La Reliquia Encantada

Néstor

La luna brillaba con intensidad en aquella húmeda y fría noche, iluminando el frondoso paisaje. Los árboles se mecían con el viento, mientras los animales se refugiaban en sus respectivas madrigueras. La hierba se mezclaba con una calzada de piedra, procedente de una enorme metrópoli. La urbe se encontraba rodeada de altas fortificaciones, estos imponentes edificios alteraban el paisaje y la fauna del lugar. Aquella capital era conocida en toda Irëdia como "La ciudad dorada" por sus enormes riquezas, pero su nombre era: Micka.

El crepúsculo daba un aire de misterio al ambiente, la intriga se acrecentaba con las desérticas callejuelas. No obstante, el silencio no duró mucho tiempo más, pues sonó una campana que inquietó a todos sus ciudadanos: los soldados corrían de un lado a otro, desorganizados. Mientras algunos aún se estaban colocando la armadura y pertrechando las armas; otros, guiaban a los habitantes por las calles hasta un pequeño fuerte. La hueste se preparó para la contienda con diligencia, intentando así rechazar a los invasores.

A pesar de los enormes esfuerzos, el portón principal de las murallas cayó y de él surgieron unos seres atroces. Estas criaturas tenían un aspecto similar al de un demonio: se podía apreciar garras afiladas que prevalecían de sus manos; algunos de estos especímenes, poseían una piel negra como el ocaso, otros de un intenso rojo sangre; y en sus espaldas se apreciaba unas alas oscuras como la noche. A esta espeluznante amenaza se le sumaba dos largos y retorcidos cuernos que coronaban sus cabezas. A dichos engendros, le seguían otros, estos sin miembros voladores y similares a los humanos, pero de un tamaño descomunal. Medían aproximadamente unos diez metros de altura. A pesar de que las puertas de las murallas eran enormes, los colosos apenas cabían por estas. Los muros que doblaban el tamaño de las puertas, no eran rivales para los gigantes, ya que estos las trepaban sin dificultad.

El cielo se tornó en tinieblas y un manto lóbrego cubrió a la población, era tal la negrura que ni siquiera se podía apreciar una sola estrella en el firmamento. De algún lugar de la atmósfera, descendieron demonios con semblante aún más malicioso que los anteriores. Nada ni nadie podía detener las fechorías de estos seres, los cuales no tenían reparos en arrebatar vidas. Cada vez aparecían más de estos individuos, había tantos que aventajaban con creces a los mortales.

En apenas unos minutos, se desató el caos en la capital: las casas fueron arrasadas y desvalijadas, los cultivos envueltos en llamas y los ciudadanos que no pudieron refugiarse a tiempo corrían atemorizados.

Muchos hombres se enfrentaron a ellos con valor, pero la fuerza sobrenatural de estas bestias superaba a la de cualquier ser humano. Cuando la batalla parecía decantarse por el bando de los demonios, aparecieron de las afueras de la urbe refuerzos. Pues vinieron más soldados humanos para evitar la toma de Micka. Se trataba del prestigioso Ejército de Fos, unas tropas especiales que estaban acostumbradas a mediar con fuerzas tenebrosas. Sin más demora, se precipitaron contra los diablos y gigantes, libraron una cruenta batalla que sería recordada durante siglos.

—¡Eh, Néstor! ¡Cuidado! ¡A tus espaldas! —Exclamó un recluta mientras abatía a un demonio. El hombre era bastante corpulento y lucía una túnica corta, sobre ella destacaba una coraza metálica para el tronco. El peto dejaba al descubierto sus fornidos brazos llenos de heridas y moratones. En sus callosas manos sostenía con firmeza una lanza, cuya punta se hallaba cubierta de sangre negruzca. Un casco compuesto de visera coronaba su cabeza, del cual sobresalía su cabello castaño. Una cicatriz que surcaba su rostro le otorgaba una expresión aún más temible.

Néstor, cuyo pelo era negro como la tinta y cuyos ojos color mar, giró y esquivó el golpe de un diablo, el cual estuvo a punto de propinarle con una lanza. Aprovechó la evasiva para desarmar a su oponente con un hechizo. Acto seguido, el enemigo se sorprendió al ver que su contrincante era un brujo, ya que resulta extraño encontrar a un humano con el don de la magia. No obstante, el demonio no se detuvo y le acometió con las zarpas. El hombre esquivó sin dificultad el asalto y le clavó su arma en el pecho. Néstor era menos vigoroso que su compañero y de estatura media, aunque más bien pequeña para tratarse de un soldado. Él a diferencia de su amigo portaba una espada.

—¡Con este van veinte! ¡Hoy estás hecho un hacha! —clamó el hombre que le advirtió anteriormente.

—Anda, no exageres Orin, tú tampoco te quedas corto. Estos son contrincantes menores, lo importante es encontrar al jefe y acabar con esto de una vez por todas —dijo con una expresión decidida en su rostro y sus arrugas se acentuaron.

—Tu mujer me encargó que te protegiera, así que por el bien de ella y tus hijos no hagas ninguna insensatez.

—¿Y luchar contra estos seres no es ya una intrepidez? —preguntó Néstor mientras atravesaba con su acero a otro ente maligno.

—Yo lo calificaría como una tremenda locura, pero no podemos permitir tal agravio contra Micka, ni que tantas personas inocentes derramen su sangre.

—¡Mira, ahí arriba! Al fin aparece ese cobarde de Baltor —dijo Néstor señalando al cielo.

Orin miró y vio un enorme pájaro oscuro, casi imperceptible en la oscuridad, si no fuese por la capa roja del jinete que estaba sentado en su grupa. De la mano de su montador fluían un sinfín de rayos y bolas de fuego, aniquilando a las huestes mortales.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.