La rendición de la reina

Capítulo 10

La tensión se apoderó de la sala mientras todos intentaban asimilar lo ocurrido. Lucrecia, ahora preocupada, se encontraba cerca del incidente, observando con ansiedad cómo Alejandro y otros intentaban ayudar al hombre envenenado. De repente, Corvus Ravens, conocido por su integridad y preocupación por la verdad, se acercó a ella con una expresión de genuina preocupación.

—Lucrecia, ¿estás bien? —preguntó Corvus, quitándose la chaqueta y cubriéndola con ella para protegerla del aire frío que entraba por las puertas abiertas.

Alejandro, que estaba a pocos metros de distancia, observó la escena con una mezcla de desconfianza y molestia. El hecho de ver a Corvus tan cerca de Lucrecia, cubriéndola con su chaqueta, despertó una chispa de celos que intentó ocultar.

—Estoy bien, Corvus. Gracias por tu preocupación —respondió Lucrecia, agradecida por el gesto.

Alejandro se acercó rápidamente, su mirada fija en Corvus.

—¿Todo en orden aquí? —preguntó, su voz fría pero con un sutil matiz de tensión.

Corvus se dio la vuelta, encontrándose con la intensa mirada de Alejandro.

—Sí, gobernador. Solo quería asegurarme de que Lucrecia estuviera bien —respondió Corvus con calma, aunque su tono reflejaba su propia desconfianza hacia Alejandro.

Alejandro asintió lentamente, pero sus ojos no se apartaron de Lucrecia.

—Agradezco tu preocupación, Corvus. Lucrecia está bajo nuestra protección. No hay de qué preocuparse —dijo Alejandro, su voz firme.

Lucrecia notó el cambio en la actitud de Alejandro, percibiendo la molestia en sus palabras. A pesar de la tensión en el aire, no pudo evitar sentir una cierta satisfacción al darse cuenta de que Alejandro estaba preocupado por ella.

—Gracias a ambos. Estoy bien, de verdad —dijo Lucrecia, tratando de calmar los ánimos.

Corvus asintió y dio un paso atrás, pero Alejandro permaneció cerca de Lucrecia, su presencia protectora evidente. La fiesta continuaba, pero la dinámica entre ellos había cambiado. La desconfianza seguía presente, pero ahora también había un nuevo elemento en juego: un interés personal que Alejandro no podía ignorar.

—Lucrecia, creo que es mejor que te lleve a casa —dijo Alejandro, su voz firme, pero con una nota de preocupación que no pudo ocultar.

Corvus, aún junto a Lucrecia, no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente.

—Gobernador Valtor, agradezco tu preocupación, pero puedo llevarla a casa yo mismo. No hay necesidad de que te incomodes —dijo Corvus, mirándolo directamente a los ojos.

Alejandro sintió cómo la tensión aumentaba. No podía dejar que Corvus se llevara a Lucrecia, no después de todo lo que había sucedido esa noche. Su instinto de protección se activó, incluso si aún dudaba de sus propias intenciones.

—Corvus, no es una molestia. Como gobernador, es mi responsabilidad asegurar la seguridad de todos los presentes, especialmente después del incidente de esta noche —respondió Alejandro, su tono dejando claro que no aceptaría un "no" por respuesta.

Lucrecia, sintiendo la creciente tensión entre los dos hombres, trató de intervenir.

—De verdad, agradezco a ambos. No quiero causar más problemas —dijo ella, intentando calmar los ánimos.

Sin embargo, Corvus insistió.

—Lucrecia, creo que es mejor que alguien de confianza te lleve. No sabemos quién podría estar detrás del envenenamiento, y no me sentiría tranquilo si no sé que estás a salvo.

Alejandro apretó la mandíbula, sintiendo un impulso protector que no podía ignorar. Finalmente, decidió ser más directo.

—Corvus, aprecio tu preocupación, pero insisto. Yo mismo la llevaré a casa. Es una cuestión de seguridad y responsabilidad —dijo Alejandro, su tono dejando claro que no aceptaría más objeciones.

Corvus lo miró por un momento, evaluando la determinación en los ojos de Alejandro. Finalmente, asintió, aunque con visible reticencia.

—De acuerdo, gobernador. Confío en que la cuidarás bien —dijo Corvus, entregando la chaqueta a Alejandro antes de despedirse de Lucrecia con una mirada de advertencia.

Alejandro tomó la chaqueta y la colocó sobre los hombros de Lucrecia, su toque inesperadamente suave.

—Vamos, Lucrecia. Te llevaré a casa —dijo, su voz ahora más tranquila, pero aún firme.

Mientras se dirigían hacia la salida. Sabía que su posición era delicada y que cualquier paso en falso podría arruinar su plan.

Mientras se dirigían al coche, el silencio entre ellos era palpable. Alejandro arrancó el motor y comenzaron su trayecto hacia la casa de Lucrecia. La tensión en el aire era tan densa que parecía que cualquier palabra podría romperla.

Finalmente, incapaz de soportar el silencio, Lucrecia habló.

—Alejandro, sé que esta noche ha sido complicada, pero... ¿quieres hablar de lo que te molesta? —preguntó, su tono buscando una tregua.

Alejandro apretó el volante con más fuerza, sus nudillos blancos por el esfuerzo.

—No hay nada de qué hablar, Lucrecia. Solo estoy haciendo mi trabajo —respondió, su voz fría y cortante.

Lucrecia suspiró, tratando de entender su malhumor.

—¿Es por Corvus? —preguntó directamente.

Alejandro soltó una risa amarga, sin apartar la vista del camino.

—¿De verdad crees que es solo por Corvus? —respondió, su tono sarcástico—. He visto cómo te comportas, Lucrecia. Coqueteas conmigo y luego haces lo mismo con él. ¿Qué debo pensar?

Lucrecia se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la acusación. Pero luego, su propia ira empezó a surgir.

—¿Crees que estoy jugando contigo y con Corvus? —dijo con firmeza—. Te he mostrado nada más que lealtad y, sí, he tratado de acercarme a ti. Pero eso no significa que esté jugando un doble juego.

Alejandro la miró rápidamente, sus ojos reflejando un conflicto interno.

—Es difícil de creer cuando actúas así, Lucrecia. ¿Cómo puedo confiar en ti si no sé cuáles son tus verdaderas intenciones?




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