La reina del invierno

Capítulo 3

Mis dedos tamborileaban contra la taza de porcelana, en tanto que mi mente recreaba por millonésima vez el estimulante sueño de la noche anterior. Los dedos del hombre tomando mi barbilla, su aliento sobre mi piel y sus mechones de cabello plateado cayendo sobre mi rostro, era notable la nitidez con la que lograba recordar sensaciones que solo había experimentado en mi inconsciente. Me alarmaba lo mucho que añoraba la presencia de un producto de mi imaginación y más que un sujeto inexistente hubiera logrado cautivarme de un modo que mi larga fila de pretendientes de carne y hueso jamás había sido capaz. ¿Qué estaba mal conmigo? ¿Por qué no podía sentir este mismo entusiasmo por un hombre de verdad y prefería pasar horas recordando la fresca fragancia de un ser imaginario?

El sonido de un fuerte carraspeo me sacó de mis cavilaciones. Al girar el rostro, noté la presencia de mi hermano Luken de pie a mi lado, mirándome con abierta curiosidad.

—¿Soñando despierta? Llevo rato junto a ti sin que te hayas percatado —observó, colocando las manos sobre sus caderas—. Mamá dijo que te estaba costando trabajo asimilar la noticia del compromiso, veo que es mucho más grave de lo que imaginé.

—Estoy bien, pero prefiero estar sola si no te importa —dije encogiendo las manos hacia mi regazo.

—Sí, eso asumí cuando elegiste desayunar en tu recámara que bajar al comedor con la familia —comentó, tomando asiento en la silla disponible a mi lado—, pero mira, ni siquiera has probado bocado. Sé que te encuentras afectada por tu próximo casamiento, pero no es razón para dejar de comer. Odiaría que cayeras enferma.

Bajé la mirada al plato de bollos y jamón sin tocar ante mí. Mi taza también seguía llena. La verdad era que llevaba más de veinte minutos a la mesa sin haberme llevado nada a la boca. Sin embargo, Luken se equivocaba al asumir que mi falta de apetito se debía al compromiso; en sí, estaba tan entretenida recordando al hombre de mi sueño, que ni siquiera le había dedicado medio pensamiento a la boda.

—En realidad… —dejé morir la frase. Luken hacía bien en suponer que estaba pensando en el casamiento, porque eso era lo que debía estar haciendo. Me di cuenta de que el sueño con el hombre de cabello plateado probablemente no era más que un mecanismo de evasión. Mi mente me había proporcionado una espectacular alternativa para que dejara de pensar en mis problemas y me entregara a una deliciosa fantasía. Vaya que había funcionado—. En realidad, me cuesta hablar del tema. Agradecería que no me presionaras —dije porque también era verdad.

Luken soltó un breve suspiro, el sol que entraba por la ventana intensificaba el tono violeta de sus ojos, el rasgo distintivo que nos caracterizaba a todos los Mondragón. Se veía guapo y, tontamente, pensé que ni la mitad de guapo que el hombre de cabello plateado.

Me removí en mi asiento, avergonzada por mi absurda fijación en un ser ficticio.

Luken estiró su mano sobre la mesa, invitándome a tomarla. Lo complací, colocando mi mano contra la suya. Él cerró los dedos, su mano era tan grande que envolvía la mía casi por completo.

—No busco presionarte, solo quisiera compartirte mi punto de vista con la esperanza de que te sea de ayuda —dijo con esa expresión de niño bueno que tan bien le salía.

Comprimí los labios, Luken era muy hábil saliéndose con la suya, algo había en mi hermano que me hacía difícil decirle que no.

—Bien, habla —accedí renuente.

—Me gustaría contarte un poco acerca de los Olivier —dijo recargando su otro brazo sobre la mesa, de modo que su torso quedó inclinado hacia el frente, dando la impresión de que nos encontrábamos a medio cotilleo.

—Papá dice que son una familia acaudalada de Cumbre Gris, pero me parece muy extraño que jamás los haya escuchado mentar. Hay muchas familias de renombre en las provincias que visitan la corte seguido para ganarse el favor del rey. Los Olivier jamás nos han visitado, es raro, ¿no lo crees? —dije sintiendo cómo ya esas pocas palabras hacían mella en mi corazón. No quería hablar del casamiento, ni de mi futura familia política, su nombre saliendo de mis labios me escaldaba la lengua.

—Eso se debe a la antigua disputa entre los Olivier y los Mondragón. Nuestro abuelo estaba convencido de que los Olivier eran traidores a la Corona, que apoyaban a grupos que deseaban derrocar a nuestra familia del trono. Los detestaba.

—¿Y lo son? —pregunté escandalizada, ¿iban a casarme con un traidor?

—Nuestro abuelo así lo creía, aunque nunca existieron pruebas fehacientes, solo rumores que los señalaban. Sin embargo, el abuelo tomó la decisión de exiliar a los Olivier de la corte.

—¡Por todos los dragones, Luken, no bromees! Nadie pasa de exiliado a emparentar con la familia real. ¿Estás inventando historias para confundirme?

—Jamás me atrevería, hermanita. Lo que te digo es real. El exilio acabó hace años, mucho antes de que tú o que yo naciéramos. Al llegar nuestro padre al trono, se olvidó de la disputa con los Olivier. Si bien el rey no hizo nada para restablecer relaciones con ellos, tampoco los persiguió como lo hizo el abuelo. Simplemente, los dejó ser todos estos años.

—Y supongo que ahora ya terminó de perdonarlos por completo —me aventuré a especular dado que pensaba entregarme a uno de ellos.

—¿Qué otra opción tenía? —preguntó mi hermano en un suspiro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.