La Reliquia Encantada

Decisiones

Un mes después, el frío día de invierno se hallaba sumido en una discusión aparentemente eterna entre dos jóvenes amigas. Sus cuerpos se alzaban sobre la tarima de una lúgubre habitación, cuya única fuente de iluminación era una pequeña ventana, desde la cual se vislumbraba la violenta lluvia golpear la cristalera. Las insignificantes gotas que se agolpaban recordaban a las lágrimas que Ariadna, una de las jóvenes, había derramado en esa misma habitación un par de horas antes.

Cerca del ventanal se apreciaba una pequeña mesita sobre la que se encontraba un jarrón de cerámica con unos bellos jazmines. Sobre el suelo se extendía una vieja alfombra, en la que se hallaba tumbado un animal de apariencia feroz, pero en el que se podía apreciar la fidelidad que manifestaba a su dueña, Ariadna. La bestia se parecía a un tigre, sin embargo, era más que eso, se trataba de un dientes de sable, cuyos ronquidos se mezclaban con las voces de las jóvenes:

—¿te has vuelto loca, Ariadna? ¿Acaso no ves que tu decisión puede empeorar aún más las cosas? —dijo Dafne con el ceño fruncido, mientras se apartaba unos mechones dorados de su rostro acalorado.

De su larga melena sobresalía, unas orejas puntiagudas típicas de una elfa. La joven poseía una voz dulce que recordaba al cantar de los ángeles. Mostraba un fino atuendo de seda que destacaba su atlético cuerpo y que se correspondía con la delicadeza de su piel de una blancura similar a la de su amiga.

—¿Empeorarlas dices? ¡Eso es imposible! No eres consciente de la gravedad del asunto —dijo Ariadna indignada.

Con el nerviosismo dio un golpe al jarrón de cerámica y éste cayó al suelo, desperdigando los bellos jazmines. Esas eran las flores favoritas de Ariadna y éste había sido un regalo por su cumpleaños, por lo que su enfado aumentó.

La bestia se despertó sobresaltada, gruñó a Ariadna mostrando sus enormes colmillos y se esfumó de la habitación. Ariadna se apresuró para recoger las flores y dejarlas sobre la mesita con mucho cuidado. La belleza de ésta se asemejaba a una Venus con expresión triste, lucía un atuendo tétrico, pero a la vez sugerente. Su melena de color negro azabache se ocultaba en la oscuridad y sus ojos parecían dos grandes caramelos incrustados en una cara delicada. Su voz era atractiva y recordaba al canto de las sirenas que ensimismaba a los marineros.

—Pues claro que soy consciente, pero no creo que sea la mejor solución —le respondió Dafne, intentando en vano hacerla entrar en razón.

—¡Estás ciega, como todos! A veces hay que tomar medidas arriesgadas. Si no crees que es una buena idea, ¿por qué no propones alguna? ¡Venga, vamos! —Le apremió ésta con tono desafiante.

Sin embargo, Dafne se quedó callada, desviando la mirada y Ariadna prosiguió:

—no tienes ninguna, ¿verdad? Entonces, ¿qué deberíamos hacer? ¿Quedarnos de brazos cruzados mientras los usurpadores, Baltor y Kadar, se recuestan en sus cómodos tronos? ¿Dejar a toda Irëdia a la merced de sus fechorías?

—¡Ya basta! Por supuesto que me gustaría evitar eso, pero valerosos soldados cayeron en la guerra. Y tú, que ni siquiera tienes experiencia en combate, ¿pretendes luchar contra ellos?

—Prefiero la muerte a rendirme sin más, sin ni siquiera intentarlo…

—Ya veo que eres más terca que una mula, no puedo hacerte cambiar de opinión, ¿verdad?

—Exacto.

—Bueno, solo te pido que razones y no seas insensata, piensa bien las consecuencias antes de obrar. Y por favor, piensa en otra cosa menos arriesgada, asaltar Micka es una locura.

—¿Y por qué no hacerlo? Contamos con el factor sorpresa.

—¡No tienes remedio, estás majareta! ¿De verdad crees que tienes posibilidades de asaltar una ciudad tú sola?

—Evidentemente sola no, pero tiene que haber más gente interesada en la causa. He escuchado rumores de un movimiento rebelde y me gustaría conocerlos.

—¿Pero acaso sabes algo sobre ellos?

—Según he escuchado quieren derrocar a Kadar y devolver las libertades y derechos que éste ha arrebatado, sobre todo a las razas mágicas que son las peores paradas.

—Es bien sabido que Kadar, por mandato de Baltor, persigue a los seres mágicos y los captura en prisiones especiales, aunque ignoro el motivo. Incluso yo que formo parte de la raza elfa, estoy en peligro por el mero hecho de serlo. Por fortuna, nadie conoce del paradero de esta aldea, de lo contrario, me hubiese visto obligada a dejarla atrás.

—Bueno, te equivocas en una cosa: Kadar no está encarcelando a todos los seres mágicos, solo a aquellos que no aceptan una alianza con él. Sospecho que trama algo, sea lo que sea, me da escalofríos.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Demetrio me confía muchas noticias del exterior.

—¿Demetrio? ¿El caballero que es famoso por tantas hazañas? —Ariadna asintió con la cabeza y Dafne repuso—: hace tiempo que no se sabe nada de él en la aldea. Suele aparecer por su casa más a menudo, pero desde lo ocurrido en la capital, cada vez lo vemos menos.

—Eso es porque no quiere que la gente de la aldea lo atosiguen con preguntas sobre cómo están las cosas afuera. Pero Dafne, aún no te lo he contado todo: se rumorea que el grupo de rebeldes no solo está compuesto por humanos.




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