8.1. El Silencio de la Espera
La Mansión Murillo se había convertido en un bunker elegante. En el estudio, solo el tenue zumbido de los servidores y el sonido de nuestras respiraciones. Dante estaba de pie, mirando cuatro pantallas que mostraban vistas aéreas de un almacén abandonado en los muelles, el lugar que Romina había elegido para el intercambio.
"El Zorro llegó hace diez minutos," informó Dante, su voz baja y uniforme, sin una pizca de emoción. "Aurora Killian no lo enviará solo. Sabe que le dimos un cebo demasiado inteligente," repliqué.
Sentada frente al monitor, la adrenalina me hacía temblar. No por miedo a morir, sino por miedo a fallar en mi venganza. Este era mi momento de Decisión Final de la sinopsis: demostrar que soy más que la hija de un Don caído.
"Mi brazalete está activado, mi posición es segura," dije, mirando el pesado oro en mi muñeca. "Ella vendrá por mí. Quiere mi cabeza como trofeo." "No te muevas del punto ciego hasta que te dé la señal," ordenó Dante. "Si me equivoco, te conviertes en la carroña que tanto me gusta recoger."
8.2. El Cebo se Mueve
Mi papel era esperar en un Range Rover blindado, visible pero inalcanzable, frente a la única entrada al almacén. La Mantis debía verme, saber que la "esposa lista" estaba allí.
A través de los cristales, vi al Zorro. Estaba solo, esperando, con una carpeta de documentos. Un hombre de negocios que venía a negociar, o eso parecía.
Dante (por el intercomunicador): "Ahora, Romina. Desciende del vehículo y camina hacia él. Ve sola."
Mi corazón latía con furia, no con pánico. Salí a la noche fría y di los pasos que separaban la seguridad de la muerte. Mi vestido de terciopelo se sentía ligero, inútil.
El Zorro sonrió nerviosamente al verme acercarme.
"Señora Murillo. ¿Viene sola?" "Vengo con la única oferta que mi marido está dispuesto a escuchar," respondí. "Y no es de negocios."
Le arrojé un disco duro. El "fallo contable" que Dante y yo habíamos creado. El Zorro lo atrapó al vuelo, confundido.
"Dile a La Mantis que su Belleza Escondida no es su identidad, sino sus números. Y si quiere pelear, que venga ella misma."
8.3. El Ataque y la Confianza Rota
Justo en ese momento, el infierno estalló.
Desde los techos del almacén, las luces se encendieron. No era La Mantis, sino un equipo de sicarios que abrió fuego hacia mi posición. El Zorro gritó y corrió a cubrirse, dejando caer el disco duro.
Me lancé al suelo, el sonido de las balas chocando contra el blindaje del coche era ensordecedor. Me arrastré por el suelo, mi única opción era llegar a la caja de fusibles marcada en el mapa que Dante me había dado.
Dante (por el intercomunicador, su voz por primera vez cargada de ira): "¡Romina, quédate ahí! ¡No salgas del perímetro!" "¡No tengo opción!" jadeé. "¡Me niego a ser solo el cebo! Voy a cortarles la vista!"
Alcancé la caja, con la adrenalina nublando el juicio, y la abrí de un golpe. Una bala rozó mi hombro. Encendí el rastreador del brazalete. "Tú ya rompiste las reglas, Cuervo," susurré. Tiré de los fusibles.
Oscuridad total.
8.4. La Promesa Incumplida
La noche se hizo densa. En medio del caos, escuché el primer disparo de Dante. Estaba cerca. Había roto su propia regla de quedarse en el búnker.
Sentí una mano fuerte en mi brazo, arrastrándome hacia la seguridad. Era Dante, con un subfusil en la mano.
"Te dije que te quedaras en el coche, Romina," su voz sonaba gutural. "Y yo te dije que yo dirijo mi propia protección. Ellos solo querían la distracción, Dante. La Mantis está aquí, y yo sé dónde."
Nos escondimos detrás de unos contenedores. El sonido de pasos se acercaba. Romina señaló un punto: la torre de control en el extremo del muelle.
"Su base. Si quieres la victoria, confía en mí."
Dante me miró. En sus ojos ya no había control frío, solo la ferocidad de un hombre que ha visto su pieza más valiosa en peligro.
"Te daré el tiro, Reina. Pero esta será la única y última vez que me desobedeces en el campo." "Bien. Ahora, a cazar."
Él asintió, y por primera vez, no como un marido de contrato ni como un jefe de la mafia, sino como un socio en el infierno, me entregó una pistola. La guerra había terminado de ser un juego de ajedrez, y acababa de comenzar una alianza de sangre y balas.