La reina que se niega a ser esclava.

Capítulo 4: El Consejo de Guerra

El aire en la mesa de roble era denso, pesado, como el plomo recién fundido. Esta no era la boda. Esto era la junta directiva. Y la junta directiva solo entendía un idioma: la matemática de la lealtad y el coste de la desobediencia. Los doce hombres sentados a la mesa controlaban los muelles, la distribución, el juego clandestino y los archivos de medio continente. Eran los Barones del viejo imperio de Nivar. Y la mayoría de ellos, si pudieran, me ahogarían en el vino que Dante rechazó anoche.

Vestía un traje negro que cortaba la luz. Los gemelos de plata brillaban bajo el único candelabro que iluminaba la sala, diseñado para proyectar sombras largas y nerviosas. Dante se sentó en la cabecera, una silla demasiado grande para él, que alguna vez fue ocupada por el Don. Él era el nuevo poder, el Cuervo que había recogido los pedazos. Y yo era el ancla que evitaba que la nave se fuera a pique. La soberanía no es silencio; es saber exactamente cuándo y cómo usar la voz que te han concedido.

4.1. El Juego de la Apariencia

Llegué cinco minutos después que Dante. Un retraso calculado que él había aprobado con un simple asentimiento de cabeza. La Metáfora de la Cenicienta Oscura: tenía que ser visible, pero no desesperada.

Mi vestido era de seda color carbón, modesto pero caro. Llevaba el pelo recogido y la única joya que permití: un broche de diamantes que perteneció a la madre del Don, un símbolo de continuidad. El mensaje: Esto es la familia. Yo sigo aquí.

Al entrar, el murmullo se detuvo. Los Barones me escanearon: mi rostro, mi ropa, mi postura. Buscaban la víctima, la Nivar rota que podían manipular. Encontraron a la "esposa estable" de la sinopsis: inexpresiva, con carácter, sentada en silencio al lado del poder.

Dante ni me miró. Su mano descansaba sobre la mesa, abierta. Un gesto de falsa calma. Sabía que la estabilidad que yo representaba era su armadura. Yo era la Nivar. Yo daba legitimidad al Cuervo.

4.2. La Serpiente en el Banquillo

La Serpiente, Florencia Iscariote, estaba sentada a la derecha de Dante, cerca, pero no demasiado. Ella fue la primera en hablar, con su voz suave y dulce.

"Dante. Es... edificante verte liderar. Pero me preocupa que la transición haya sido demasiado rápida. El puerto está inestable. El Barón Ruiz ha movido su territorio. Necesitamos mano dura. Una demostración." "Ruiz siempre ha sido ambicioso, Florencia," respondió Dante, su voz baja y uniforme. "El viejo Don le dio demasiado margen. ¿Qué sugieres? ¿Una acción frontal que nos enfrente a la policía que tú misma has infiltrado?"

El golpe fue sutil. Ella intentaba usar la inestabilidad como excusa para forzar a Dante a cometer un error. Él, en cambio, le recordó que conocía sus propios túneles y sus secretos. Florencia sonrió, pero sus ojos rojos se estrecharon.

Aquí entró mi papel.

"Florencia, ¿los libros del puerto reflejan el volumen del último trimestre del Don?" pregunté, mi voz clara y fría, sin emoción. Ella parpadeó, sorprendida por la interrupción. "No entiendo la relevancia." "La relevancia es legal," dije, apoyándome ligeramente en la mesa. "Como esposa del nuevo Don y última heredera Nivar, necesito auditar esos libros para garantizar que la 'estabilidad' que tanto te preocupa no se deba a fugas internas. Un matrimonio es un contrato, Florencia. Y yo me aseguro de que se respeten los números."

El silencio fue ensordecedor. La mirada de Dante se deslizó hacia mí. Había utilizado mi "soberanía" recién negociada y mi "buena educación" para clavarle un puñal de burocracia a La Serpiente. Ella había esperado encontrar a una mujer emocional. Encontró una abogada de la traición.

4.3. Las Reglas del Territorio

Dante tomó el control, cimentado por mi movimiento.

"La esposa tiene razón," dijo, y su voz ahora llevaba el peso de la autoridad. "Transparencia total. Florencia, encárgate de que Romina reciba todo lo que pida sobre el puerto, en la hora límite que ella establezca. ¿Alguna objeción?"

Nadie habló. El Barón Ruiz era un problema externo. La Serpiente era un problema interno. Dante me había usado para neutralizar al enemigo más cercano sin mover un dedo. Éramos un matrimonio ficticio, pero nuestro trabajo en equipo era letal.

Después de treinta minutos de planes operativos, Dante miró a todos los presentes.

"Ahora, al punto principal. El territorio de Nivar está asegurado. Bajo mi mando, el flujo de dinero se incrementará en un veinte por ciento. No busco lealtad ciega. Busco resultados. Si veo cualquier movimiento que sugiera traición o ambición desmedida, recordad: El Cuervo no caza. El Cuervo limpia. Y si no hay un cuerpo que limpiar, fabricaré uno."

4.4. El Beso que Quema

La reunión terminó. Los Barones se levantaron y se dirigieron a la salida, obligados a dar una reverencia formal a Dante. Romina se quedó en la mesa, recogiendo mentalmente los datos que había recopilado.

Dante se acercó y se detuvo a mi lado.

"Buen debut, Romina. Has usado tu veneno de forma inteligente." "Yo cumplo mi parte del contrato, Dante. La estabilidad de tu carrera depende de ello." "La estabilidad de mi carrera... y la mía. ¿Qué querías demostrarles con el broche de tu suegra?" "Que no me he olvidado de quién soy ni de dónde vengo. Que la sangre Nivar todavía corre por aquí. Y que tú estás casado con ella."

Él se inclinó, su aliento oliendo a menta y pólvora guardada, tal como lo hizo en el baile. Él no me iba a tocar. Lo habíamos prometido en el Capítulo 3. Pero en este género de "matrimonio ficticio", siempre hay un momento en que la farsa debe ser convincente.

Me agarró suavemente por la nuca, obligándome a mirar hacia arriba. Sus labios fríos se presionaron contra los míos. No fue tierno; fue posesivo, una marca de territorio destinada a ser vista a través de los cristales ahumados por cualquier Barón rezagado. Sentí el poder de él en mi boca, su promesa de control. Me aferré a su traje para no caer.




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