La reina que se niega a ser esclava.

Capítulo 11: El Refugio Incómodo

11.1. La Fuga Necesaria

Salimos del Consejo con la misma sincronía con la que habíamos entrado, dejando atrás los rostros congelados de los aliados de Florencia. La victoria era nuestra, el trono estaba asegurado, pero la tensión entre Dante y yo era una herida abierta.

"A la casa del lago," ordenó Dante a su chofer, sin mirarme.

El lugar era un refugio de cristal y madera oscura, escondido en la cima de una colina, con vistas al lago. Un lugar para el exilio temporal, no para la paz. Era la primera vez que estábamos solos, sin guardias, sin sirvientes, sin el peso del Imperio.

Al entrar, Dante encendió la chimenea. La luz parpadeante bailó en el cuero de mi brazalete rastreador y en el acero de su reloj. Dos personas que no podían escapar, ni siquiera entre la serenidad de la naturaleza.

"Hemos roto todas las reglas," dije, rompiendo el silencio. "El contrato era de negocios. El beso no lo fue."

11.2. El Lenguaje del Deseo Silencioso

Dante se sirvió un coñac, pero esta vez, sirvió otro para mí.

"El beso fue política. Fue un mensaje. La Mantis se quebró porque demostré que nuestro contrato era más fuerte que su traición." Su voz era plana, defensiva. "No mientas, Cuervo. Yo no temo a tus enemigos. Yo te temo a ti," repliqué. "Lo que pasó en esa sala nos dejó a ambos sin control. Ese beso nos convirtió en algo que no entendemos, algo prohibido."

La atmósfera se volvió densa, imitando la sinopsis de "Hombres que no piden permiso y mujeres que juran resistirse." Él me estaba pidiendo permiso con el silencio, y yo juraba resistencia con cada respiración.

Me acerqué a la ventana, observando el agua oscura. Era un reflejo de nuestra relación: profundo y peligroso.

"Dime, Dante. ¿Qué es lo que realmente quieres? ¿Soy la Reina de tu Imperio, o soy la 'pieza' que usas en tu cama?"

11.3. La Caída del Muro

Dante dejó su vaso sobre la repisa. El sonido fue fuerte y definitivo.

"Quiero la verdad, Romina. Fuimos sinceros en ese beso." Caminó lentamente hacia mí, su sombra proyectada en el suelo. "No se trataba solo de Aurora. Se trataba de recordarme a mí mismo lo que te debo. Y lo que te quiero arrebatar."

Estaba tan cerca que podía oler el coñac y la pólvora disimulada. Yo era la Sienna Clarke de la sinopsis, perdiendo un poco más del control. Mi mente gritaba: Resiste. Pero mi cuerpo, traicionero, no se movía.

"No me perteneces por un contrato, Romina," susurró. "Me perteneces porque somos iguales. Ambiciosos y rotos. Nos necesitamos."

Mi respiración se cortó. Era la primera vez que admitía vulnerabilidad, aunque estuviera disfrazada de necesidad.

"Si me tomas, rompes el único acuerdo que nos quedaba. Y yo te haré pagar por ello," le advertí, intentando recuperar mi voz de "Reina".

11.4. El Deseo Sin Nombre

Dante ignoró la amenaza. Estiró la mano, no para tocarme, sino para desabrochar el pesado brazalete rastreador de mi muñeca. Un acto simbólico de renunciar al control.

El brazalete cayó con un suave tintineo sobre la madera del suelo. Éramos Romina y Dante, sin títulos, sin rastreadores, exiliados en nuestra propia intimidad.

"Ya no hay contratos, Reina. Solo dos personas que están hartas de mentir. Te deseo desde el momento en que me miraste con odio en esa sala del Consejo."

Me tomó el rostro entre sus manos. Sus pulgares acariciaron mis pómulos. El tacto era inesperadamente suave.

"No voy a pedir permiso. Y sé que vas a resistir."

Me besó de nuevo, pero esta vez fue diferente. No fue una demostración de poder para un enemigo, sino una declaración para mí. Un beso lento, profundo, que se sentía como un incendio gestándose en el centro de un refugio helado. Mi resistencia se rompió. Mis manos se aferraron a su camisa. Cuando el poder y el deseo se mezclan, nadie sale ileso. Yo había jurado resistirme, pero era demasiado tarde. La guerra había terminado, y había comenzado la rendición mutua.




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