La Reina Del Fuego-Segundo Libro- (editando 1ª vez)

Capítulo 16 (Editado 1ª Vez)

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"Lo que no sabíamos entonces era que, con cada paso que dábamos, nos adentrábamos más en una marea de secretos capaz de arrastrarnos sin remedio."-Fire

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El portal nos engulló como si fuéramos parásitos. Caímos de pie, menos Anna, que fue acogida por el aire, que la acunaba con cuidado, como si la estuviera protegiendo; todo lo contrario a Asia, que cayó de bruces contra el suelo, maldiciendo. Se levantó y, murmurando cosas en voz baja, se sacudió el polvo que llevaba su vestido. Miró en dirección al portal y no paró de lanzar imprevistos; como era de esperar del elemental de la tierra, esta empezó a temblar, logrando que todos nos tambaleáramos un poco. Ante esta situación no pude apreciar a primera vista el paisaje que nos rodeaba porque, inmediatamente, la sacudida aumentó según iba creciendo la ira de Asia. Suspirando, Aston se acercó y la intentó tranquilizar, pero solo logró que Asia se cabreara aún más. No iba a negar que me hacía gracia esta situación; según decían, los elementales de la tierra eran seres sensatos y equilibrados, pero, al ver a Holden y Asia, me di cuenta de que no nos podíamos creer todo lo que decían los libros, y que aquel estereotipo era falso, puesto que no habían conocido a la familiar Croirral.

Después de que, al fin, Aston lograra que se tranquilizara, fue entonces cuando me permití observar el sitio en el que estábamos. Grandes y extraños árboles que daban frutas de color marrón se alzaban ante nosotros, dándonos sombra. Me quedé embelesada al ver la fuerza con la que el sol brillaba; si bien es cierto que, después de la batalla que tuvimos con Helios, era reacia al sol, este era precioso, a pesar de que sabía que era el mismo sol. La arena blanca me manchaba las botas. Sonriendo, empecé a acariciarla; noté la brisa fresca que me azotaba con suavidad, haciendo que una paz me inundara. Este sitio era muy distinto a como nosotros, los seres de Cagmel, veíamos el mundo humano. Había más tranquilidad que en nuestro mundo, se podía notar cierto equilibrio, cosa que en Cagmel era imposible.

Era un paraíso, precioso e impresionante, el cual estaba dispuesta a disfrutar aunque fuera un poco. Entonces algo cambió: lo sentí en mi piel, en mis huesos. Me levanté apresuradamente. Noté una magia antigua, tan antigua que me emborrachaba. Necesitaba saber de dónde procedía, de dónde era; quería saber quién era el dueño o dueña de ese poder. Era demasiado llamativa, como si nos estuviera incitando a que la encontrásemos. Era una magia que nunca había experimentado en Cagmel, lo que me parecía de lo más extraño, puesto que esta energía cubriese el mundo de los humanos.

—¿Lo notáis?

—Hasta en el corazón —masculló Yulen, también cerrando los ojos, dejando que esa magia nos impregnara, nos empapara. Era vitalizadora. Nos recargaba. Subía como una corriente eléctrica por todo nuestro cuerpo, provocando deliciosas descargas que lograban recargarme de fuerza mística.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Absorbiendo toda la energía que envolvía aquel pequeño trozo de tierra. Podía sentir el olor a mar, el sonido que este hacía, el canto de los pájaros, el susurro del aire. Pero, a pesar de eso, no era suficiente distracción; mi mente estaba más pendiente de la extraña magia que había aparecido. Era como una especie de imán, algo que nos atraía hasta ella, lo que me hacía preguntarme: ¿tenemos que ir?

—¿Eso es una casa? —preguntó Dagdas, señalando algo. Su voz me sacó de mis pensamientos. Girándonos, contuvimos el aire.

Había una pequeña casa de madera, con intrincados diseños bordados en la pared. Una pequeña escalera del mismo material daba a un porche donde había una silla en forma de medialuna. Veía las ventanas ovaladas, con vitrinas de colores y diseños extraños que no lograba divisar. Era pequeña, pero se veía acogedora.

—¿Nos habrá visto? —preguntó Aston, curioso.

Yulen esbozó una gran sonrisa:

—Si nos ha visto, no te preocupes, lo podemos aniquilar para que no hable.
Puse los ojos en blanco ante esa amenaza.

De repente, una flecha voló en dirección a Yulen, que, ágilmente, la esquivó. Su capa ondeaba al son de sus movimientos y rápidamente sacó el arma que tenía guardada, dispuesto a luchar contra quien se había atrevido a atacarlo. Iba a decir algo, pero las palabras se quedaron muertas al ver a una anciana de pelo canoso con reflejos azulados. Su rostro era angelical y mostraba signos evidentes de la edad. Tenía un vestido blanco con bordes rojizos, y su cabello estaba recogido en dos hermosas trenzas. En su mano, podía ver cómo una serpiente serpenteaba hasta colocarse en su cuello. No le estaba apretando, pero los siseos de esa bestia nos daban a entender que no nos quería aquí y que nos fuéramos de su territorio.




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