La reina que se niega a ser esclava.

Capítulo 5: La Cenicienta Oscura

La Cenicienta original usó la magia para llegar al baile. Yo usé el odio y la seda. En la vida real, el carruaje no se convierte en calabaza a medianoche, sino que la carroza blindada se asegura de que regreses a tu jaula de cristal.

Había pasado toda la mañana en una sesión de tortura vestida de lujo: peluqueros, maquilladores y una diseñadora de Milán que había volado solo para vestirme. Mi cuerpo era la pieza central de Dante; su primer gran anuncio público como nuevo Don. Y yo, la Nivar, tenía que ser una obra maestra. No para mi vanidad, sino para su guerra.

5.1. El Disfraz de la Reina

El vestido que eligió la diseñadora era azul medianoche, tan oscuro que absorbía la luz, dejando solo el brillo de los diamantes que lo adornaban. Era un color que recordaba a la lealtad que no existía.

Me miré en el espejo de cuerpo entero. La mujer que me devolvió la mirada era hermosa, sí, pero su belleza era una máscara. Una máscara de buena educación y una dignidad que me había costado años forjar en el internado de la soledad. Era el disfraz perfecto para la esposa estable y dócil que Dante necesitaba para su carrera.

"Pareces la joya de la corona, señora Murillo," dijo la diseñadora con admiración italiana. "Solo soy la corona," respondí, la voz apenas un susurro.

Dante entró en la suite, vestido con un esmoquin impecable. No me miró. Me escaneó. Sus ojos se detuvieron en mi rostro: Hermoso. Inexpresivo. Letal.

"¿Y la sortija?" preguntó, refiriéndose al anillo que debía llevar para la farsa. "No la necesito. La tinta de nuestros contratos ya dejó marca en mi piel. Además, mis manos están ocupadas sosteniendo este imperio," dije.

Me acerqué a él, acortando la distancia por voluntad propia. Me paré demasiado cerca, recordándole la punzada del beso anterior.

"Recuerda el trato, Dante. En público, soy tu ancla. Pero en privado, solo somos dos extraños que comparten una hipoteca." "Dos extraños con demasiado que perder, Romina. No falles. Hoy te presento a la alta sociedad, a aquellos que pueden limpiar nuestro dinero sin ensuciarse las manos. Muestra la soberanía de los Nivar. Muestra que no eres una víctima."

5.2. El Baile de las Mentiras

El evento era una gala benéfica en la cumbre de un rascacielos. La música era barroca, las copas de champán burbujeaban con promesas vacías.

Al entrar del brazo de Dante, sentí cientos de ojos sobre mí. No era admiración, era inspección. Éramos la pareja de poder más peligrosa de la noche: la brutalidad del Cuervo legitimada por la elegancia de la Nivar.

La primera prueba vino de parte del Conde Veronese, un viejo tiburón de las finanzas que había estado cerca del Don.

"Señora Murillo, es una pena el destino de su padre. Me imagino que el cambio ha sido... duro." "El cambio es solo una reorganización, Conde," intervine, tomando la mano de Dante con firmeza—un gesto de posesión, no de afecto. "Mi padre construyó los cimientos con sudor y sangre. Ahora, mi esposo y yo estamos construyendo el techo con ingeniería y precisión. No es duro, es necesario."

El Conde se rió, incómodo. Dante me apretó la mano en señal de aprobación bajo la mesa. Había utilizado el lenguaje de la corporación de la sinopsis para callar a la vieja guardia.

5.3. El Zorro y La Mantis

Mientras Dante se ocupaba de un grupo de inversores, sentí una mirada penetrante desde el fondo. Florencia Iscariote, La Serpiente, nos observaba desde lejos. Tenía la expresión de quien saboreaba una traición que aún no se había concretado.

Pero no era ella la que me preocupaba.

Cerca de la barra, detecté a un hombre con una cicatriz fina sobre el labio. Era un contacto conocido de Aurora Killian, La Mantis.

El contacto, un hombre llamado Zorro por su habilidad para desaparecer, me sonrió con falsa cortesía.

"La señora Murillo. Mi jefa, Aurora, lamenta no poder asistir. Dice que la belleza de la nueva esposa del Don es tan deslumbrante que ella sentiría vergüenza de competir."

La frase era un dardo. La Mantis no estaba allí. Estaba trabajando. Y su contacto me estaba entregando un mensaje.

"¿Y qué mensaje me trae el mensajero de La Mantis, señor Zorro?" pregunté, manteniendo mi sonrisa congelada. "Solo una advertencia, señora. En esta ciudad, todos son prescindibles. Hasta las joyas de la corona."

Mis ojos se movieron rápidamente. Busqué a Dante. Estaba a unos metros, pero atento. La Cenicienta Oscura entendió la amenaza: el valor de la joya es lo que atrae al ladrón. Mi alto perfil me había convertido en el objetivo.

5.4. El Final de la Farsa

Cuando Dante regresó, le susurré, sin mover los labios:

"La Mantis me ha enviado un mensaje. Su Zorro dice que soy prescindible."

Dante sonrió, una sonrisa fría y peligrosa que no alcanzó sus ojos. Me tomó por la cintura, un toque más firme que el requerido para la farsa.

"Bueno. Dile a tu amiga, La Mantis, que el Cuervo protege lo que le pertenece. Y lo que le pertenece, Romina, nunca es prescindible."

Nos dimos la vuelta para irnos. El reloj no marcó la medianoche, pero el evento había cumplido su función. Había demostrado mi valía y, al mismo tiempo, había confirmado que yo era el territorio más valioso que Dante debía defender. La Cenicienta se fue del baile, pero se llevó consigo el conocimiento de que el peligro no estaba en los Barones, sino en la sombra que nos seguía. El juego de ajedrez había comenzado, y yo era la Reina que acababa de ser marcada.

Fin del Capítulo 5




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