La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 22

El reflejo del espejo permite que aprecie mi imagen, sin embargo, no soy lo suficientemente competente de percibir algún detalle del arreglo en el que las doncellas me han convertido después de dos horas de trabajo al antojo de mi madre.

Una de ellas termina de extender la falda del vestido blanco, aquel que madre me ha obligado a usar. Shanika se encarga de apretar hasta lo imposible el corsé. Melody ayuda con los últimos retoques en el cabello, todo mientras me encuentro frente al único objeto con que permite solo un reflejo, un retoque, un instante de lo que me convierten, no lo que en realidad soy.

Muestra una imagen opaca y rancia, un rostro convertido, una capa de todo lo que se oculta en la verdadera esencia.

Mis ojos se encuentran en la pared o en los doseles de la cama que se transparentan en el espejo, mas no en mi rostro.

Deje de ver mi imagen desde hace un tiempo, consecuencia de los enormes dilemas, además de que verme siendo manejada, me hacía recordar cada palabra murmurada a mi espalda, palabras que se clavan como un puñal y que sangra internamente a pesar que nada se muestra en el exterior. Observar mi propio rostro, aun es recordar cada ocasión en la que Elodi entra a mi habitación, acaricia mi rostro y me recuerda el único objetivo para el que existo, en la que sus palabras no permiten sanar la herida si no, como si fuese capaz de percibirlo, decidir enterrar más profundo el puñal y retorcerlo tan hondo que permanezca incluso ahí dentro.

Ver el espejo, es ver una persona que no soy, sino en lo que ellos desean que me convierta, en la dama que necesita de un buen partido, en el interés de una sociedad, vaciando mis aspiraciones, enterrando mis sueños y el deseo de rozar la libertad.

Evito un martirio interno y sin más complicaciones al desechar la refracción de la imagen ¿Con que propósito lastimarme al ver el títere que muestra, porque detallar una imagen falsa cuando solo yo conozco quién soy?

El silencio prolongado en la estancia me trae de nuevo al presente, pero aquel mutismo es mitigado cuando Melody aparece a mi espalda, su imagen se refleja, evitando el enfoque en mí.

Me doy la vuelta, enfrentando a mi amiga que me detalla con expresión lejana y melancólica, como si ella también fuese capaz de percibir la agonía y la lucha interna a la que soy sometida, considero que en realidad lo hace, la conoce, la observa, pero no es capaz de preguntar por ello y le agradezco que no lo haga.

No merece escuchar el lamento de mis actos que aún se entretejen en el presente sin ser capaz de quedarse en ese lugar aquella noche y ser destruidos con el tiempo.

—Luce hermosa y radiante como siempre, lady Sharon. Nunca me voy a cansar de admirar su belleza —su caricia se siente a través de mi cabello, en donde su mano no deja de acomodar las largas ondas que han creado hace casi una hora.

Sus ojos recorren mi rostro de una manera diferente a la habitual, con tanta intensidad que no lo oculta y que incluso me cohíbe, aun mas cuando sus dedos osan por rozar mi mejilla.

Retrocedo un paso de manera discreta y sonrío, insegura antes de darle la espalda. Nos observamos a traves del espejo.

—Luzco de tal manera gracias a ti, Melody. Haces un trabajo increíble —fuerzo una sonrisa sincera a ella, a mi amiga, gesto que devuelve.

—Lo hago —admite. Llega detrás de mí y apoya su mano en mi hombro—, pero me duele cubrir sus capas con todo esto.

—Descuida, es un habito al que nos hemos acostumbrado.

—Aun así —su mano sube a mi cuello mientras sus dedos acarician la zona de mi pulso. No me inmuto y sostengo sus ojos como lo hago siempre en cada situación y con cualquier persona—, eso solo acentúa su belleza, Excelentísima. Y lucirá mucho más hermosa para esta noche, solo faltan las joyas que…

—No —digo firme. Me giro de nuevo e impongo distancia cuando percibo su próximo movimiento. Ir por la joya azul de Milickan que aguarda ansiosa en el tocador a la espera de ser puesta alrededor de mi cuello. Melody retrocede, sorprendida por mi arrebato, pero no me disculpo por ello—. No hace falta yo puedo ponérmela, por ahora es suficiente, Melody, te agradezco mucho. Necesito un tiempo sola.

El repudio que siento hacia un simple objeto es demasiado bizarro para tratarse de una simple joya, sin embargo, por muy insignificante que parezca, siento que, al momento de ponerla sobre mí, seré reclamada tal cual trofeo o tesoro que debe ser entregado a un ganador o más bien, al que mejor ha doblado la apuesta y ese ha sido el Rey.

No deseo sentir el peso de esa joya que seguro marca el inicio del imposible.

—Como usted ordene, lady Sharon. Si necesita de mi ayuda sabe dónde acudir —Melody deja la joya y retrocede sin borrar su sonrisa de los labios.

Se retira como lo hicieron las otras doncellas. Dejo escapar el aire y aprieto mis dedos sobre el tocador sin ver directo al espejo, sino al diamante al lado de mi mano a la espera de que lo tome. Una burla, un reto el cual debo tomar no por decisión sino por obligación.

Lo hago.

Tomo el diamante y lo envuelvo en mi puño sin poder verlo mas tiempo. El peso se siente en mi mano temblorosa mientras incrusto el diamante en mi palma con la cicatriz con el temple y el deseo ferviente de atravesar el material y romperlo a la mitad, como si de esa manera mágicamente pudiese desaparecer el significado implícito y oculto que lo resguarda.

Y luego de unos segundos, lo dejo caer con fuerza en la madera.

No me atrevo a seguir bajo el ojo de su escrutinio por lo que dirijo mis pasos hacia el enorme ventanal de mi habitación, arrastrando la tela fina del vestido que cae desde detrás de mis codos y envuelve mis antebrazos, creando una cortina para ellos hasta el piso y otra línea más que arrastro como un velo para ellos.

En el escritorio al lado de la ventana descansa un caballete junto a un lienzo en blanco, sin ninguna mancha, sin ser rozado por la suavidad o la caricia del pincel desde hace un tiempo.




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