La reina del Inframundo

6. Revelaciones.

La sigo en completo silencio, observando cada rincón del inframundo. El aire allí era denso, casi líquido, y la penumbra se movía como si respirara. Perséfone caminaba delante de mí, sus pasos apenas rozaban el suelo de piedra. Atravesamos un pasadizo largo hasta llegar a una habitación sin puerta, custodiada por un hombre de túnica negra que sostenía un bastón de hueso.

—Es aquí donde encontrarás a tu amigo —dijo Persefone

Di un paso hacia la entrada, pero el hombre me detuvo con la mirada.

—Solo debes llamarlo por su nombre… y él te mostrará su mano para que ingreses. Solo te mostrará si lo desea, por supuesto.

Tragué saliva. Perséfone me ofreció una leve sonrisa antes de quedarse atrás antes de darle a Kerberos.

—Einar… —susurré.

El silencio fue tan profundo que dolió. Entonces la mano de un niño apareció en la entrada, me agache y tome su mano e ingrese a la habitacion, baje la mira y ahi esta la figura de Einer con su cabello revuelto, los ojos vivaces de siempre y esa sonrisa traviesa que creía haber olvidado.

—¿Eres tú? —pregunté con un hilo de voz.

—Sí, soy yo —respondió el niño con una sonrisa tímida—. Estás… muy grande. Y muy bonita, Flora.

Mi pecho se encogió. És esta fisicamente perfecto como lo recordé, con las manos llenas de heridas y la mirada valiente del muchacho que me enseñó a sobrevivir. Pero allí estaba, convertido en el niño de diez años que alguna vez fue.

—No puedo creer que te haya encontrado aquí —dije, conteniendo las lágrimas -¿Porque estas en forma de niño?

-Porque morí a esta edad -constesta tristemente.

-Pero, el mentiroso de Orion, quiero decir, Rigel tiene la forma adulta de tu cuerpo ¿No deberías estar asi?

Niega con la cabeza.

-Mi cuerpo puede seguir creciendo gracias a él pero mi alma se mantrendrá en la edad en que morí, para siempre.

No quiero hablar más de ese mentiroso.

—Recuerdas cuando íbamos a robar comida, te vigilaba desde lejos para que no te atraparan. No quería que te pasara nada -dice de pronto como si estuviera cambiando de tema.

—Gracias… —susurré, y una lágrima rodó por mi mejilla—. Nunca pude volver por ti. La reina me adoptó, y no supe más de ti.

Él bajó la mirada, pero su voz sonó dulce.

—No importa. Ya me cuidaste bastante cuando éramos niños.

-Nos cuidamos -lo corrijo —Tenía algo para ti. Era tu regalo de Navidad. Un muñeco de tu bufon favorito. Quise dártelo, pero nunca supe dónde buscarte… y luego, pasaron los año...

El niño tomó aire, sorprendido.

—Yo lo sentí, ¿sabes? Aunque no lo tuviera, sentí que me habías guardado un pedacito de ti.

Ambos reímos, y por un instante, el inframundo pareció menos oscuro.

—Einar… —dije de pronto—. ¿Por qué aceptaste que Orión tomara tu cuerpo?

Levantó la vista, y su expresión se volvió seria.

—Orión me habló antes de que mi cuerpo fuera quemado. Me dijo que era una constelación, una de esas que ves en el cielo, y que soñaba con ser humano aunque solo fuera una vez. No podía negarme. Yo ya me iba, y él quería vivir lo que yo no pude. Así que le presté mi cuerpo, para que cumpliera su sueño.

Sus palabras me dejaron sin voz. Comprendí entonces que Orión no solo era un cazarecompenzas maldito mentiroso… sino que tenía de un deseo humano.

—Entonces él… —murmuré.

—Sí —asintió Elián—. Él vino más alla del cielo, pero yo fui quien le abrió el camino.

Me quedé observándolo, con el corazón dividido entre gratitud y melancolía.

—¿Aún… te gusto? —pregunté con una sonrisa temblorosa.

Él rió suavemente.

-Ya lo sabias -dijo él

Asentí.

-Lo siento por hacerme la que no sabía, pero necesito saberlo es para ayudar a alguien.

El sonrio como si supiera a quien me refiero.

—No. Ya no.. Fue un amor de niños, inocente y bonito. Tú siempre fuiste mi primer amor, eso nunca cambiará.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quise abrazarlo, sentirlo una vez más. Pero cuando extendí la mano, él retrocedió.

—No puedes tocarme de nuevo —advirtió—. Si lo haces, te quedarás aquí para siempre.

Me quedé inmóvil, temblando. Luego sonreí, pese al dolor, y levanté mi mano para despedirme.

—Adiós, Einar. Gracias por cuidarme… incluso después de morir.

Él asintió y se desvaneció en una luz dorada que se disolvió lentamente en el aire.

Cuando creí que todo había terminado, escuché una voz detrás de mí.

—Flora… —Era la voz de mi madre.

Giré bruscamente. Frente a mí estaban mis padres… o al menos las almas que parecían ser ellos. Pero había algo distinto en su mirada.

—Hija —dijo mi padre con ternura pero a la vez como si estuvieran apurados—, No tenemos tiempo, debemos contarte la verdad. Nosotros… no somos tus verdaderos padres.

El suelo pareció hundirse bajo mis pies.

—¿Qué… qué están diciendo? No...¿Que clase de broma es esta?

—Te encontramos en un lago, cuando aún eras un bebé —explicó mi madre, conteniendo el llanto—. No podíamos tener hijos. Te tomamos en brazos y supimos que eras un regalo. Nunca quisimos ocultártelo, solo esperábamos el momento adecuado.

Él momento adecuado tenía que ser ahora, pense.

Las lágrimas me cegaron.

—Entonces… toda mi vida…

—Fuiste nuestra hija —interrumpió mi padre—. Lo serás siempre.

No pude abrazarlos. Sabía que si lo hacía, quedaría atrapada con ellos para siempre. Así que solo junté las manos sobre el pecho, inclinando la cabeza.

—Gracias por amarme como suya —susurré entre sollozos—. Gracias por todo.

Ellos sonrieron y se desvanecieron en una bruma cálida, igual que Einar.

Como se supone que daba asimilar todo esto, pase de una despedida maravillosamente imnolvidable a enterar de manera tan...repentina a saber que mis padres de sangre no lo son. ¿Entonces quienes son mis verdaderos padres? ¿Es que acaso estoy destinada a ser huerfana?

Intento tranquilizarmen antes de salir de la habitacion. Cuando salí, el aire del inframundo pareció más ligero, aunque mi corazón pesaba más que nunca. Salí de aquel lugar con sentimientos encontrados: amor, tristeza, gratitud… y una nueva comprensión de quién era realmente.




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