La rendición de la reina

Capítulo 5

—¡Creo este es el peor plan de tu vida! —Viktor Draven pasa su mano por negro cabello, desordenado por todas las veces que ha pasado sus dedos por él.

Lucrecia da una calada a su cigarrillo, su mirada vaga de un lado a otro.

—Lucrecia ¿me escuchas?

Ella cruza una pierna sobre la otra.

—¿Mandaron las fotos? —Viktor suspira.

—Si, en un rato revisaré la cuenta para ver si depósito.

—Lo hará —sonríe —Todos en esta comunidad, piensan que es un hombre de honor, amante de su familia, no se arriesgará en que su apellido se manche ¿Alguna noticia de Alejandro Valtor?

—Ninguna —Viktor frunce los labios —Ese hombre no tiene cola que le pisen, sabe hacer bien las cosas

Ella mira hacia la ventana, su mirada era vacía, sigue fumando, se veía concentrada, pero realmente no estaba pensando nada.

—Lucrecia —el hombre se acerca a ella, su mano grande acaricia su hombro desnudo, llevaba una blusa de tirantes, ella no se mueve —Dame la oportunidad de demostrarte cuanto te amo.

Ella ríe seca

—¿Y la Señorita Paredes? Lo arriesgo todo por ti.

—No la amo —Lucrecia se aparta, se pone de pie, apaga lo poco que quedó del cigarrillo en el cenicero de vidrio.

—Te pasa como a mí —camina hacia la ventana, se abraza a sí misma —No podemos amar, ese noche, los malhechores mataron a nuestros seres queridos, también a nosotros, no me amas, simplemente soy la única que se ha negado a dormir contigo, soy un desafío nada más.

—No puedes decir eso.

—Quiero dormir, mañana debo trabajar.

—No necesitas trabajar...

—Sabes que no lo hago por dinero —se gira para verlo —Estoy en el terreno del enemigo.

—¿No me dirás que te dijo el soplón?

Lucrecia sube la barbilla.

—Ve a dormir Viktor, estoy cansada.

El hombre asiente, sabía que ella no le prestaría atención después de darle las buenas noches.

*****

Alejandro Valtor frunce el ceño al ver su reloj de muñeca, levanta el teléfono para llamar a su nueva secretaria, pero no levanta, se pone de pie, camina hacia la puerta, al abrirla la mujer no está en su lugar, decide quedarse un momento.

Al cabo de quince minutos aproximadamente, una Lucrecia entra casi corriendo, le faltaba el aliento.

—Buenos días —saluda agitada.

—Señorita Valdemar ¿ya vio que hora es? —ella niega con la cabeza —Son las nueve y cinco de la mañana.

—Gracias Señor Valtor, por darme la hora —pasa la mano por su cabello.

—Señorita Valdemar, su hora de entrada es a las ocho y media de la mañana, no a las nueve y cinco.

—Oh —lleva su mano a su boca —Lo siento, no creerá lo que me ha ocurrido, pero es que la culpa la he tenido yo, verá estaba más adormilada cuando puse el primer pie en el suelo, siempre pongo el derecho, pero este día hasta que había puesto el izquierdo, me di cuenta de mi error, todo empezó a salir mal, cuando me metí a bañar el agua estaba helada y he dado un grito... —Alejandro levanta la mano, para que se calle.

—Señorita Valdemar, sírvame café, y trae su agenda electrónica, honestamente no me interesa sus percances para llegar a trabajar, sólo espero que no vuelva a pasar.

Ella muerde el interior de su mejilla, furiosa, suspira profundamente, y finge una sonrisa tonta e inocente.

—No se preocupe Señor Valtor, haré mi esfuerzo para poner mi pie derecho todas las mañanas cuando voy a levantarme —él rueda los ojos y se dirige a su oficina.

La mirada de Lucrecia se oscurece, le hace una seña con los dedos cuando va de espalda, algo que escandalizaria a cualquier mujer.

—¡Estúpido! —escupe molesta, se dirige a encender la cafetera, y prepararle el café, llegó tarde por que uno de sus hombres había tenido un problema, su mujer iba a dar a luz, en el hospital público estaba muy lleno, así que lo envío al privado, hasta que se aseguro que estaban atendiendo a la esposa, se fue a su trabajo, sus hombres no conocían su rostro, pero si sabían que ella los cuidaba cuando lo necesitaban a pesar que decían que no tiene corazón.




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