7.1. El Espectáculo de la Ilusión
Mi vida siempre ha sido el espectáculo que otros quisieron, yo solo una actriz que aprendió a interpretar el papel. Hoy, el rol es La Reina sobre el Tablero, y el vestuario era perfecto.
El vestido que Dante me hizo poner era una trampa de satén color medianoche, simple y sin adornos, pero diseñado para recordar que, bajo toda la seda, yo era la pieza más peligrosa. No usé joyas de la familia Nivar. En cambio, Dante me colocó un brazalete de oro antiguo, pesado y con un mecanismo de cierre que parecía más una advertencia que un adorno. "Si eres el cebo, necesito saber dónde estás," me dijo, su voz áspera. El brazalete era un rastreador. La aceptación de esa humillación fue mi primera victoria del día. Mi verdadera belleza estaba escondida: mi plan.
Nos dirigíamos a una subasta de arte en el distrito financiero. Un lugar neutral, lleno de gente que negocia en millones a la luz del día y en cadáveres bajo la luna.
7.2. El Cebo de la Farsa
La Mantis no caza en salones de baile; ella prefiere los callejones. Pero su mensajero, el Zorro, estaría allí, esperando ver la debilidad de Dante y la fragilidad de su nueva esposa. Yo era la carnada perfecta.
Entramos en el salón. El silencio no fue por admiración, sino por el peso de la muerte. Todos sabían que yo era la hija del Don caído y la esposa de El Cuervo. Los susurros se hicieron ondas.
Dante me guio con la mano en mi espalda, un gesto de propiedad tan frío como el acero. Nuestros ojos se encontraron por un instante. "Vende la mentira, Romina," me siseó al oído, usando exactamente la metáfora que necesitábamos.
Y vendí. Me moví por la sala con una sonrisa medida, la de una mujer que sabe su valor y no tiene que demostrarlo. Saludé a los antiguos aliados con cortesía y a los enemigos de Dante con un hielo que habría congelado el whisky. Mostré el brazalete de oro como una cadena, pero mis ojos decían que era una corona.
7.3. La Observación de la Enemiga
En la esquina, frente a un cuadro demasiado moderno y violento, estaba el Zorro: un hombre delgado con corbata de seda, demasiado nervioso para el ambiente. Sus ojos, en lugar de mirar el arte, estaban clavados en Dante, y ocasionalmente, en mí.
Me acerqué a una anciana con demasiados diamantes y le conté, lo suficientemente fuerte para que el Zorro me oyera, la historia de cómo Dante y yo nos conocimos: una farsa sobre pasión inmediata y el destino, adornada con detalles falsos sobre un viaje a Venecia. "El amor siempre llega en el peor momento," concluí con un suspiro que sonó a mentira sincera.
El Zorro se mordió el labio. Había comprado la mentira. Había visto la belleza expuesta y asumido que la mente detrás era simple.
7.4. El Contramensaje
Dante regresó con dos copas. Me entregó la mía.
"¿Ya te cansaste de ser dulce?" me preguntó en voz baja. "Aún no. El Zorro está enviando el mensaje: 'La Sra. Murillo es una estúpida enamorada. Blanco fácil'." "Excelente," Dante bebió un sorbo. "¿Y ahora?"
Caminamos hacia un grupo de hombres de negocios que estaban discutiendo una nueva inversión. La oportunidad que había planeado. Dejé que Dante hablara durante un minuto, luego, como si no pudiera evitarlo, lo interrumpí con una pregunta clave sobre la estructura de la deuda en el puerto. Una pregunta demasiado técnica, demasiado precisa.
El Zorro nos observaba. La esposa enamorada no conoce los números. La esposa enamorada no interrumpe al jefe.
El Zorro se levantó y se fue.
"Se ha ido," anunció Dante. "Se ha ido a decirle a La Mantis: 'El cebo es peligroso. La joya es la mitad de la estrategia. La Sra. Murillo es inteligente, tiene carácter y conoce tus números. Es la nueva socia y debe ser eliminada primero'."
La trampa estaba tendida. Mi vida de soledad y estudios de mi pasado de "internado" me había dado la astucia para ver el juego. Y mi decisión de quedarme y luchar contra los que me habían abandonado, se había convertido en mi arma.
7.5. La Conexión Forzada
Salimos del evento. El aire nocturno me azotó la cara. Estaba agotada por la actuación.
En el auto, el silencio se rompió por la voz de Dante, que no era de un jefe, sino de un cómplice.
"Lo hiciste bien, Romina." "Solo vendí el producto que pediste, Dante. Ahora La Mantis vendrá a buscar a la esposa lista, no a la amante fácil." "Eso nos da la ventaja," admitió. Su mano se movió desde el asiento y rozó mi rodilla. Un toque fugaz, accidental... o no. "No rompas las reglas del contrato, Cuervo," le advertí, mi voz tensa. "Tú ya las rompiste, Reina. En el momento en que abriste la boca sobre los números. Te vendiste como un objeto, pero actuaste como una dueña. Y eso, es mucho más interesante."
Me quedé en silencio, mi respiración acelerada. La belleza se había vendido. Pero la identidad oculta (mi plan) había sido revelada. Y eso solo significaba una cosa: el juego personal acababa de comenzar.