La Reina: El inicio de la leyenda

Livsnjutare

Jhuriel

Había llegado a Kindstone después de cinco largos meses fuera del reino que me ha acogido desde hacía tres años.

Soy recibido por un carruaje en el muelle junto a mis colegas de trabajo.

Observo a través de la ventanilla las calles aledañas ya conocidas. Personas conocidas como transeúntes. La nobleza en sí.

Cuando el carruaje arriba a las enormes extensiones del palacio Real, me siento un poco en casa.

Milickan, el Rey de Kindstone, nos espera en la entrada junto a su distinguida madre, la Reina Melissa Macall.

Cada uno de nosotros realiza la debida reverencia a los Máximos de nuestro reino. Melissa sonríe y, junto a su hijo, corresponden con una pequeña inclinación, siendo incluso demasiado para personas como ellos a quienes se les debe veneración.

Anhelo ir directo a mi zona de descanso, esperando el momento a que Milickan nos dé el visto bueno. Lo hace, mas no conmigo. Los demás se retiran. Sostengo arriba la mirada cuando Milickan se acerca. Melissa se ha retirado dentro del palacio.

—Bienvenido Jhuriel —Apoya su mano en mi hombro. Quedamos a la misma altura, pero me limito a asentir, demasiado perdido en el mar de agotamiento en mi cuerpo—. Descansa. Tenemos un par de asuntos con los que ponernos al día. Uno en específico para lo cual te necesito lucido.

Palmea mi hombro y se retira. Me quedo de pie un instante más, procesando el tono y las intenciones que pretende realizar. Sea lo que sea, confía demasiado en mí. Mi lealtad y mis valores el principal motivo para ser parte de sus tropas, incluso llegar a ser guardia personal.  

Mantengo la compostura cuando finalmente puedo ir a mi habitación. Han sido demasiadas horas de viaje, incluso acostumbrado al trabajo, a las horas en guardia, de pie, alerta, ha sido pesado y mi cuerpo resiente el agotamiento.

Me dirijo hacia el baño ya fuera de la armadura y hago un poco por mi propia apariencia, removiendo el rastro de barba, cortando las puntas de mi cabello, lavando mi rostro.

Me observo y me veo mejor, siendo más consciente de mi apariencia física. Mis ojos verdes, la piel con toques pálidos, el cabello castaño con pequeñas ondulaciones, la belleza procedente de los rasgos de mi madre y los músculos de mi cuerpo, trabajo gracias a los insufribles ejercicios.

Pero no soy avaricioso, no presumo de ello, sabiendo que la poseo.

En el momento que regreso a la pequeña habitación, apenas me da tiempo a quitar las sábanas ya que caigo rendido en el placer del sueño.

.

Una semana después de mi llegada, en mi turno de descanso, uno de mis compañeros me informa que Milickan pide mi presencia, por lo que me encuentro en su despacho lo más pronto posible.

Ni siquiera me esfuerzo en ponerme la armadura por encima del traje negro.

—Pasa, Jhuriel —hace un gesto al sofá frente a él.

Tiene el tobillo apoyado en su rodilla, con una copa de vino en sus dedos. Uno de sus brazos descansa de manera perezosa sobre el respaldo de su asiento. Un gesto casual y despreocupado, no el hombre que tiene un reino a su espalda y que por costumbre la mayor parte del tiempo se encuentra detrás de su escritorio.

Consideraría a Milickan un amigo, nuestra confianza, una fuerza que mantiene el lazo entre nosotros y algunos privilegios que me otorga como poder tutearlo cuando no estamos en eventos públicos lo que sería considerado una blasfemia, una falta total de respeto a su cargo y a su poder, teniendo en cuenta que soy un simple caballero, un lacayo disfrazado con una palabra no tan llamativa. Caballero Real.

Cierro la puerta a mi espalda y dirijo mis pasos hacia el sofá. Me ofrece una copa, pero desisto de su ofrenda con un pequeño gesto de negación.

Tiene la vista perdida en el enorme ventanal frente a él, junto a una expresión de hambre y deseo que se transparenta en su sonrisa de lado y, por el gesto de seguridad que expresa, está seguro de que, lo que sea que piensa o planea, debe salir como él lo desea y para eso estoy aquí.  

—Me has llamado —afirmo con voz monótona. Grave. A la que estoy acostumbrado.

Milickan desvía su atención por un segundo, pero nuevamente vuelve a aquel semblante pensativo y anhelante. Imito su pose, cuando tomo asiento, mientras sigo esperando su orden.

—Sharon Fliescher —menciona al cabo de un par de segundos en silencio mientras le da un sorbo a su copa de vino rojo.

—Hablas de la Duquesa —

—No de su madre, por supuesto. Con ella ya tenemos la suficiente comunicación.

—¿Qué pasa con la menor? —interrogo, no siendo de mi agrado hacia donde se dirige la conversación.

Conozco a la pequeña duquesa al igual que la mayoría por no mencionar que todo el reino la conocen. Los segundos en la línea de los Altos después del Rey, su título grita poder en todo su esplendor y ni hablar del trabajo que realiza el duque por conservar siempre los mejores dotes para su familia, llevando con él muchos negocios grandes.

—La quiero para mí. La quiero como mi cortejada. Mi prometida. Ya es tiempo que consiga una esposa, pero aun debía esperar por ella. Dócil, paciente, sumisa, adecuada. Es ella a quien necesito. El tiempo de prorroga ha transcurrido, es mi momento para actuar.

—¿Ella lo sabe? —Milickan ríe entre dientes. Su expresión cambia de nuevo, a una salvaje y furiosa, perdido en sus memorias del pasado seguro.

Milickan, distinguido Rey, Alteza, Máximo, Grande de Kindstone, conocido por cada uno de aquellos distintivos, puede moldear una perfecta apariencia impecable frente al público, frente a su reino, sin embargo, no puede huir de sí mismo y de los pensamientos que lo corroen.

A la sombra del público se transforma en lo que verdaderamente le invade. No puede ocultar sus emociones para él mismo. Un gesto que en el campo de batalla puede costarle incluso la vida.




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