Hope...
Ariadne llenó sus pulmones de aire y contuvo la respiración. Después de un rato empezó a contar: uno, dos, tres, cuatro, cinco... Continuó hasta que los primeros síntomas de asfixia la obligaron a soltar todo el aire de golpe. No estaba funcionado en lo absoluto y la sensación de ahogo no dejaba de crecer en el interior de su pecho.
—¿Cuánto hace que le conoces a ese chico? ¿Un mes? ¿Tres meses? —inquirió Hope en un tono mordaz.
—Seis meses —le respondió Ariadne.
Su hermana la miro por lo que ella tuvo que morderse la punta de su lengua para no decir nada más.
—Es un buen chico —explica Amelia desde la pila, donde está lavando algunas verduras.
—Puede que lo sea, pero no me parece una razón justificable para permitirle a Ariadne que se vaya con él a Europa.
—Solo serán un par de semanas.
—Dos semanas a miles de kilómetros con personas de las que no sabemos absolutamente nada.
—¿Y cuál es la novedad? —le lanza la pregunta Ariadne sin paciencia—. A ti nunca te ha interesado saber nada sobre la gente que me rodeo o con las que me relaciono.
—Quizás sea porque no hay de que preocuparse por nadie de este pueblo.
—Vamos, que puedo salir con un psicópata, siempre que sea de Forks.
Hope entornó un poco su mirada.
—Sabes que no es lo que quise decir.
—Por favor, mi niña, ya no discutan —interviene Amelia.
—Pues entonces dile que no se meta en mis asuntos. Solo nos incumbe a ti y a mí, y tú estás de acuerdo con estas vacaciones, ¿verdad? —la cuestionó Ariadne.
Amelia se volvió desde la pila mientras se secaba las manos con un paño.
—Por supuesto que sí. Ya eres mayor y quiero que conozcas el mundo. Nunca has salido de aquí.
Ariadne miro de reojo de su hermana y sonrió para sí misma al ver que se estaba poniendo roja.
—¿Y quién va a ayudarle con la casa? Acaba de comenzar la temporada de frío —repone Hope.
—No te preocupes por eso puedo arreglármelas yo misma.
Hope hizo un ruidito bastante ahogado con la garganta y sacudió su cabeza.
—Yo no puedo quedarme, tengo muchas cosas que hacer en Boston. Vivo allí y... por lo regular siempre estoy ocupada. No imaginas lo que supone trabajar en un periódico internacional. La presión, la responsabilidad... ¡Hay noticias todos los días! el mundo no va a detenerse por mí ni por ti.
—Pues bien, que te has bajado del mundo este fin de semana para boicotearme mi viaje.
—Si crees que preocuparme por ti es boicotearte...
—¡Ya es suficiente! —gruñe Amelia—. Hope, tú hermana no está haciendo nada que tú no hayas hecho antes. ¿O es que ya te olvido tú último verano antes de ir a la Universidad?
—Fuiste a Ámsterdam y a New York con tu entonces novio Bain —le recuerda Ariadne.
Hope sonrió sin ninguna pisca de gracia antes de cruzarse de brazos.
—Veo que ya lo tenéis todo bien decidido y que mi opinión les vale un pepino.
—No es eso... —comienza a decir Amelia. Inspiró hondo antes de dejarlo estar—. Ariadne, deberías de subir a terminar de recoger tus cosas. Se hace tarde.
Ariadne le dedicó una sonrisa victoriosa a su abuela y salió como rayo de la cocina. Una vez en el vestíbulo, se asomó a la ventana. William y Daemon, el prometido de su hermana, conversaban en el jardín. Parecían demasiado cómodos el uno con el otro así que sonrió aliviada.
Subió hasta su habitación y le echó un vistazo a la maleta aun abierta sobre su cama. Hizo un gran repaso sobre todo lo que contenía y releyó de nuevo la lista de cosas que no se le debían de olvidar.
«Ajo, crucifijos, agua bendita...»
Se comenzó a reír debido a un pequeño ataque de nervios. Necesitaba bromear consigo misma para sacudirse la sensación de locura que la embargaba desde hacía semanas atrás. su vida había cambiado en tan poco tiempo y de una forma demasiado drástica, que aún le costaba creer que todo lo que paso fuese real y no que solo había perdida la cabeza.
Pensar en su hermana la hizo dejar de reírse. Hope tenía catorce años y dedicó todos sus esfuerzos a ignorar a Ariadne. Fingía de maravilla que no tenían absolutamente nada en común. Nada que las uniera salvo los genes de los que les era imposible desprenderse. Si no, esa parte también la había desdeñado.
Ariadne sospechaba la verdad que se ocultaba detrás de ese comportamiento. Hope la culpaba de su accidente. Y cuando las pesadillas asaltaban sus noches, devolviéndole los recuerdos de aquel día, ella también se sentía demasiado responsable. Todo lo que podría llegar a sentir una niña pequeña que ha visto pasar frente a ella la muerte de sus padres y la de su hermana.
Apenas y se alcanzaban a escuchar unos golpes en la puerta.
—Ariadne, soy yo Daemon, vengo a ayudarte a bajar tu equipaje.
—Adelante, está abierta la puerta.
Daemon empujo la puerta y se detuvo en el umbral algunos segundos, antes de que decidiera entrar con las manos guardadas dentro de sus bolsillos. Sonrió y ella le devolvió el gesto con amabilidad. Daemon le agradaba.
—¿Has terminado de empacar?
—Sí, ya casi está todo —le respondió ella al tiempo que comenzaba a cerrar su maleta.
Daemon la miró y a continuación paseo su vista por el cuatro.
—Me cae muy bien.
—¿Te refieres a William?
—Sí. Parecer ser un buen tipo.
Ariadne bajó su maleta al suelo y se apartó un mechón de su cabello de la cara con un soplido. Termino sonriendo.
—Es demasiado genial.
Uno de los labios de Daemon se curveo hacía arriba y se rascó la coronilla. Después sacó en sobre de su bolsillo. Se lo entregó. Ariadne frunció un poco el ceño al tomarlo. Lo abrió y vio un montón de billetes.
—No, no puedo aceptarlo —susurró con las mejillas calientes.
—Por supuesto que sí puedes, y no pienso discutir esto contigo.
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Editado: 01.11.2022