ELYAN
Una furia se apoderó de mí. Sentí cómo la sangre me hervía. Anhelé poder salir de aquí, ir por ellos y darles la batalla que tanto querían. Todo era un caos. Creía que Jess estaría de mi parte, pero al parecer el deseo de encontrar a sus hermanos había sido más fuerte que el poder y la gloria de la batalla. Irritado, dejé salir un torrente de improperios de mi boca sin cesar. Sin miramientos, lancé una de las copas que reposaba sobre la mesa. Mi respiración estaba acelerada, mis nudillos blancos y, poco a poco, esa sed de venganza crecía con cada segundo que pasaba.
Había dejado a Gaia descansar en una de las habitaciones de invitados. No había despertado después de ese arrebato de poder. Estuve estudiando cómo quitarle ese maldito tatuaje para poder usar su objeto sagrado, pero no había forma. Tuve que asumir que Nilsa no sería tan estúpida como para dejar ese objeto simplemente grabado a fuego en la piel de su hija. No, ella era lista, y seguramente sería necesario un conjuro mágico para extraerlo, un conjuro que en ese momento desconocía. Las brujas habían estado investigando el caso, pero no habían encontrado nada. Me comentaron que era posible que la magia que Nilsa había usado fuese antigua, similar a la de los dioses. No era de extrañar. Como favorita de ellos, tenía la capacidad de contar con su favor. Sin duda, había estudiado cómo encerrar su objeto sagrado dentro de su hija. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Acaso ya estaba en su vientre cuando le hizo guardar el objeto? Eran demasiados misterios, misterios que no podría resolver hoy, no cuando otros problemas apremiaban mi mente.
—Azrale, ven —dije con calma.
Enseguida, uno de mis demonios hizo acto de presencia. Estaba bostezando, con el cabello revuelto y la camiseta medio abierta, dejando a la vista evidentes marcas de mordiscos. No quise preguntar qué había pasado; no era asunto mío meterme en la vida de mis súbditos.
—¿Qué quieres? —dijo entre bostezos. Le lancé una mirada que lo hizo enderezarse rápidamente.
—Quiero que vigiles a los enemigos. Jess se ha unido a ellos —apreté la mandíbula. El demonio abrió los ojos de par en par.
—Vaya, ¿qué les habrá ofrecido? —preguntó rascándose la nuca. Ladeé la cabeza.
—No lo sé, pero quiero que los vigiles —la orden era evidente. Este se acercó a mí. Miró la bola que tenía en mi mesa y, con sus manos, buscó a los elementales y a los demás.
—Vaya, ¿quién es esta preciosidad? —preguntó sonriendo, mostrando sus colmillos. Vi que estaba mirando a Acua con deseo.
—Alguien que está fuera de tu alcance —escupí las palabras. Este jadeó.
—Me ofendes, pero lo ignoraré. Está claro que no estás de buen humor, y sinceramente, no vas a pagar tu frustración conmigo —sin más, se despidió con la mano y desapareció.
Miré a la puerta donde estaba Gaia. Estuve tentado a ir, a ver cómo estaba, pero me contuve. Sabía que si se despertaba y me veía, me atacaría de nuevo, y en esos momentos no estaba capacitada para eso. A pesar de todo, la necesidad de verla era mayor, pero de nuevo la acallé.
Tenía que encontrar a esa dragona antes que ellos.
FIRE
No sé las veces que recorrí este camino. No sé la cantidad de árboles que divisé, ni los golpes que me di, ni los aullidos de lobos que escuché. Al parecer, la manada de Aston ya estaba en escena, seguramente buscando a su reina, al igual que nosotros. Era bastante difícil; pensé que Jess sabría dónde estaba, pero por el momento eso no era así, puesto que Jess desconocía por completo dónde se encontraba Elyan.
Olisqueé el aire. Intenté captar el olor de algo, algo que me llevara hasta Asia, pero nada. No la sentía, ni siquiera percibí su poder. Busqué de nuevo en mis hilos; veía el verdoso, brillaba, pero no con tanta intensidad como deseaba. Posiblemente había caído agotada de la batalla, al igual que Melany. Solo esperaba que Elyan no las estuviera torturando ahora que estaban débiles y no podían defenderse.
—¿Has encontrado algo? —me giré al oír la voz de Holden. Negué con la cabeza. Maldijo y dio un golpe a la tierra, que se abrió en dos, haciendo que jadeara asustada.
—Si no encuentro a mi nieta, juro que destruiré cada centímetro de este mundo —se estaba conteniendo para no llorar.
Entendía cómo se sentía. Comprendía que quizás Holden estaba agobiado, tal vez asustado, pero estaba manteniendo la calma a pesar de que, en estos momentos, era casi imposible. Aunque había que admitir que el rey tenía un punto: no se había derrumbado en ningún momento y había seguido al frente. Sin duda, un gran guerrero, un gran rey.
—La encontraremos... Está viva —dije con una pequeña sonrisa. Holden me miró con sus ojos amarillos, haciendo que se me cortara la respiración.