Flora
Observo sentada desde una rama gruesa de un árbol, como el sol se va ocultando tras la montañas. Los ultimos rayos tiñen el cielo un naranja profundo, casi sangriento, hasta que la oscuridad, espesa como un velo, cubre todo el firmamento. Hace varios días que dejé el castillo y aún no me acostumbro al silencio del camino. Orión me trajo hasta su hogar en el Valle Sagrado: una casita escondida en lo alto del árbol más viejo y alto del lugar, cuyas ramas parecen tocar las nubes.
Desde esta altura el mundo se ve distinto. El valle, cubierto de niebla azulada, respira como un animal dormido. El aire huele a madera húmeda y a hojas frescas, y el canto lejano de los insectos acompaña mis pensamientos.
Antes de mi partida, Laura me preparo una maleta con ropa, algunas joyas y el pequeño muñeco que mi antiguo caballero me dio para regalar a Einar. Mi caballero, en cambio, me entregó su espada y… un beso en la frente. Lo tomé como una despedida silenciosa. Ambos se quedaron en el castillo. Lo entiendo: servir allí es un honor, incluso si yo ya no pertenezco a ese reino.
Oficialmente ya no soy la princesa del reino de Bellatore. ¿Cómo se siente? Extraño. Como si una parte de mí hubiera quedado atrapada entre aquellas paredes de mármol. Mi infancia, mis juegos, mis secretos… todo está allá, pero yo no.
Sin embargo, no es la tristeza lo que más me inquieta, sino lo que vendrá. Mis asuntos con Crystal terminaron, pero sigo de luto por la muerte de mis padres. Y aún debo pedir perdón a mi… ¿sigue siendo mi prometido? Sea o no, tengo que hacerlo, por la humillación que sufrió.
A veces me pregunto si con mis actos rompí el delicado hilo que unía nuestros reinos. No puedo creer que nunca le pregunté a Crystal sobre eso antes de irme.
—¿Qué es lo que te tiene tan pensativa? —pregunta Orión, sentándose a mi lado. Su voz suena baja, como si también temiera romper la calma del bosque.
—En muchas cosas —respondo, dejando escapar una risa breve, casi amarga—. ¿Sabes? Imagino que Remigio, el principe con el que me iba acar, me debe odiar. Lo que hice es una condena… que merecería la muerte.
Orión se queda en silencio un momento. Sus ojos parecen reflejar la luz de las estrellas que empiezan a aparecer.
—Entonces, vivamos aquí, para siempre. No lo busques —dice al fin.
Niego con la cabeza.
—Aún debo cumplir mi sueño. Y también… quiero ver al verdadero dueño de ese cuerpo —lo señalo, con el corazón apretado.
Él me observa, y su expresión se suaviza.
—¿Quieres ir al inframundo? Así podrás despedirte de tu amigo.
Sus palabras me dejan inmóvil. Una parte de mí había creído que nunca tendría esa oportunidad. Y sin embargo, allí estaba, abierta ante mí, como una puerta entre sombras.
—Sí… sí quiero —respondo, con la voz apenas un susurro.
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Editado: 01.11.2025