—¿No puedo ir al baile? —Alejandro sonríe, mientras cubre más a su hija con la manta.
—Aún eres muy pequeña, descansa mi pequeña —dando un beso en la mejilla de su hija.
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La ciudad de Ravenport se vestía de gala para el evento más esperado del año: el Baile de Invierno. Las luces brillaban intensamente, reflejándose en las aguas del puerto, mientras la élite de la ciudad se reunía en el majestuoso Salón de Cristal.
Lucrecia, había planeado meticulosamente su estrategia. Con un vestido de terciopelo rojo que resaltaba su figura esbelta, se movía con gracia entre los invitados, buscando el momento perfecto para acercarse a Alejandro, había pasado pensando toda la noche en la conversación que escuchó, decidió intentarlo, no perdia nada.
Alejandro, un hombre de porte imponente y mirada penetrante, observaba la multitud con desconfianza. Sabía que en eventos como este, las apariencias podían ser engañosas. Cuando Lucrecia se acercó, él sintió una mezcla de curiosidad y cautela.
—Gobernador Valtor —dijo Lucrecia con una sonrisa encantadora—, ¿me concede este baile?
Alejandro la miró fijamente, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de emociones. Aceptó su mano y la condujo a la pista de baile. Mientras giraban al ritmo de la música, Lucrecia aprovechó para susurrarle al oído.
—Alejandro, sabes que siempre he admirado tu liderazgo. Creo que juntos podríamos lograr grandes cosas para Ravenport.
Alejandro mantuvo su expresión impasible, pero sus palabras fueron frías y calculadas.
—Lucrecia, aprecio tu entusiasmo, pero no confío en las intenciones de quienes buscan acercarse demasiado. Ravenport necesita líderes honestos y transparentes, no manipuladores.
Lucrecia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su plan no estaba funcionando como esperaba. Alejandro la soltó suavemente y se alejó, dejándola sola en medio de la pista de baile, rodeada de miradas curiosas.
Mientras la música continuaba, Lucrecia comprendió que tendría que encontrar otra manera de ganar la confianza del Gobernador, o su ambición podría costarle más de lo que estaba dispuesta a pagar.
Después de que Alejandro se alejara, Lucrecia se quedó inmóvil en medio de la pista de baile, sintiendo las miradas inquisitivas de los invitados. Su mente trabajaba rápidamente, buscando una nueva estrategia. No podía permitir que su plan fracasara tan fácilmente.
Decidida a no rendirse, Lucrecia se dirigió a la terraza del salón, donde la brisa fría de la noche le ayudó a calmarse. Desde allí, observó a Alejandro conversando con un grupo de empresarios influyentes. Sabía que tenía que actuar con cautela.
Mientras tanto, Alejandro sentía una creciente desconfianza hacia Lucrecia. Su intuición le decía que ella tenía motivos ocultos.Decidió mantenerla cerca, pero bajo vigilancia.
Más tarde, cuando la fiesta estaba en su apogeo, Lucrecia vio su oportunidad. Se acercó a Alejandro nuevamente, esta vez con una copa de vino en la mano.
—Gobernador, me gustaría disculparme si mis palabras antes fueron inapropiadas —dijo, con una voz suave y sincera—. Solo quiero lo mejor para Ravenport.
Alejandro tomó la copa, pero no bebió. Sus ojos se encontraron con los de Lucrecia, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
—Lucrecia, si realmente quieres lo mejor para esta ciudad, tendrás que demostrarlo con acciones, no solo con palabras —respondió él, con firmeza.
Antes de que Lucrecia pudiera responder, un grito resonó en el majestuoso Salón de Cristal, cortando el aire festivo como un cuchillo. Los invitados se giraron hacia la fuente del sonido, sus rostros reflejando una mezcla de sorpresa y horror. En el centro de la sala, un hombre se desplomaba al suelo, sus convulsiones sacudiendo su cuerpo de manera violenta.
Alejandro y Lucrecia se apresuraron hacia él, abriéndose paso entre la multitud que se apartaba con murmullos de pánico. El hombre, un conocido empresario de la ciudad, tenía los ojos desorbitados y espuma saliendo de su boca. Sus manos se aferraban a su garganta, luchando por respirar.
Alejandro se arrodilló junto al hombre, tratando de mantener la calma en medio del caos. Observó los síntomas y rápidamente dedujo que había sido envenenado. Miró a su alrededor, buscando alguna pista que pudiera revelar al culpable.
—¡Llamen a un médico! —gritó Alejandro, su voz firme y autoritaria.
Lucrecia, de pie a su lado, observaba la escena con una mezcla de fascinación y temor. Sus ojos se encontraron con los de Alejandro, y por un momento, sintió que él la estaba acusando con la mirada.
—¿Qué sabes de esto? —preguntó Alejandro, su voz baja pero cargada de sospecha.
—Nada, te lo juro —respondió Lucrecia, tratando de mantener la compostura.
Alejandro no estaba convencido, pero no había tiempo para interrogatorios. El médico llegó rápidamente y comenzó a atender al hombre, mientras los guardias del gobernador aseguraban la zona, alejando a los curiosos.
La música se había detenido, y el salón, antes lleno de risas y conversaciones, ahora estaba sumido en un silencio tenso. Los invitados se miraban unos a otros con desconfianza, preguntándose quién podría haber cometido tal acto.
Mientras el médico trabajaba frenéticamente, Alejandro se levantó y se dirigió a la multitud.
—Nadie saldrá de aquí hasta que descubramos quién es el responsable —anunció, su voz resonando en el salón—. Ravenport no tolerará actos de violencia y traición.
Lucrecia sintió un nudo en el estómago. Sabía que cualquier movimiento en falso podría ponerla en la mira de Alejandro, pero esta vez la Reina de Drakos no tenía nada que ver con este suceso, su gente no actuaba por su propia cuenta, levanta la mirada y mira alrededor, sabía que el causante ya no estaba en el lugar, no lo atraparian, pero se daba cuenta que Alejandro creía que ella tenía algo que ver, aunque no sabía la razón.
Mientras el médico atendía al hombre envenenado, Alejandro mantenía su mirada fija en Lucrecia. La tensión en el salón era palpable, y los murmullos de los invitados llenaban el aire. De repente, uno de los guardias se acercó a Alejandro con una expresión grave.