La Reina: El inicio de la leyenda

Forelsket

Jhuriel 

Sigo con la mirada a un par de camareras que sirven cerveza a los otros clientes. Una de ellas me guiña uno de sus ojos castaños o es lo que consigo distinguir desde mi posición.

Hombres. Nos encontramos solo hombres, caballeros y mercaderes que sacuden su rutina del día y la culminan a tragos, como lo hago yo justo ahora o algunos otros que en secreto y en risas que se quiebran y se vuelven lágrimas, deseando ahogar sus penas. Como yo también, casi.

Reconozco a varios caballeros de diferentes reinos. No es el establecimiento que acostumbro a concurrir, pero el chico a mi lado me ha convencido y he cedido a acompañarlo de manera muy fácil. A él y a los otros que también nos siguieron.

El ambiente es ruidoso y voraz. El olor masculino de sudor y perfumes baratos junto a la cerveza se siente en el aire. Un poco de olor cutre se mezcla, pero no me quejo. Se pasa mejor en medio de las hordas de canto y la luz rojiza.

—¿Qué tal te la pasas, colega? —Giulio pasa su brazo sobre mis hombros—. ¿La cerveza ha quitado tu cara de culo, tu estado famélico? —los presentes en la mesa ríen a carcajadas. Me empino la jarra y lo enfrento, pero no quito su mano.

Puede que vaya lo suficiente ebrio para arrastrar las palabras y permitir ese acercamiento.

Los últimos días, me he mantenido pensante, como nunca. Me he quebrado la cabeza, en especial porque mis pensamientos y estado terminan desviándose a una dirección la cual he evitado, pero que evidente, debo cruzar. No, más bien que deseo cruzar porque en ella se encuentra nada más que Sharon Fliescher y su inevitable presencia.

Giulio y el otro chico que acompaña a Sharon, Aaron, me han interceptado como aquella primera noche que llegué al palacio de los Fliescher y me han traído con ellos, antes de eso, admito que pensaba en la duquesa, en la conversación de hace un par de días en aquel pedazo de extensión y la manera en que de alguna forma me ha evitado estos últimos días, de una forma más constante, como si no soportara mi presencia o que respire el mismo aire a su alrededor, la he seguido, pero de alguna manera encuentra el espacio para escabullirse.

No me la puedo sacar de la cabeza como lo haría con cualquier otra situación. No tengo remordimientos, no soy un salvador y no me arrepiento de mis acciones, pero con ella, lo siento todo diferente, me hace cuestionar demasiado, cuando no he sido una persona que se detenga a hacerlo.

No ha habido más encuentros o intercepciones con antes. Nos hemos limitado a saludarnos y a cerrar contacto. Habla poco conmigo, pero soy su guardia, la sigo y lo he visto.

Miro a Giulio que ha olvidado que debo darle una respuesta. No aparta su brazo, pero ríe con fuerza junto a los demás en la mesa.

Sharon habla con él, es diferente, maldita sea que mis ojos los han visto. Conmigo, se ha limitado a no más sonrisas, no más retos, a no seguir el estado que hemos mantenido. Se ha cerrado prácticamente a mí, a cuando estoy cerca y no niego que me estresa o me decepciona, porque luego me encuentro buscando un indicio, un rastro, una miseria. Me siento arrastrado por ella, casi arrodillando, suplicándole a pesar de mi orgullo.

—Entonces… ¿Qué te decía? —me pregunta Giulio de nuevo. Tiene la cara roja de tanto beber.

Tengo resistencia al alcohol por lo que soy un poco más consciente de lo que pasa, pero eso no evita que balancee mi cabeza y cante en voz alta junto a los demás cuando una canción diferente suena en los parlantes. La pista se llena, pero siento el cuerpo pesado que la idea de moverme hacia allá y bailar con una camarera me parece un pecado.

—Hablábamos… no lo sé, pero yo tengo preguntas —mi lengua se enreda al hablar y ambos reímos como idiotas.

—Soy vulnerable —se lleva la mano al pecho—. Lo que diga o haga esta noche, debes saber que no he sido yo. Así que no le digas a nadie —me murmura.

Aaron frente a nosotros carcajea y se inclina sobre la mesa hasta darle palmadas a su amigo.

—¿No tienes guardia mañana, pesado? —le pregunta.

—Le he dicho a Sharon. No hay problema —Aaron rueda los ojos y se empina su vaso.

—Lo ha visto ebrio demasiadas veces. Se ha acostumbrado —me explica, luego ve a su amigo—. Te perdona porque eres su favorito.

—Que dices, si nos quiere por igual —le resta importancia con un gesto de manos.

Ambos discuten por un rato hasta que Aaron se cansa y se levanta.

—Dime una cosa, Giulio, colega —asiente repetidas veces. Lo pienso unos segundos y luego murmuro por lo bajo—. ¿Tú y Sharon tienen algo?

Me mira y vuelve a reír. Aparta el brazo de mi hombro que hasta ese momento permanecía encima de mí.

—Algo…

—Mas que una amistad.

—Pero tú serás un cabrón —me palmea la espalda.

—No seas cobarde. Lo que digas no saldrá de nosotros. Te lo prometo, por mi honor.

Casi quiero reír. Mi honor se fue por la borda desde hace un tiempo. Desde que Sharon y su maldita presencia se incrustó.

—¿Por qué te interesa?

—¿Y por qué no?

—Tienes razón —da un largo suspiro con aliento a alcohol—. Aquí entre nosotros, no es la primera vez que lo preguntan —no me sorprende. Asiento y lo invito a continuar.

—Entonces.

—Por supuesto que no —entrecierro los ojos y carcajeo.

—Vamos, ni siquiera un beso —palmeo su espalda.

—No.

—En los labios.

—Casi, pero no —ríe solo.

—Entonces… ¿Por qué me evita? —zarandeo su hombro. Giulio se encoje de hombros.

—¿Qué? No te evita ¿o sí? Pasa mucho tiempo cerca de ti. Le he dicho, sabes. Hasta Vrina se ha dado cuenta y creo que también le ha dicho el otro día. Juraba que se odiaban.

—¿Sabes que le ha respondido? Se que me evita y me gustaría saber la razón —Giulio frunce los labios y se pone serio.

—¿Por qué tanto interés en ella? ¿planeas actuar en su contra o algo parecido? No lo harás y para ello, tendrías que pasar por encima de mí. Ahora soy vulnerable, pero ya te digo que soy muy bueno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.