La reina del invierno

Capítulo 2

El crujido de la pesada puerta al abrirse me alertó de la presencia de alguien en mi recámara. Solo había una persona que mi doncella dejaría entrar sin anunciar. La fragancia florar de su perfume me confirmó que se trataba de mi madre.

—Quiero estar sola —dije en voz apagada, sin alzar el rostro de la almohada, ni girarme hacia la puerta. El protocolo dictaba que a la reina había que recibirla con una reverencia siempre, pero ella no estaba aquí como mi monarca, sino como mi madre, así que no hice ni la finta de levantarme de la cama.

—Oh, Nadi, te vendría bien desahogarte —dijo la reina, tomando asiento sobre el colchón a la altura de mis caderas.

Mi respuesta fue un resoplido cansado. ¿Había algún sentido en desahogarme? Quejarme de este injusto matrimonio impuesto en nada mejoraría mi situación. Además, no estaba segura de qué tan bien llevaría el hablar en voz alta de lo que me ocurría. Tras mi encuentro con el rey, había entrado en un estupor casi catatónico. No había derramado ni una sola lágrima, ni había destrozado mi habitación en un ataque de ira y frustración como pensé que me sucedería si alguna vez papá llegaba a casarme a la fuerza como hizo con mi hermana.

Era extrañísima la relativa calma en la que me encontraba y no estaba segura de que hablar de la inminente boda no fuera a romper el encantamiento.

—Prefiero el silencio, gracias —dije cortante.

Mamá colocó su mano sobre mi antebrazo, su piel estaba cálida, lo que me dejó saber que había pasado mucho tiempo frente a la chimenea.

—Bien, pero si cambias de parecer, sabes que puedes acudir a mí a cualquier hora —ofreció, dando un cariñoso apretón a mi antebrazo.

—Si eso todo…

—De hecho, no lo es. Tengo una noticia que tal vez te suba el ánimo. Tu padre me dio su palabra de que se encargará que Triana esté en la boda —dijo y, aunque le estaba dando la espalda, supe que mi madre sonreía.

—La boda es en una semana, no hay forma de que Triana llegue a tiempo —hablé con la mejilla apretujada contra la almohada—. El viaje desde Encenard toma al menos dos semanas y media. A eso agrégale lo que tardará la carta en llegar… necesitaríamos más de un mes de antelación para que ella pudiera asistir.

—Eso si el viaje se hace por tierra, pero volando los tiempos se reducen —canturreó la reina en tono alegre.

Alcé el rostro de golpe, preguntándome si estaba entendiendo bien. Varios mechones de cabello negro cayeron sobre mi rostro, mi peinado estaba arruinado por el tiempo que llevaba recostada. No me importó, despejé mi rostro de un manotazo, con la vista fija en la reina.

—¿Papá enviará un dragón por Triana? —pregunté incrédula.

El día que mi hermana se casó con el príncipe heredero de Encenard, obtuvo la promesa de que algún día se sentaría en el trono de su nuevo reino junto a su marido, pero también perdió el privilegio más grande con el que contamos en Dranberg: dragones.

Encenard tenía su encanto, su magia y sus duendes. Dranberg, en cambio, contaba con la fuerza del fuego, bestias temibles que nos mantenían seguros y nos otorgaban nuestro incomparable poder ante los demás reinos. Todas las familias de buena cuna de Dranberg contaban con al menos un dragón; nosotros, los miembros de la familia real, teníamos cada uno su dragón propio. Triana había tenido que dejar el suyo atrás al convertirse en la esposa de Alexor Autumnbow, era un derecho al que ya no tenía acceso, a menos de que el rey quisiera hacer una excepción.

—Así es. Los jinetes partieron hace rato, confiamos en que Triana y Alexor estén aquí antes de que acabe la semana —dijo la reina sin poder ocultar lo mucho que le entusiasmaba ver a su hija mayor.

Esbocé una sonrisa a medias, me encantaba la idea de ver a Triana, pero habría preferido que las circunstancias de nuestro encuentro fueran distintas.

—Será encantador tenerlos en casa —dije con sinceridad, aunque poco entusiasmo.

De pronto, la alegría en el semblante de la reina se apagó, fue como ver la llama de una vela extinguirse.

—Sí… aunque Alexor y Triana no serán los únicos huéspedes que tendremos —suspiró en tanto que juntaba sus manos sobre el regazo—. Antes va a llegar tu prometido —me informó, contrayendo los hombros, como si temiera que me fuera a dar una rabieta por la noticia.

—Ah —fue lo único que dije antes tirarme de nuevo sobre la almohada.

—Tal vez resulté un joven encantador, no lo sabemos —comentó la reina tratando de sonar optimista.

—Y en caso de que no lo sea, nada puede hacerse. El matrimonio está pactado —dije con amargura.

—Oh, querida Nadi, tu padre…

—Por favor, basta, no deseo hablar del tema —la corté, sintiendo que un nudo del tamaño de una manzana se formaba en mi garganta. No quería ponerme a pensar en el miedo que me daba casarme con un extraño, ni en todo lo que podía salir mal en este matrimonio—. Solo necesito estar sola.

Mi madre no se retiró de inmediato, sino que se quedó un buen rato haciéndome compañía, sin embargo, respetó mi deseo de estar en silencio y permaneció callada hasta que un sirviente llegó para recordarle que tenía una audiencia con un grupo de damas distinguidas del reino. Entonces besó mi mejilla y salió prácticamente de puntitas, como si yo durmiera y no quisiera despertarme.




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