La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 21

Elodi y Leonardo han regresado una semana después de su partida.

En el salón, a la espera de la llegada, se encuentra Jhuriel junto a otros caballeros del palacio y las personas del servicio.

Melody, Loren y Vrina esperan en una esquina junto al personal. A pesar de la distancia entre nosotras soy capaz de pronosticar el mensaje en sus miradas que siento a traves de la distancia, pero no encuentro la valentía para verlos.

Aguardo frente a las dobles puertas principales, a la espera que la pesada madera sea abierta y enfrentar los rostros de mis progenitores.

Félix se encuentra firme y en posición a mi lado como única compañía.

Su mirada se pierde en la puerta, aunque en un segundo me mira de soslayo sin perder el rastro alrededor. Giro mi cuello y encuentro sus ojos marrones en el camino. Soy recompensada con el amago de una sonrisa, parece que tanto él como Giulio y Jhuriel pueden percibir algún punto de tensión en mi cuerpo o que todos en la estancia lo hagan.

O solo son mis supersticiones.

Debería sentir la emoción corroer mi cuerpo respecto al regreso de mis padres, es decir, llevar días sin verlos, sintiendo la ausencia de ellos en los pasillos, sin embargo, no siento nada más que un nerviosismo férreo por volver a la rutina de siempre.

Mis padres no salían de casa desde hacía más de un año, al menos no tan lejos como ha sido la última visita a los reinos vecinos. Según sus palabras, mis acciones los arrastraron a tomar medidas drásticas, por lo que mi vigilancia de parte de ellos fue una prioridad o al menos lo hicieron para mantener su excelente reputación y así disipar el rumor que corría a voces en Kindstone. Les funcionó.  

Escucho el galope de los caballos al otro lado, presto atención a los movimientos calculados que se llevan al exterior, imaginando en mi mente cada posible acción que estén realizando, escucho el resonar de unas botas y unas zapatillas, seguidos de pasos pesados sobre el asfalto.

Momentos después las puertas se abren por dos guardias, otros pocos se hacen una formación a ambos lados de la alfombra roja, dando la bienvenida a los Excelentísimos Duques de Kindstone. Mis padres cruzan la entrada, imponentes, altivos, firmes y de miradas demandantes. No espero menos de ellos.  

Me planto firme, con el rostro serio y el mentón en alto. Mis brazos detrás de mi espalda en una postura segura para enfrentar su bienvenida.

Todos en la estancia del salón nos inclinamos en una reverencia a los Excelentísimos que gracias a los dioses han regresado con bien a casa.

A pesar de nuestras diferencias, siento alivio a su protección y su llegada.

Me incorporo lentamente y, cuando alzo la vista, encuentro a dos pares de ojos azules que me observan con intensidad y cierta curiosidad mezclada con interés. Ellos esperan avances del encuentro con el Rey. Dudo que no lo sepan ya, así también acerca de lo que ha ocurrido en los días de su ausencia.

Los caballeros en ocasiones pueden ser bastante sigilosos y su lealtad es con ellos, pero no más que yo, no cuando mi lealtad es conmigo misma.

He querido que vean lo que quiero, a la joven remilgada que se pasea como alma vagabunda por los pasillos de su propio hogar junto al pesar que le provoca la ausencia de sus padres, tanto que ni la compañía de sus amigos es suficiente.

Gracias a alguna divinidad, he mantenido un perfil bajo respecto los encuentros con Jhuriel que quedan atesorados en la fortaleza de mi memoria, ocultos a los ojos exteriores que ni siquiera dudaran en alertar a mis padres.

Elodi y Leonardo observan la pulcritud del salón, las cortinas blancas, el candelabro de cristal en la estancia que mantiene iluminado el salón principal, también observan las esculturas, los cuadros, dan un vistazo general, como si para ellos estar ahí fuera algo nuevo y no el hogar por el que han vivido por más de veinte años o al menos es el caso de Elodi ya que este es el resguardo de Leonardo, el único hogar en el que su vida ha transcurrido.

Las doncellas pasan en la estancia con las maletas de mis padres. Instantes después de su escrutinio exhausto, padre hace un gesto simple gesto con sus dedos que indica retirada, los caballeros y doncellas en el salón hacen una reverencia antes de retirarse y dejar vacía la estancia en tan solo un instante.

Estuve tentada a irme junto a todos, pero comprendo que viajar por tantas horas resulta agotador y lo menos que deseo es tener que lidiar con el mal humor de ambos y el estrés que conlleva tener que estar al día en cuanto a sus actividades sociales ya que el reino ni la sociedad nunca se cansan.

—Madre, Padre, bienvenidos. Que la paz los haya acompañado en su viaje. Agradezco a los dioses que estén de vuelta —rompo el silencio, dando un paso frente a ellos.

Mis padres se limitan a un corto asentimiento. Ignoro la punzada de decepción o más bien, el lamento de volver a la costumbre fría y distante.

En mi familia, los abrazos o muestras de cariño efusivas no son más que rastros ilegibles y confusos, casi inexistentes, tanto que la simplicidad de sus gestos no causa demasiado escándalo en mí, no ruego por una atención, con el pasar del tiempo de alguna manera, me he terminado a la costumbre y a los gestos sosos.

Aun así, una pequeña espina incrustada espera con que pueda haber siquiera un atisbo que indique un cambio en la monótona frialdad, en el patrón difuso al que nos hemos regido en el ultimo tiempo.

—Acompáñanos al despacho, Sharon. Hay asuntos que debemos discutir —la mirada firme de mi padre no muestra un ápice de excusa, de manera que doy un asentimiento firme cuando señala las escaleras que lleva al tercer piso.

—Como ordenes, padre —respondo, accesible a su petición.

Me hago a un lado, dejándolos pasar. Miro alrededor de la estancia bacia y entrecierro los ojos, desconfiada. Ni siquiera un minuto de descanso pueden tener. Alejo el escepticismo mientras los sigo de cerca y avanzamos en silencio.




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