La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 7

Suelto un suspiro que se mezcla con el aire fresco de la mañana, acompañado de un canto leve de pájaros se cuela por el balcón de la ventana, la brisa que agita las cortinas blancas a su ritmo en ondas despeina unos cuantos de mis cabellos.

A penas un atisbo de sonrisa se asoma por mis labios al tener la dicha, una nueva oportunidad de presenciar la mañana que se cierne sobre Kindstone. El nuevo día que los dioses nos permiten.

Pienso por unos instantes y decido salir de mi habitación. Ya han pasado suficientes días enredada en mi propia mente como para seguir un día más junto a ellos. No debo dejar que quiten mi vitalidad, no me puedo permitir vencer por ellos.

En el pasillo me encuentro al menos a tres guardias de los veinte que sirven en el palacio. Los saludo, amable y bajo hacia el primer piso, hacia la puerta que da al jardín.

Son cerca de las nueve de la mañana y mi cuerpo se encuentra mucho mejor que la anoche anterior y que los días anteriores. Supe que mis padres llegaron entrada la madrugada, no quiero incordiar, tampoco quiero saber con exactitud que fue el asunto tan importante sobre Jackson y por el cual tuvieron que salir espavoridos de casa.

Y no olvido los sucesos que precedieron.

Espero tener una pronta solución que darle a Sir Jhuriel. No quiero sentir esta culpa que no me pertenece, sin embargo, la sensación se encuentra ahí, contundente e insensata, adueñándose de mis pensamientos, haciéndome caer y volverme un espiral sin un camino cuerdo, pero que no me dificulta el retorno.

Escuche a mis padres llegar debido a que no dejaba de pensar, no dejaba de darle vueltas a la situación, a sus palabras, a su postura tensa, a su desagrado… a su mirada.

Para Sharon, deja de pensar. Es tu rutina, estas acostumbrada a ello. Encontraras una solución.

Cuando me doy cuenta he llegado a la entrada trasera de casa. No he encontrado rastro de madre o de padre en el camino por lo que, supongo que ella estará en su estudio y Leonardo es seguro que se encuentra en su trabajo. Nunca descuidando su rutina, su estatus.

Voy directo al mismo lugar. El jardín de casa, ubicado casi en la parte trasera ya que este no debería opacar las extensiones cuidadas de césped ni opacar el realce de las estatuas del frente.

El palacio se encuentra ubicado al centro de seis divisiones. Una entera que es la más llamativa, con un par de estatuas como adorno y el camino de piedra al centro que guía los carruajes. Todo lo demás se conforma de césped cortado a la perfección y parterres pequeños con flores de colores en una sola tonalidad, el espacio que se usa únicamente de apariencia. A los costados de la mansión hay otras cuatro divisiones que son lo suficientemente extensas y cuidadas para organizar alguna celebración o sentarse en unas mesas a beber té.

Por suerte no tengo la necesidad de invitar a nadie, no como lo hace madre de vez en cuando con sus amigas.

Como última parte, un tipo laberinto ubicado en la parte trasera donde se encuentran altos setos y arbustos llenos de rosas de diferentes tonalidades, tan vivas, tan frescas, tan libres y hermosas. Me encanta plasmar esa área en mis cuadros, los colores, las diferentes formas.

Todo el espacio vivo cubre una extensión aún más amplia y extensa llena de árboles, un tipo bosque el cual conecta una historia del pasado que a mis padres no les hace demasiada gracia mencionar y el cual se encuentra oculto bajo la apariencia del palacio.

—Buen día, Excelentísima —saluda el jardinero de nuestro palacio, Joel. Un señor leal que sirve aquí desde hace diez años y se encarga de mantener la viveza que este aire despide.

—Buen día, señor Joel —hago un asentimiento junto a una sonrisa. Las buenas vibras de este señor son tan vivaces y palpables.

—Hoy hace un buen día y no lo digo yo, lo dicen las plantas —señala el jardín con flores pequeñas el cual riega. Me quedo observando las plantas mientras se dirige a apagar la manguera—. Me satisface saber que ha salido. Las flores la han extrañado.

—Es tan amable, Joel. Muchas gracias por cuidarlas —cruzo los brazos detrás de mi espalda como es costumbre.

—Siempre es un honor. Me despido, con su permiso, Excelentísima —hace un asentimiento y se retira no sin antes enrollar la maguera y dejarla en su lugar.

Inhalo el dulce aroma que despiden la creación de colores haciendo contraste con el verde tan vivaz del césped el cual lleva años manteniendo esa tonalidad. Los guardias encargados de mi vigilancia se mantienen a cierta distancia, más nunca bajan la guardia o al menos fingen no hacerlo.

Me olvido de ellos y centro mi atención en los pocos rayos de sol haciendo mucho por mi piel pálida. Me agacho para estar a la altura de un pequeño estanque donde hay un par de pequeños pájaros tomando su baño del día.

—La mañana me sonríe. Buen día, Lady Sharon —Oh esa grave y sensual voz capaz de erizarme los vellos de los nervios siempre que puede tomarme desprevenida.

Muy despacio, me incorporo, encontrando a Giulio que luce radiante como todas las veces que lo veo a diario. Tan guapo e impecable, con mechones en su frente que se escapan de la media coleta que siempre lleva. Sus rizos un poco más largos le rozan la nuca y sus ojos a las horas se muestran incluso más vivaces.

El caballero aparece de pie a mi lado, con su armadura plateada puesta. La brisa agita unos mechones de su cabello.

La mañana me sonríe a mí también.

—Hola Giulio, buen día para ti —sacudo el polvo inexistente de mis manos y me acerco a su lado sin ningún tipo de problema.

Muchos conocen nuestra confianza. Mis padres, un poco renuentes, prefieren hacer ojos ciegos y reservar su opinión, mas no intervienen entre nosotros.

Tengo deseos de preguntarle por Jhuriel, ya que de cumplir el mandato que se le ha sido asignado, debería estar cerca en estos momentos, sin embargo, no tengo idea de donde se encuentra y desconozco si estoy preparada para enfrentarlo sin tener una respuesta para la cual le pedí que confiara en mí.




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