La corbata se sintió más apretada que un nudo de horca. Dejé la copa de whisky sobre una mesa auxiliar, su sonido un golpe seco en el eco del salón vacío. Los invitados se habían dispersado con la rapidez de cucarachas al encender la luz. Mi nueva esposa ya no estaba. Se había esfumado. No huyendo, sino retirándose. No una víctima que teme, sino una reina que se quita la corona antes de entrar en su celda.
Ella me había dicho que no la tocara más de lo necesario. Yo le dije que no planeaba hacerlo. Ambos mentimos. En mi mundo, el control es contacto. Y esta noche, el control comenzaba de nuevo.
2.1. El Ascenso Silencioso
La encontré en el vestíbulo, esperando junto a la puerta principal como si el aire libre fuera su único destino. Romina vestía la indiferencia como una armadura. Su vestido gris ceniza contrastaba con el cuero negro del Bentley que nos esperaba.
El chofer abrió la puerta y ella se deslizó dentro, ocupando su asiento junto a la ventana. El silencio que llenó el coche no fue cómodo ni temeroso. Fue la calma antes de un disparo. Intenté encender un cigarrillo, pero el olor a menta y rencor de su aliento, que recordaba de nuestro baile, me detuvo. Ella no necesitaba un arma. Su sola presencia era un arma biológica de alta toxicidad.
Nadie habló durante los veinte minutos que duró el trayecto. Observé su perfil. Las luces de la ciudad le daban destellos esmeralda a sus ojos. Había aceptado la educación de sus padres (el internado, el exilio), pero había regresado con una decisión propia. No iba a suplicar. Su aceptación no fue sumisión, sino la maniobra de un jugador que ve la trampa y decide pisar el cepo para aprender a salir de trampas futuras.
Llegamos a la mansión. No era la de su padre, sino una propiedad neutral que yo había adquirido en las afueras. Era más segura. Era mi jaula.
2.2. La Jaula Dorada
La casa era de cristal y piedra. Fría. Impecable. Diseñada por arquitectos que confundían el lujo con la esterilidad. Un lugar donde la buena educación se valoraba sobre la calidez. La metáfora de su infancia era tangible.
La seguí hasta la suite principal. Ella no miró la cama King, ni el balcón con vista al valle. Su mirada se dirigió a un detalle específico: la cerradura de la puerta que conectaba su vestidor con la suite contigua, que era la mía.
"El notario no mencionó que esto fuera un matrimonio con cohabitación forzosa," dijo, quitándose los alfileres de diamante con una lentitud irritante. "Mencionó 'responsabilidad' y 'propiedad'. Eso incluye presencia. No te mudas a una ala de invitados," respondí, cerrando la puerta principal de la suite con llave.
Romina se giró. Sus ojos ya no eran moho ni billetes viejos; eran fuego puro.
"Mi padre me enseñó que la única diferencia entre un prisionero y un dueño es quién tiene el control de la llave. Dime, Dante, ¿quién abre esa puerta?"
2.3. La Demanda de Soberanía
Me acerqué a ella, acortando la distancia que tanto detestaba.
"Yo. Yo abro todas las puertas, Romina. Yo reconstruyo el imperio, yo gestiono las deudas, yo protejo tu vida de La Serpiente y La Mantis. Aceptaste el contrato. El control es mío."
Romina no retrocedió. Su voz era baja, pero cortó mis argumentos como un bisturí de cirujano.
"Acepté la alianza, no la servidumbre. Mis padres me enviaron lejos para aprender a ser funcional. Me dieron dinero, sí, pero me obligaron a trabajar para no depender de ellos. Mi 'decisión' de volver no fue por amor; fue para recuperar lo que me quitaron. Y no voy a entregar mi única moneda de cambio." "¿Qué moneda, Romina? Estás vacía." "Mi cuerpo. Mi voluntad. El derecho a ser la cabeza visible, no el vientre productivo. Si soy la última Nivar, yo dictaré cómo se usa ese nombre. Tú tendrás el poder. Yo tendré la soberanía."
Ella señaló la puerta que separaba las suites.
"Quiero una cerradura interna en mi vestidor. Quiero acceso a mis cuentas personales. Y quiero que, cuando se trate de la política familiar, tu palabra sea ley, pero mi nombre sea la voz. Quiero la ilusión de independencia. Si no me la das, el resentimiento me consumirá, y mi odio te quemará a ti también. Y eso no le conviene al nuevo Don."
2.4. El Primer Pacto
Su ultimátum era perfecto. No me había pedido amor ni consuelo, solo negociación. Había aceptado la jaula, pero exigía una llave metafórica. Era la decisión de la que no tenía nada más que perder.
Me quedé en silencio, saboreando el desafío. El humo de un cigarrillo imaginario subía lento en el aire.
"Tendrás tu cerradura, Romina. Y tendrás la voz en público. Pero por cada centímetro de autonomía que ganes, yo tomaré el doble en lealtad silenciosa." "Trato hecho. Un cuervo necesita silencio para cazar."
El trato estaba cerrado. Saqué las llaves de la suite del bolsillo y las tiré sobre la cómoda. Me di la vuelta.
"Duerme, Romina. La guerra comienza mañana. Y esta vez, no tienes un padre para limpiar el estiércol."
Cerré la puerta de la suite contigua. El tango había terminado, pero la marcha fúnebre continuaba. Me apoyé en la pared fría de mi habitación. Ella quería soberanía. Yo quería el imperio y, a largo plazo, domesticar a la heredera salvaje. La distancia física apenas se había establecido, pero la línea de batalla emocional ya estaba marcada a fuego. El humo de mi cigarrillo, ahora real, subía lento, ya no pensando en cómo tocarla, sino en cómo romperla.
Fin del Capítulo 2