La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 23

Es cerca de las cinco de la tarde. He escuchado los pasos de mis padres alrededor del palacio en todas las horas que llevo dentro de mi habitación.

Apoyo la frente sobre la madera, sabiendo que es imposible seguir posponiendo lo inevitable.

Supe lo que iba a ocurrir desde el momento que, de manera muy consiente, aunque disimulada, rechacé al Rey frente a la mayoría de los Altos, un gesto que ni Leonardo ni Elodi dejaron pasar.

Tomo un respiro y decido acabar con la angustia que me carcome desde la noche anterior con la conmemoración de la avaricia que fortalece a mi familia.  

Avanzo por el pasillo desolado de guardias, a excepción de uno y a quien menos quiero ver. Elay, aguarda en al final del pasillo al inicio de las escaleras del primer piso. Trago y continuo, haciendo caso omiso de su presencia. Necesito bajar hacia el salón principal donde sé que se encuentra mis padres.

Su mirada sigue mis pasos en silencio, tanto que cuando llego a su lado recibo un asentimiento de su parte como si fuésemos grandes amigos, el cual, devuelvo por educación.

Sin sonrisas irónicas, sin su expresión ególatra o algún signo de la evidente astucia que muestra. Solo un rostro neutro en el cual no reparo demasiado y paso por alto su presencia.

Elay no me sigue cuando bajo los escalones.

La expectativa me carcome y los latidos fervientes en mi pecho solo es una pequeña muestra de que, sin importar cuanto rehúya no puedo deshacer las cadenas que aún me atan a mi familia o a los planes que ellos desde un inicio tuvieron para mi vida.

Mis dedos duelen cuando se anclan al pasamanos a medida me acerco al salón iluminado. No aparto mi mano de la madera cuando llego al último escalón y enfrento a mis padres.

Elodi y Leonardo se encuentran sentados en uno de los sofás. Madre siempre tan recatada y pulcra, lo mismo ocurre con mi padre. Ambos astutos y seguros, sin ningún tipo de imperfección en sus gestos.

Me examinan con fijeza y aprensión. Mantengo un gesto serio y estoico, de la manera en la que por años me recordaron mostrar frente a la sociedad.

Hay dos guardias en la estancia y uno de ellos es Jhuriel.

Su mirada me encuentra, su cuerpo permanece tenso y alerta, como si percibiese la bruma que se instaura alrededor en el momento que mi presencia es evidente.

No he hablado con él desde la noche anterior, no encuentro el valor suficiente para encararlo, no después de todo lo que presenció con Milickan. No cuando la culpa se arraiga con fijeza a mi cuerpo.

Le debo una disculpa.

Aparto los ojos de mi caballero y reúno la atención a mis padres que se ponen de pie, de una manera lenta y sosegada lo que ocasiona que mi cuerpo permanezca en alerta.

Padre señala un espacio frente a ellos. Tomo un respiro y, sin apartar mi vista de ellos me acerco a paso lento, prolongando el momento inevitable.

—Sharon, por fin decidiste salir —Elodi suena irritada.

—Pudieron buscarme, madre. No recargues todo ese peso sobre mi —respondo y tengo la osadía de encoger mis hombros. Padre me amenaza con su mirada, una clara advertencia de guardar mis comentarios para otro momento.

Aparto mis ojos de los suyos y los veo a ambos de manera alterna.

—Seguro que sabes el motivo por el cual esperábamos tu presencia. Ahora que has reunido el valor para enfrentar tus errores, es momento para dejar en claro un par de cosas —el tono arrastrado en la voz de Elodi no hace mucho por apaciguar mis crecientes nervios.

Ninguno de ellos hace algún gesto por retirar a la guardia, como si mis padres esperasen algún movimiento violento de mi parte, uno que no va a ocurrir por el respeto que guardo por ambos a pesar de todas las situaciones que nos preceden.

—Bien, madre, pues entonces también deberás aclarar en donde se supone que habita mi error —Elodi avanza hacia mí en zancadas seguras, sin embargo, padre toma su hombro y la detiene, como si de esa manera pudiese aplazar la tempestad que se avecina.

—Ofendiste a la familia Real comportándote de la manera en que lo hiciste y frente a la sociedad a la que nos enfrentamos a diario. Dejar pendiente al Rey de esa manera es un acto deshonroso de tu parte que te va a costar, Sharon —aprieto mi mandíbula y miro a mi padre con rencor mientras niego.

Leonardo Fliescher, mi padre, el hombre que, a pesar de su interminable trabajo, siempre encontraba la manera de pasar tiempo a mi lado. El hombre que en las noches más frías me abrazaba hasta quedar dormida. El hombre que una vez prometió protegerme de cualquier peligro… ahora solo refleja pena y decepción y yo lo siento por él.

Su mirada, aquella que años atrás mostraba calidez e indulgencia, el rostro sereno cuando me llamaba dulce niña no existe más.

Decepción, deshonra, sentencia, amargura… hay tanto que centella en su rostro que es difícil encontrar, aunque sea una sola de las muchas emociones dominantes, aun así, cada una de ellas se clava como una navaja que hace un corte fresco en mi pecho.

El recordatorio de la marca de lucha en mi mano… incluso duele mucho más, sin embargo, no permito que aquella evidente cicatriz incapaz de sanar con el tiempo debido a las aberturas del pasado, sangre frente a ellos, evito darles un motivo adicional que acabe con mi poca esperanza, la que en instantes quedara hecha pedazos los cuales tendré que reconstruir como lo he venido haciendo.

Soy la espina que salva a la rosa. No puedo permitir que llegue a ello.

—Decir que no, no funciona ¿Desde cuándo mi palabra no tiene el suficiente peso? ¿Obligarme por el capricho que les genera un título? Ni siquiera les importa el abuso que me causan —digo, amarga y mi voz tiembla de rabia—. ¿Qué se supone entonces que haga? ¿Qué mire y lo deje pasar como si nada? —rio al mismo tiempo que niego—. Olvídalo, padre, no funciono de esa manera. Me protejo de lo que se suponen ustedes deben hacer, pero en lugar solo me tiran hacia ello. No quería estar con Milickan y no les importó dejarme con él ¿Qué mas remedio? No me arrepiento de nada —presiono mis manos en puño mientras el color se drena de mi rostro, puedo sentirlo.




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