Tras el fiasco de la cena, busqué refugio en el lugar que más paz de brindaba: las caballerizas reales. Había algo extrañamente confortante en el olor del heno mezclado con el de los animales, me brindaba una claridad que no encontraba en otros sitios.
Las caballerizas se encontraban vacías. Bueno, vacías no, puesto que estaban llenas de caballos, pero los trabajadores se habían retirado hacía rato y sabía que tendría todo el tiempo que quisiera para rumiar mis pensamiento sin interrupciones.
Tomé un cepillo y me acerqué al caballo más próximo, un majestuoso frisón negro que habíamos adquirido el verano pasado por recomendación de la tía Sofía.
—Hola, ¿cómo estás, bonito? —le pregunté.
—¿Muy bien y tú, hermosa mía?
La voz me heló la sangre e hizo que me volteara bruscamente para encarar al igualado que había hecho la pregunta. Era la voz del hombre de cabello plateado. Llevaba desde la primera alucinación repitiendo sus palabras en mi mente una y otra vez: Yo te reclamo como mía. Era esa misma cadencia, profunda y misteriosa. No cabía duda.
Miré en todas direcciones, pero no había nadie. Entonces vi la silueta de un hombre cruzando el arco de acceso. ¿Cómo podían mis alucinaciones ser tan nítidas? Acababa de escuchar su voz a mis espaldas fuerte y claro. ¿Acaso era real? Sin pensármelo, me eché a correr a la salida tras él.
Al cruzar el marco de acceso, me di de bruces con un hombre.
—Princesa, cuidado —dijo Kuno tomándome de los brazos para que no perdiera el equilibrio.
—Señor Olivier, qué… —dejé la frase sin concluir, aturullada.
—¿Qué hago aquí? —terminó él por mí—. Espero que no se enfade por mi atrevimiento, pero deseaba verla y no la encontré en el castillo. Dado que en la cena mencionaron su amor por los caballos, pensé que tal vez podría hallarla aquí y, mire, mi suposición resultó atinada.
—¿Vio al hombre que acaba de salir? —pregunté sin haber prestado atención a lo que me decía.
—¿Hombre? ¿Qué hombre? —preguntó Kuno mirando sobre su hombro—. ¿Requiere de la asistencia del mozo de la cuadra? Puedo ir a buscarlo por usted. Será un gusto.
—No, nada de eso. Un hombre salió de aquí poco antes que usted llegara. Debió haberlo visto, era muy alto y de ojos de un azul intenso como el cielo despejado, de tez blanca y el cabello más rubio que jamás haya visto.
—Estoy seguro de que habría notado a un hombre de esas características tan peculiares, pero no, le digo que no he visto un alma —replicó Kuno—. ¿Está usted tomándome el pelo? Esa descripción tan específica parece referirse al rey de Encenard o a alguno de sus hijos. Tengo entendido que su hermana y su cuñado no llegarían hasta dentro de unos días, por lo que no habría razón para que ningún Autumnbow estuviera rondando las caballerizas. ¿Adelantaron su llegada o está usted probando a ver qué tan crédulo soy?
La conclusión de Kuno me dejó muda. ¿Acababa de describir a un Autumnbow? Hasta ahora no había hecho la conexión, pero sin duda el hombre de mis alucinaciones poseía una marcada similitud con los Autumnbow, en especial con el rey.
Si este era un producto de mi imaginación, ¿por qué mi mente había creado a un Autumnbow que buscaba conquistarme? A diferencia de mis dos hermanos, yo jamás había desarrollado sentimientos por un miembro de esa familia… Al menos no de forma consciente, ahora veía que probablemente yo tampoco había sido inmune al encanto de la familia real de Encenard. Mi hermana Triana casada con el heredero al trono, mi hermano Luken casado con la más pequeña de los Autumnbow y yo imaginándome un Autumnbow ficticio y medio albino para distraerme de mi triste realidad. Me sentí tan ridícula que el rostro comenzó a arderme con violencia.
—Olvídelo, yo jamás le tomaría el pelo a un hombre respetable, señor Olivier. Ignore lo que dije, por favor —me excusé torpemente mientras trataba de tragarme la vergüenza que sentía conmigo misma.
—Ni crea que me he enfadado, ni mucho menos. Al contrario, creo que el buen humor es esencial para el éxito de una relación en pareja —afirmó él con su bonita sonrisa adornando su rostro.
—Dijo que quería verme, ¿para qué me buscaba, señor Olivier? —pregunté con la esperanza de poder despacharlo pronto para volver a quedar sola.
—¿Le parece si comienza a llamarme por mi nombre? En unos días seremos marido y mujer, sería lindo crear confianza, si usted está de acuerdo.
La petición me sentó fatal, este matrimonio era como una avalancha imposible de detener. Solo me quedaba permanecer al pie de la montaña, viéndola acercarse, creciendo y tomando fuerza mientras se precipitaba hacia mí para aplastarme.
—Claro, tienes razón, no hay necesidad de tantas formalidades —dije esbozando una sonrisa forzada y vacía que me drenaba las fuerzas—. ¿Para qué me buscabas, Kuno?
Kuno se iluminó al escucharme decir su nombre.
—Quería decirte que no debes apurarte por lo ocurrido en la cena, fue un accidente sin importancia.
—Gracias, aunque eso no quita que me sienta avergonzada. Fui muy torpe.
—Dejémoslo en el olvido, seguro que algún criado podrá quitar la mancha de vino y, en caso de no ser posible, tiraré los pantalones y mandaré a hacerme otros. Es lo de menos —dijo despreocupado.