La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 4

«Ese vestido es muy anticuado»

«Te queda demasiado holgado»

«El corsé no está apretado»

«Ese peinando no, ajústale el cabello con más peinetas»

—Dios, madre para esto ya, no es como si me fuesen a dar un título importante. Me molesta —me alejo de las manos en mi cabello mientras resoplo, abrumada de todo el ajetreo de las doncellas en la habitación.

—No te muevas, Sharon, falta poco. Irás presentable a la visita no vestida como una dama común —Elodi hace una señal y las doncellas me devuelven a la silla, lo que consigue exasperarme más.

Llevamos cerca de una hora en la misma situación, discutiendo sobre lo que debo usar para el encuentro con Milickan. Padre se había ido a su trabajo hacía no mucho, viendo mi cara irritante cuando había entrado a la habitación a despedirse. Le pidió a madre no sobrepasarse.

Me siento agotada. La noche anterior había tenido dificultades a la hora de conciliar el sueño gracias a la duda e incertidumbre sobre el mensaje, más eso no impidió a las doncellas entrar en mi habitación desde tempranas horas, después de haber tomado el desayuno y seguir las ordenes de Elodi a pesar de mi renuencia.

Mientras cuatro manos arreglaron mi cabello, otras cuatro apretaron mis costillas con el corsé. Madre hace su escrutinio, sentada en una silla acolchada de mi habitación, bebiendo su té de la mañana. Ella como siempre arreglada y estilizada desde tempranas horas.

Les hace una señal a las doncellas y estas se retiran en medio de una reverencia.

—Impecable como siempre, hija. Luces preciosa, tan digna y correcta —madre se para de la silla y se acerca a mi espalda.

Su mirada encuentra la mía a través del espejo en el que observo el resultado final por apenas unos segundos con rostro impasible y sereno.

He dejado de observar mi reflejo por tanto tiempo desde hace casi un año.

—Lo sé, madre, se cómo luzco, puedo observarme y debes saber que lo permito no para impresionar a nadie sino para salvarme a mi —observo sus ojos azules a través del espejo, un tono más oscuro que los míos. Elodi me observa con una ceja elevada.

—Tonterías, Sharon —le resta importancia con un gesto vago—. Ahora recuerda que no asistes a una reunión cualquiera, vas al encuentro del Máximo. Conoces el protocolo y como debes proceder. No nos decepciones con tus actos, recuerda que los guardias también te vigilan, no intentes nada incorrecto.

Dejo escapar un suspiro de derrota, por ahora. Me pongo de pie y aliso el vestido sin dejar de observar sus ojos.

Lo único que deseo es terminar lo más pronto posible con ese encuentro y volver a casa tan rápido como esa reunión concluya.

Compruebo mi aspecto una ocasión más. No llevo nada que no haya usado antes. Joyas doradas y un vestido vaporoso azul oscuro de falda moderada y una abertura que llega hasta mi muslo, visible si me muevo demasiado. De mangas largas caídas y ajustadas a mis brazos, un escote redondo. La parte de mi cintura sujeta con un justado corsé que define la forma de mi cintura e intrincados finos color dorado en la parte del escote y las mangas del vestido.

Mi cabello va suelto, en un semirrecogido y ondas que caen hasta mi espalda baja.

Alejo la vista y me giro, encontrando a mi madre, detallando cada aspecto de mi cuerpo.

—Esperaría que regreses con una buena noticia que pueda beneficiar nuestros negocios y fortalecer nuestras alianzas —sus manos toman mis hombros descubiertos.

—Tonterías madre, no todo se trata de cortejos, matrimonios y alianzas —sonrío de manera forzada. Tomo sus manos y las alejo de mi piel—. Te pido que no me abrumes con ello. El mensaje no daba un motivo exacto de mi llamado, así que no pienses cosas erróneas ¿Qué tal si se trata de una buena oportunidad para ir al exterior, fuera de Resthorne? Sabes que siempre lo he deseado.

Elodi sonríe al igual que yo y entrelaza nuestras manos que aun sostengo. Su piel cálida haciendo contraste con mi piel fría.

—Precisamente porque no hay mensaje claro, Milickan requiere de tu presencia para un motivo más personal, abre los ojos, Sharon, su Majestad lleva tiempo interesado en ti, un hombre de buen aspecto y entrañable, eso ya debes saberlo.

Suelto una risa sin un ápice de humor, gesto que Elodi desaprueba.

—No estoy ciega, madre, veo perfectamente, gracias —ironizo y alejo mis manos de las suyas—. Por otra parte… sabes mi aversión y renuencia hacia su Majestad y sus intentos de interés. Deberías apoyarme en mis decisiones, no crear ni alimentar esas esperanzas para ti. Tus deseos no son los míos, tampoco cargas que me pertenecen. No lo merezco —concluyo en un susurro, cerca de su rostro.

Elodi frunce las cejas y presiona sus labios en una línea fina. Sus ojos ahora, dos pozos serios y calculadores. Evitando una discusión entre ambas, opta por las palabras precisas.

—Debes irte ya o llegaras tarde y ninguna quiere dejar una mala impresión, no yo como tu madre, tampoco tu padre y no tu como duquesa —asiento, aun renuente.

Elodi avanza hasta la puerta. Afuera aguardan mis tres escoltas. Félix, Giulio y Aarón. Los únicos caballeros a quienes tengo confianza y permito tener su guardia.

Tal parece que Elay tiene un trabajo diferente y no me acompañara esta ocasión.

La mano de Elodi se hace alrededor de mi muñeca cuando paso a su lado. Me toma por sorpresa cuando sus delgados brazos me rodean bajo la atenta mirada de los caballeros.

—Te quiero, Sharon. Sé que no lo digo a menudo y a veces tenemos nuestras diferencias, pero eres mi única hija, mi tesoro más valioso. Cuídate —susurra en mi oído.

Nos aleja y mientras deja un pequeño beso en mi frente. Suelto una media sonrisa entre la incomodidad y satisfacción.

Asiento como una respuesta, sin confiar en voz en ese momento.

Quisiera decir que me dan igual sus palabras, sin embargo, por muy y sencillas que sean, envían una punzada extraña a mi pecho. A pesar de todos nuestros roces o discusiones es mi madre. Le amo y respeto demasiado.




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