La reina que se niega a ser esclava.

Capítulo 9: El Contrato de Deseo

9.1. La Jaula del Interrogatorio

La Mantis, cuyo verdadero nombre era Aurora, no estaba en una celda, sino en una sala de interrogatorios que parecía más bien la oficina de un banquero demasiado pulcro. Estaba inmovilizada, pero sentada erguida. Sus ojos, verdes y duros, seguían buscando una salida.

Dante y yo nos sentamos frente a ella, uno al lado del otro, un frente unido. El ambiente estaba cargado. Esta era nuestra oficina compartida, donde el poder y el deseo por la venganza se mezclaban peligrosamente.

"No te elegí como socia, Romina. Y definitivamente, no elegí desear esta forma de trabajar," susurró Dante en mi oído antes de empezar.

Yo ignoré la punzada de calor que me provocó. Tenía una misión. La Mantis era la razón por la que mi padre dudó, y esa debilidad había costado todo.

"Comencemos," dije, y mi voz sonó tan fría como el mármol.

9.2. La Interrupción de la Controladora

Dante empezó el interrogatorio con la frialdad esperada, hablando de los envíos de armas y el dinero de la Mantis. Puro negocio. Puro Christopher Wright, el jefe controlador.

"El Zorro dijo que buscabas mi cabeza, Aurora," dijo Dante, su voz tranquila y letal. "Solo quería la distracción, Cuervo. Nunca te he temido," replicó Aurora con desdén. "Pero la temes a ella," Dante me empujó hacia adelante con un gesto.

Di un paso al frente. Él me quería cerca. En esta reunión. Viendo cómo se deshacía su imperio.

"Mi padre te dejó manejar los astilleros, Aurora. Te dio la confianza que a mí me negó," dije, mi voz llena del resentimiento de la sinopsis. "Pero mi buena educación no solo me enseñó a leer balances. Me enseñó a encontrar los cabos sueltos. Y yo encontré tu debilidad en el sector farmacéutico."

La Mantis palideció. Era Romina, no Dante, quien conocía ese detalle.

"Tú no eres nadie. Una niña mimada que acaba de regresar de un internado," siseó Aurora, intentando golpearme donde más dolía.

9.3. La Mezcla del Poder y el Deseo

Me incliné sobre la mesa, poniendo toda mi fuerza sobre mis brazos, sintiendo el impulso de hundirle las uñas en el cuello.

"Tienes razón. No soy nadie. Soy un contrato. Uno que te va a costar todo. Dime quién más está contigo. ¿Florencia Iscariote? ¿O los rusos?"

La Mantis se negó a hablar. Dante tomó mi lugar, su cuerpo casi pegado al mío mientras se inclinaba sobre Aurora. La proximidad era una tortura. Su perfume, su calor, la amenaza silenciosa que emanaba. Él estaba en la sala de interrogatorios, pero yo sentía que estaba en su cama, en su territorio.

"Romina conoce cada palmo del territorio Nivar, Aurora. Y yo conozco cada palmo de la Serpiente. No tienes dónde esconderte," gruñó Dante.

Aurora, desesperada, intentó un último golpe: "Ella te odia, Murillo. Es obvio. Este matrimonio no durará."

Dante se irguió. Me miró. Y en ese instante, decidió que el poder y el deseo se mezclarían, justo como decía la sinopsis. Me tomó por el cuello con la palma de la mano, forzándome a mirarlo. No era violencia, era dominación. Era un mensaje para Aurora, pero se sentía condenadamente real para mí.

Me besó. Un beso brutal, posesivo, que no dejaba lugar a dudas sobre quién pertenecía a quién. Un beso que era una mentira corporativa para el mundo, pero una verdad innegable entre nosotros. Un viaje directo a una relación que no entiende de límites.

Cuando se separó, me faltaba el aliento. Aurora nos miraba, sus ojos llenos de terror y, peor aún, de celos.

"Dinos la verdad, Aurora. Dime quién te paga," ordenó Dante. "Nadie. Solo yo…," gritó ella, pero su voz se quebró.

9.4. La Pérdida de Control

Dante me devolvió a mi silla. Él había ganado. La Mantis se había roto, no por el dolor, sino por la demostración de la intensidad de nuestro lazo. Había perdido su control sobre mí, y yo había perdido un poco más del mío sobre él.

La Mantis habló. Confesó todo: un contrato con un rival externo, los movimientos de Florencia Iscariote y el plan para debilitar a Dante.

Cuando terminamos, Dante me llevó a rastras fuera de la sala.

"Te dije que no rompieras las reglas," siseó, su aliento caliente en mi nuca. "Yo no rompí nada," repliqué, mi voz temblando. "Tú me usaste para asustarla. Él la quiere cerca. En sus reuniones. En su cama. Usaste la farsa para quebrar su espíritu. Y cada día que pasa, Sienna pierde un poco más el control... de sí misma."

El contrato era sin sentimientos. Pero el beso había demostrado que la mezcla de poder, necesidad y deseo era un arma de doble filo que amenazaba con destruirme a mí primero. El juego prohibido acababa de comenzar.




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