La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 20

Tomo mi vestido y corro lo más rápido que mis zapatillas de tacón me permiten bajo el pasto fresco del patio trasero del local de Bastile.

El pequeño Tadeo, nieto de Bastile e hijo de Leo corre detrás de mí, intenta alcanzarme y lo hace porque el chiquillo es veloz y yo una persona que apenas se puede mantener de pie.

Hace tanto tiempo que no sentía mis piernas correr.

¿En qué momento fue buena idea aceptar ser perseguida por un niño de cinco años que evidentemente tiene mucha más energía?

El pequeño niño castaño enrolla su brazo alrededor de mi muslo, ocasionando que pierda el equilibrio y caiga de espaldas sobre el césped con Tadeo encima de mí. Mis brazos por supuesto protegiéndolo del impacto.

A pesar de no tener una superficie suave, no puedo evitar carcajear junto al pequeño que se regodea de su inocente victoria.

Su risa de bebé reverbera como canto por todo el espacio, mostrando sus pequeños dientes cuidados, lo único que evita que gima de dolor o haga una mueca. Giulio y Loren a lo lejos se ríen a través del cristal al otro lado e intentan ocultar el gesto cuando beben de la taza de té caliente que Bastile ha preparado para todos antes que el niño me arrastrara a jugar con él.

—Te atrapé. He ganado, lady Sharon —dice entre medio de risas.

Me incorporo sin soltarlo y acaricio su cabello con rulos y rio junto a él.

—Lo hiciste, pequeño. Eres muy fuerte. Derribaste a una Duquesa —le doy la razón con un asentimiento.

Rodeo el torso de Tadeo e intento ponernos de pie a ambos por gusto propio, sin embargo y para mi buena suerte, alguien se encuentra detrás de nosotros. Los ojos del pequeño se abren y seguido unas manos se hacen debajo de mis brazos y nos incorporan con demasiada facilidad.

Pongo al niño sobre mi cadera y me giro, agradeciéndole al responsable de evitar mi desgarro.

El cabello castaño claro y el rostro cincelado de Jhuriel aparecen frente a mi junto a una sonrisa burlona.

—¿Todo en orden, campeón? —pregunta Jhuriel al niño, ordenando los rulos que he desordenado.

Le doy una mirada de reproche, pero el muy digno me ignora.

—La atrapé, Sir. Vencí a la Duquesa —responde el pequeño con voz alegre, levanta sus pequeños brazos al aire.

—Por supuesto que lo harías. Nunca dude de ti —Jhuriel choca los cinco con Tadeo que sigue regodeándose de su victoria tras tirarme al piso.

Bufo cuando choca su brazo con el mío y me encargo de mostrarle una segunda mirada mordaz que lo hace reír entre dientes.

Miro sobre el hombro de Jhuriel a Leo, quien viene hacia nosotros con gesto desconcertado.

—Excelentísima… ¿Se encuentra bien? Lo siento tanto —se disculpa, viendo a su hijo con reproche.

—Descuida, Leo, estoy perfectamente, nos estábamos divirtiendo, por cierto —aclaro y Tadeo asiente hacia su padre.

—Por los ancestros espero que sí. Tadeo tiene demasiada energía y puede ser un poco…

—Divertido, si —termino por él. Leo se relaja y asiente—. Estoy bien ¿Puedo tenerlo un tiempo más?

Pregunto sin querer bajar al pequeño que aun cargo con suma facilidad a pesar de la protesta en mis brazos.

—Por supuesto, Excelentísima. Tadeo la adora —me da una sonrisa y luego mira a su hijo—. Compórtate ¿Sí? —el pequeño afirma reiteradas veces y varios de sus rulos le caen por la frente.

Leo se retira y se dirige hacia donde se encuentra los demás detrás de la puerta de cristal y que parecen tener una buena charla. La madre de Tadeo me sonríe y asiento en su dirección. Se sienta de nuevo junto a Loren y vuelven a lo suyo.

He estado un par de horas con Bastile antes que Giulio y Loren se unieran, algo que al mayor le hace muy bien, siempre tan atento a las visitas. No pasó mucho cuando se vio envuelto con toda la visita, entretenido al mismo tiempo con Jhuriel y Giulio, suponiendo su travesía en la guardia Real.

Ahora, me quedo sola con Jhuriel y el pequeño.

Tadeo se remueve en mis brazos, tanto que lo bajo de mi cuerpo y aprovecha a correr hacia donde una pila juguetes se amontonan y otros tantos se encuentran esparcidos.

La mirada de Jhuriel detalla mi perfil. Giro mi cuello y lo enfrento, encontrando su rostro con una media sonrisa ladina lo que lo hace ver mucho más atractivo a pesar de tener que levantar la vista ya que me saca una parte de altura.

—¿Qué pasa? ¿te sorprende algo? —inquiero con una sonrisa orgullosa. Levanta una ceja y cruza los brazos sobre su ancho pecho.  

—Se te dan bien los niños. En un instante te he imaginado rodeada de ellos, muchos de ellos —afirma y señala con su mentón hacia donde Tadeo intenta recoger todos sus juguetes.

Casi gimo puede que de vergüenza o porque no me imagine a mi con muchos niños.

—Eso parece. Para el resto soy agradable desde la primera impresión —le doy un ligero golpe con mi hombro a su brazo. Ni siquiera se mueva un centímetro—, pero tampoco exageres, a los mucho seria tres niños con los que podría. No estoy acostumbrada, pero con Tadeo lo pasó bien cuando viene de visita y coincidimos.

—Siempre es una imagen mental digna —

—¿Verme con una cantidad considerable de niños? —levanto una ceja. Jhuriel se encoge de hombros.

—Bendito sea el padre, afortunado y un maldito con suerte —murmura con toque burlón, dándome una mirada de soslayo.

Bufo. No se con quien tendría a mis hijos o quien se imagina siendo el padre. Estoy a punto de preguntarle, sin embargo, sus ojos bajan detrás de mi espalda.

Imito su gesto, pero no visualizo nada. Jhuriel sonríe de lado, me toma por los hombros y me gira de manera que le doy la espada. Nos oculta lo suficiente de la vista del resto.

Un escalofrío atraviesa mi espalda en el momento que una de sus manos se posa en mi cintura con firmeza, mientras que su otra mano realiza el trabajo de limpiar el desastre de pasto que seguro quedó adherido a la tela del vestido.




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