La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 16

Días después llega el momento de ver a mis padres zarpar rumbo al reino medio del Oeste a resolver aquellos asuntos que con tanto fervor mantienen para sí mismos.

Ojos azules me examinan con fijeza, como si al hacerlo descubrieran una intención inexistente.

Los guardias se mueven alrededor cargando el equipaje en el barco y otras ofrendas que llevan a las personas con las cuales van a reunirse, otros se preparan en formaciones o dando órdenes, Elay ocupa el principal puesto y junto a ellos se mueven tres doncellas que servirán a Elodi durante el viaje.

Madre aferra el brazo de mi padre, vestida mucho más elegante que de costumbre; guantes, joyas y artefactos para el cabello le adornan perfectamente, padre que también viste de sus mejores telas y botas altas de cuero, en su chaleco negro carga con orgullo las placas que lo distinguen como el Excelentísimo Duque de Kindstone.

Siempre que los veo de esa forma, tan aferrados, aparentando un matrimonio perfecto, me cuesta no desviar mi atención a las alianzas que portan en sus dedos anulares y la historia que se esconde tras esos anillos.

Hace cerca de media hora que llegamos al puerto del que mis padres van a partir. Desconozco los días exactos que les tomara llegar o cuanto tiempo durara su estadía.

El aire de la mañana agita mi cabello a su ritmo y con ello también atrae la duda que desprenden los gestos de mis padres con la opción de mi permanencia en el palacio sin su compañía. No es necesario la expresión a través de palabras para descifrar su renuencia.

Esos ojos que me han visto de la misma manera muchas más veces de las que me gustaría confesar.

Es la primera vez que salen en meses y por tantos días, la mayoría de los socios suelen venir a nuestro reino por sus intereses, pero esta vez mis padres no podían rechazar la invitación o inventar una excusa que los libre de sus obligaciones.

Algo dentro de mí se remueve al saber que sin importar el tiempo transcurra y me empeñe en demostrar la contrariedad a mis actos pasados, siguen aferrados a la desconfianza.

Dejo escapar un suspiro melancólico en el que alejo la punzada de nostalgia que se combina con su partida debido a que voy a extrañarles, su mera presencia en el palacio hace que ese extenso espacio no se sienta tan vacío o desolado como sé que voy a sentirme en todo el tiempo en su ausencia.

Las campanas del barco empiezan a sonar, en señal que la hora ha llegado. Los caballeros también crean una formación para abrirles paso y escoltarlos hasta la nave.

—Sharon —mi madre fractura el vasto silencio que había entre los tres mientras hacían su escrutinio. Por su forma de pronunciar mi nombre tengo la sospecha de lo que quiere decir.

—Todo estará bien madre, puedes irte despreocupada y confiar un poco más en mí. No haré nada que cause problemas —sé que escucha el tono ahogado de mi voz ya que su expresión cambia a una menos tensa y se esfuerza en ocultar su inseguridad.

—Tienes a la guardia contigo, sabes que ellos tienen la autoridad de proceder, sin embargo, no será necesario su intercesión. Confiamos en ti, Sharon —padre aleja la mano de mi madre de su brazo y se acerca. Cierro los ojos al sentir el contacto de sus dedos bajo mi barbilla y el beso que deposita en mi frente.

La confianza y protección que sentía de niña ante sus gestos no causan ahora la misma exaltación. Pero el recuerdo nostálgico permanece conmigo, lo que quiere decir que no estamos tan extintos.

—¿Confías en mí? ¿De verdad lo haces? —pregunto en un tono que solo él pueda escucharme al momento que se me separa y encuentra mis ojos.

Acaba de decir que confía en mí, pero necesito escucharlo, aunque sea una mentira, aunque sus ojos demuestren todo lo contrario, necesito escucharlo de él.

—Confío en ti, Sharon, confío en mi hija —asiento con el ardor quemando mi garganta ante el embuste de sus actos y palabras.

—Los llevo en mis plegarias, la seguridad de los dioses este con ustedes y no los desampare. Que tengas un buen viaje, padre —evidencio mis palabras junto a una pequeña inclinación a modo de respeto que padre corresponde de la misma manera.

—Que tengas buen viaje, madre —me inclino a rozar mi mejilla con el rostro de mi madre al momento de la despedida.

Sin abrazos ni palabras ensayadas o gestos demasiado afectuosos. Una simple despedida.

—Estaremos comunicando nuestra llegada. Los dioses estén contigo, Sharon —

Elodi acaricia mi rostro sin corresponder mis palabras más que con un simple asentimiento. Leonardo no cambia sus expresiones estoicas.

Los observo girarse y subir las escaleras del barco que los espera con los caballeros formados haciendo una reverencia y siguiéndolos hasta que todos están a bordo.

Me quedo en el puerto, viendo como zarpan y se despiden sin girarse ninguna vez. Tiempo después, se pierden por el infinito océano. Desconozco cuánto tiempo permanezco de pie con la brisa fría dando de lleno a mi rostro, pero sé que ha sido el tiempo suficiente debido a que el barco se ha camuflado de mi vista.

Una mano enguantada se apoya sobre mi hombro y no hace falta que me gire porque conozco ese tacto y la sola presencia de esa persona.

—Hora de irnos, lady Sharon —Giulio habla y presiona suavemente la piel donde apoya su mano. Contengo las emociones y me giro para encontrarme con esos ojos bicolores y a Félix junto a él.

—Claro. Vamos a casa —asiente sin mediar palabra y me acompañan hasta el carruaje donde hago mi recorrido al inmenso vacío de mi hogar, mientras hay un agujero que se forma en mi pecho y contengo el dolor que me embarga.

No solo por la partida de mis padres, sino un vacío, una incomodidad, un recordatorio que llevo escrutados desde hace días… desde aquella noche hace cuatro días.

.

Han pasado cerca de tres horas desde nuestro regreso a la mansión y cerca de una hora en la que me encuentro frente a un nuevo cuadro en una de las extensiones más alejada del palacio. No podía seguir por mucho tiempo encerrada en la biblioteca. La concentración no era conmigo y la angustia de sentir esta inmensa necesidad por apagar la carencia en el ambiente no me permitían ser disponible a la lectura por lo que he recurrido a mi mayor anhelo y roce de libertad. Mi arte.




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