vi, y no pude evitar callarme. Su corazón, su corazón de dragón, no estaba. Los dragones tenían dos corazones: el de dragón y el de humano. Pero el de dragón no estaba. Había un hueco en su pecho. Mi madre, al oír mi grito, maldijo.

No comprendía qué estaba pasando; mi mente era un continuo pensar de: "¿Y el corazón de mi madre?" Los corazones de dragones eran sumamente importantes para esta raza, era un orgullo tenerlo dentro, una manera de darles fuerza. Pero ya no estaba. Entonces, otra duda surgió: "¿Qué le va a dar fuerzas ahora a mi madre?" Nadie, o eso creía yo.




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