Su ultimátum era perfecto. No me había pedido amor ni consuelo, solo negociación. Había aceptado la jaula, pero exigía una llave metafórica. Era la decisión de la que no tenía nada más que perder.
Me quedé en silencio, saboreando el desafío. El humo de un cigarrillo imaginario subía lento en el aire.
"Tendrás tu cerradura, Romina. Y tendrás la voz en público. Pero por cada centímetro de autonomía que ganes, yo tomaré el doble en lealtad silenciosa." "Trato hecho. Un cuervo necesita silencio para cazar."
El trato estaba cerrado. Saqué las llaves de la suite del bolsillo y las tiré sobre la cómoda. Me di la vuelta.
"Duerme, Romina. La guerra comienza mañana. Y esta vez, no tienes un padre para limpiar el estiércol."
Cerré la puerta de la suite contigua. El tango había terminado, pero la marcha fúnebre continuaba. Me apoyé en la pared fría de mi habitación. Ella quería soberanía. Yo quería el imperio y, a largo plazo, domesticar a la heredera salvaje. La distancia física apenas se había establecido, pero la línea de batalla emocional ya estaba marcada a fuego. El humo de mi cigarrillo, ahora real, subía lento, ya no pensando en cómo tocarla, sino en cómo romperla.