10.1. El Salón del Trono
La reunión de urgencia se celebró en el "Salón del Consejo", un espacio circular sin ventanas en el corazón de los territorios Murillo. El ambiente era de cámara ardiente. Los pocos miembros del Consejo que quedaban de la antigua guardia Nivar se sentaron alrededor de una mesa de mármol negro. Entre ellos, el rostro de Florencia Iscariote (La Serpiente) brillaba con una confianza venenosa, vestida de un rojo escarlata que era su propia bandera.
Dante se sentó en la cabecera, el trono indiscutible, y yo me coloqué a su derecha. Este era el consejo de guerra, y yo no iba a ser un adorno. Yo era el Gran Visir.
Florencia ignoró a Dante y se dirigió a mí, con una sonrisa que no llegó a sus ojos:
"Romina. Es sorprendente verte tan... integrada. Esperaba que el recuerdo de tu padre te hubiese dado más dignidad que para sentarte junto a su asesino."
10.2. La Danza de la Serpiente
Florencia fue directa. Acusó a Dante de imprudencia, de haber desatado una guerra con La Mantis y de poner en peligro el suministro del puerto. Era una jugada brillante: la ofensa como defensa.
"El Cuervo es un peligro para la estabilidad, un joven impetuoso," siseó Florencia, su voz calculada. "Los activos Nivar merecen una mano más experimentada. Tal vez un regreso a la vieja guardia."
Miré a Dante, que se mantuvo impasible, su rostro era una máscara de piedra. Me recordó a un rey de Westeros esperando el momento exacto para su movimiento.
Mi mano, que reposaba bajo la mesa, se cerró sobre la suya. No fue un gesto de afecto, sino de poder. Una alianza forzada que definía el campo de batalla.
10.3. El Desenmascaramiento
Cuando Florencia terminó su monólogo sobre "experiencia y tradición", Dante asintió lentamente.
"Un argumento fuerte, Florencia. Lástima que esté basado en una mentira."
Hizo una seña. La puerta se abrió y un hombre de seguridad trajo un proyector y la confesión grabada de La Mantis, detallando los pagos que Florencia había recibido para sabotear el puerto antes de que Dante tomara el control.
El murmullo se convirtió en un rugido sordo. La traición política en su máxima expresión.
Florencia se puso de pie, su rostro pálido bajo el maquillaje.
"¡Esto es una farsa! ¡Una falsificación! ¡Una mujer torturada!" "La Mantis estaba quebrada por su propia codicia, no por la tortura," dije, y tomé la palabra, asumiendo el mando que me había negado mi familia. "Y a diferencia de usted, señora Iscariote, yo no recibí nada de mi padre. Lo que tengo, lo gané. Y lo que veo, son pruebas de que usted ha estado drenando nuestros recursos durante años para sus propias ambiciones."
10.4. El Contrato de Sangre y Dinero
Dante se inclinó sobre la mesa, su mirada se encontró con la de Florencia. Este era el momento de la ejecución política.
"La Serpiente mordió al Cuervo, pero se envenenó sola. Romina me trajo las pruebas," declaró Dante, uniendo nuestros destinos ante todos. "Ella es la estabilidad que ustedes pedían. La mujer que protege el Imperio."
Florencia hizo un último intento desesperado, dirigiendo su ira hacia mí:
"¡Tu padre te repudió! ¿Crees que este hombre te ama? Eres solo una pieza. ¡La esposa temporal para su carrera!"
Caminé hacia Florencia, mi rostro sereno. Me detuve a unos centímetros de ella.
"El amor no es el objetivo aquí, Florencia. Y tienes razón, no lo elegí como esposo, pero lo elegí como socio. Mi padre fue sentimental. Yo soy pragmática. Y mi Decisión Final es que a partir de hoy, usted ya no tiene voz ni voto en este Consejo."
Tomé el anillo de Florencia de su dedo, un símbolo de su posición, y lo dejé caer sobre la mesa de mármol con un sonido seco. El trono había cambiado de manos.
10.5. El Reinado Conjunto
La reunión se disolvió en un silencio cargado de miedo y respeto. Dante me esperó en el centro de la sala.
"Acabas de cometer un acto de traición que te perseguirá el resto de tu vida," me dijo, pero había un fuego innegable en sus ojos. "Yo solo consolidé tu reinado y aseguré el mío. La próxima vez, que La Serpiente intente un movimiento, tendrá que matarme a mí primero."
Él sonrió, una sonrisa de depredador satisfecho. Me tomó la mano y el peso de su palma sobre la mía ya no era solo un contrato, sino una promesa de poder compartido.
"El trono es nuestro, Reina," susurró. "Ahora, vamos a casa para celebrar la victoria."