La reina del Inframundo

3. Amargo

A diferencia del lugar donde vive Afrodita —donde el cielo es rosado, las doncellas son delicadas y femeninas, y la naturaleza cubre la isla con aromas dulces— aquí, en el inframundo, todo es lo contrario. La oscuridad lo devora todo. La única luz proviene de las llamas que envuelven los cuerpos de las almas errantes. Caminan como si no sintieran dolor. Y es entonces cuando lo noto: ese fuego no quema su piel, solo la ilumina.

Tengo miedo.

Orión, en cambio, se acerca con calma a esa criatura monstruosa: un perro gigantesco de tres cabezas. Lo acaricia como si fuera su mascota. Cada cabeza inclina el hocico hacia él, y la enorme cola del animal golpea el suelo con tal fuerza que todo tiembla. Yo no tengo dónde sostenerme; caigo de rodillas mientras las brasas del piso chisporrotean a mi alrededor. Miro hacia todos lados, pero las almas ni se inmutan ante el temblor.

Orión parece decirles algo en un idioma que no comprendo. Luego regresa hacia mí, me ofrece su mano y me ayuda a levantarme. Caminamos en dirección a la bestia, pero yo me detengo de golpe.

—No iré allí —susurro, sin apartar la vista del monstruo.

—Si quieres entrar a ver a tu amigo tienes que pasar sobre ellos —responde Orión—. No te dejes engañar por las apariencias.

Si supiera que en el reino de Bellatore la vida entera es una fachada… Quizá por eso soy así. Sin embargo, estoy segura de que cualquiera sentiría miedo ante un perro gigantesco de tres cabezas.

Estoy a punto de negarme de nuevo cuando escucho susurros —o quizá maldiciones— de las almas al percatarse de mi presencia. Él se da cuenta y, sin moverse, les habla con palabras incomprensibles para mí. El murmullo cesa.

—¿Vamos? No tienes tanto tiempo. ¿Recuerdas que te apuñalé? —dice con su calma habitual.

Mi mano se adelanta antes que mis palabras. Le doy una bofetada. Orión se queda con la boca abierta.

—Esto es por apuñalarme.

—Lo lamento, ¿sí? Pero para que el alma de un humano entre al infierno tiene que estar muerto.

—¡¿Significa que estoy muerta?! —mi grito resuena en el aire frío. Siento que mi voz se quiebra—. Aún no termino mi misión en vida. Aún no veo a mi hermana Onie. Aún no he formado una familia…

—No hagas escándalo —dice, esta vez con el ceño fruncido. Me suelta la mano y me toma con fuerza de los hombros, obligándome a mirarlo—. En la Tierra estás entre la vida y la muerte. Este lugar es la entrada al Limbo, donde se juzga a los humanos si van al cielo o al infierno. Solo obedéceme y nos irá bien.

Se me hace extraño que me hable así, especialmente que me diga “obedéceme”. En el castillo todos me obedecían y nadie me contradecía. Estuve tan acostumbrada a esa vida que me resulta extraño que alguien como Orión me hable de esa manera. Pero necesito ver a mi amigo.

—Vamos —murmuro al fin.

Este sentimiento amargo no se disipa mientras avanzamos hacia el perro de tres cabezas. Cada paso me pesa.

En silencio, me prometo algo: me despediré de mi amigo y, después de eso, me alejaré de Orión para siempre.




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