La reina del invierno

Capítulo 1

(Una semana antes)

El tintineo metálico de mis brazaletes me hizo bajar la mirada. Llevé mi mano sobre mi muñeca para acallarlos, empleando más presión de la necesaria. Tenía los sentimientos a flor de piel y hasta el menor ruido me irritaba.

—No lo haré. Me rehúso —declaré en voz firme.

La mirada del rey se oscureció, su faceta de padre amoroso se iba agotando para dejar salir su lado autoritario. Draco Mondragón era un hombre al que no se le podía llevar la contraria y aquí estaba yo plantándole cara.

—Me temo que escuchaste mal, hija —dijo en voz contenida—. No fue una petición, te casarás con Kuno Olivier la semana que viene. Es un hecho.

—Ni siquiera lo conozco, es la primera vez que escucho su nombre —dije tratando de sonar tan decidida como él, pero la voz me tembló en el último instante.

—Kuno es el hijo mayor de un hombre extremadamente acaudalado. Si no lo conoces es porque su familia vive en Cumbre Gris y rara vez visitan la capital.

Mi corazón se rompió un poco más dentro de mi pecho.

—Así que, además de casarme con un extraño, debo irme a vivir lejos —dije con el aire oprimiendo mi garganta. Cumbre Gris estaba al oriente de Roca Dragón, era un poblado minero carente del encanto de la capital. Su fama consistía en la frecuencia con la que llovía y en el desánimo general que gobernaba sobre sus pobladores. Iba a ser miserable viviendo ahí, no me cabía duda.

—Podrás visitarnos con la frecuencia que gustes, nosotros siempre te recibiremos con los brazos abiertos —afirmó mi padre con la voz desprovista de calidez.

—Dijiste que me permitirías elegir a mi propio esposo, que no me casarías a la fuerza como lo hiciste con Triana y es lo que estás haciendo —le recriminé, recordándole lo ocurrido con mi hermana mayor.

Mi padre se permitió hacer la más discreta mueca de pena.

—Sé lo que dije y me habría encantado verte contraer matrimonio con el hombre que eligieras, pero han pasado años sin que tú hagas una elección. Tu madre y yo hemos presenciado a un respetable número de caballeros haciendo de todo por ganarse tu afecto, sin que tú des muestra de corresponderlos. El más reciente, Enzo Parisi.

Solté un suspiro largo. Enzo era un amigo cercano de mi hermano Luken. Hacía algunos meses, había comenzado a pretenderme, llenándome de atenciones para ganarse mi afecto. En un principio, sus acercamientos me habían parecido aceptables. Enzo era apuesto y bien instruido, un pretendiente perfectamente aceptable. Sin embargo, pronto descubrí que Enzo era tan poco interesante como el resto de los hombres que habían ambicionado mi mano antes que él. Sus pasatiempos eran los mismos a los de cualquier otro hombre de su posición, sus temas de conversación eran indistinguibles a los de los demás. No había una sola cosa original en Enzo, como no la había en ninguno de los otros caballeros. Como ya me había sucedido en ocasiones anteriores, sus atenciones comenzaron a volverse molestas y, poco a poco, me vi en la necesidad de rechazar sus avances hasta que entendió el mensaje de que no estaba interesada en él.

Era plenamente consciente de las especulaciones que mis múltiples rechazos suscitaban en la corte de Dranberg, pero no podía obligarme a sentir amor por alguien solo para casarme. Además, acababa de cumplir 22 años, aún me quedaba tiempo para contraer matrimonio… o al menos así había sido hasta hacía apenas unos minutos que mi padre me había informado de mi inminente boda con un extraño.

—La abuela está detrás de esto, ¿cierto? —dije cruzándome de brazos—. Me ha escrito un par de veces para decirme que me dé prisa en casarme, que estoy dejando pasar mis buenos años.

Por más que amaba a la abuela Selena, no podía negar que su visión de la vida era anticuada y que para ella los matrimonios no eran más que contratos por ventaja.

—Lo sé, también me ha escrito a mí al respecto, cree que eres caprichosa y que te tomas todo a juego. Cabe aclarar que yo no comparto esa opinión y que la abuela no ha tenido parte en esta decisión.

—Entonces no entendiendo, ¿por qué casarme con un extraño? —dije, dejando asomar el dolor en mis palabras.

El rey bajó la mirada a su regazo por un brevísimo momento, como si sintiera vergüenza.

—Han acontecido ciertos sucesos en el reino con los que no he querido cargarte. Creí que las cosas se arreglarían, pero, a pesar de mis numerosos esfuerzos, no he logrado darle solución a los problemas que enfrenta la corona y me temo que nos encontramos en aprietos. Sabes que durante la última temporada de lluvias varios caminos tuvieron afectaciones. Arreglarlos ha sido oneroso y la recaudación insuficiente para cubrir los gastos. Aunado a eso, varios cambios de administración en las minas al oriente las han vuelto menos productivas que antes. Entre la imposibilidad de comerciar por los caminos afectados y la baja productividad de un sector tan importante para el reino, el panorama ha sido duro y los súbditos comienzan ha mostrar su inconformidad —dijo el rey evadiendo mi mirada. Mi padre normalmente evitaba hablar de los problemas del reino y supe que la realidad debía ser diez veces peor de lo que me estaba compartiendo—. El señor Olivier llegó hace unos días y me presentó una salida: está dispuesto a ayudarnos a reparar los caminos y a amortiguar las pérdidas que han habido. Solo que, a cambio, desea tu mano en matrimonio para su hijo mayor.




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