La reina del invierno

Capítulo 5

El comedor ya estaba dispuesto, todos tomamos asiento en nuestros lugares habituales en lo que aguardábamos a que el invitado bajara. Noté con pesar el juego de cubiertos y platos junto a mi lugar y supe que era ahí donde planeaban sentar a Kuno. Solté un suspiro resignado, Kuno estaba aquí para que nos conociéramos antes de la boda, era obvio que mis padres nos intentarían acercar lo más posible.

Los reyes charlaban entre ellos en voz baja, en tanto que Luken y Odette se miraban melosamente. Mi cuñada y mi hermano eran un par de tórtolos enamorados, destilaban miel y, aunque me alegraba su felicidad, a veces también me causaba un poco de envidia. Yo nunca había experimentado la clase de amor que ellos vivían a diario y, tal cómo pintaba mi presente compromiso, era improbable que algún día lo pudiera vivir en carne propia.

Un sirviente abrió las puertas del comedor para dejar pasar a Kuno. Desde su asiento a la cabecera de la mesa, mi madre me hizo una discreta seña para instarme a sonreír. Esbocé una mueca vacía y poco convincente, y al ver su decepción me obligué a rectificar, mostrando una sonrisa más natural. A razón de cómo suavizó la reina el gesto, quedó complacida con el cambio.

—Majestad, tenía usted razón, la habitación es magnífica —dijo Kuno inclinando la cabeza en señal de agradecimiento.

—Me alegra mucho que sea de su agrado, señor Olivier —contestó la reina—. En realidad, nos alegra a todos, en especial a Nadine, quien se ocupó personalmente de que todo estuviera listo para su llegada. ¿Cierto, Nadi?

La atención de la mesa fue directo hacía mí. Sabía la clase de respuesta que esperaban, la única respuesta aceptable para una mentira tan evidente.

Sin quitar la sonrisa del rostro, asentí despacio, volviéndome a sentir un títere al que le mueven los hilos.

—Por favor, tome asiento, señor Olivier. En un momento traerán la cena —lo invitó el rey.

Kuno se colocó en el lugar libre a mi lado; al hacerlo, me dedicó otra de sus luminosas sonrisas.

Dale una oportunidad, me dije a mí misma. Era verdad que había empezado soltando una lluvia de halagos artificiales, pero, ¿podía culparlo por ello? Él también se estaba comprometiendo con una extraña que además resultaba ser un miembro de la realeza, era entendible que hubiera preparado unos cuantos cumplidos para quedar bien. Tampoco era una falta imperdonable.

—Le recomiendo no excederse con la comida. Cuando vea los postres que preparan nuestros cocineros, se alegrará de haber dejado espacio —le aconsejé, tratando de sonar lo más cordial posible.

—Lo tendré en cuenta, princesa —replicó él sin dejar de sonreír. Luego se giró hacia el rey y el príncipe heredero—. Escuché que la familia real cuenta con tres huevos de dragón que están cerca de eclosionar, ¿es cierto el rumor?

—Lo era. Teníamos tres huevos, sin embargo, ahora el criador piensa que solo dos llegarán a término. Ya sabe lo difícil que es mantener las condiciones óptimas para el nacimiento de un dragón, cualquier variación resulta en un huevo fallido —dijo mi padre con una mueca que evidenciaba su disgusto por la situación. Los huevos de dragón eran valiosísimos y muy escasos, perder uno era perder una pequeña fortuna.

—Aún así, dos huevos el mismo año es algo notable —comentó Luken con una nota más optimista en la voz—. Pertenecen a Glanz, uno de nuestros mejores especímenes. Estamos muy entusiasmados. De hecho, el criador cree que la eclosión se dará esta misma semana y planeamos estar presentes. Si gusta, puede acompañarnos.

—¡Ah, qué amable, Alteza! Me encantaría —replicó Kuno sin dudarlo y luego llevó su atención a mí—. ¿Usted también vendrá, princesa?

—¿Pasar horas en una cueva fría esperando que los huevos de un dragón rompan? Lo siento, pero el plan no me resulta llamativo —dije con una mueca de disculpa—. Me sorprende que Odette quiera ir.

—¡Claro que quiero ir! Ansío que llegue el momento, uno de esos dragones será mío —se defendió la aludida con un gesto de entusiasmo—. Por fin tendré uno propio.

Luken tomó la mano de su esposa para llevarla a sus labios, sus ojos hablaban sin palabras de lo orgulloso que se sentía de su mujer.

Dado que en Encenard no tenían dragones, aprender a domar uno había sido un reto considerable para Odette. Había tenido que superar su miedo a las alturas y a los movimientos bruscos del dragón. Su esfuerzo no solo le había ganado las simpatías de mis padres, sino del reino entero, que veían con agrado su disposición para ser una reina digna de Dranberg cuando llegara su momento.

—Ah, lo había olvidado. Entonces supongo que tiene sentido que estés ahí cuando nazca. Te ayudará a crear un vínculo. Yo, en cambio, no veo motivos para ir —dije encogiéndome de hombros.

—Tú te lo pierdes, hermanita —canturreó Luken—. Lo siento, señor Olivier, será mejor que se vaya enterando que su prometida siente más afinidad por los caballos que por los dragones.

Como era de esperarse, Kuno se giró hacia mí, estupefacto.

—¿En verdad? Ah, vaya, qué inclinación más inesperada… en especial tratándose de una Mondragón —comentó atónito.

—Luken exagera. Por supuesto que siento afinidad por los dragones, es solo que los caballos son criaturas menos frías y más fáciles de dominar. Disfruto enormemente las cabalgatas, pero eso no me resta talento al volar. Además, para ir a la cueva de los dragones hay que trasladarse, mientras que las caballerizas las tenemos aquí a la mano —me defendí.




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