La rendición de la reina

Capítulo 14

—Lo felicito —Lucrecia sonríe llena de burla —Si estaba sano —guarda sus exámenes —A como lo estoy yo.

El Gobernador se encoge de hombros.

—Mi abogado y amigo, me ha conseguido tres lugares para elegir donde tendremos nuestros encuentros —la mandíbula de Alejandro se tensa, aún no estaba hecho a la idea que estaría con otra mujer que no fuera su esposa, miraba a Lucrecia era una mujer deseable, pero su mente le decía que era un infiel por mirar a otra mujer.

—Perfecto —levanta su muñeca y mira la hora —Tenemos tiempo antes del almuerzo —estaban en la calle —Como su secretaria no será extraño que lo acompañe.

Él no responde, la guía hacia donde está el chófer esperándolo, por petición de él, había pedido solo la presencia de uno de sus guardaespaldas hacia la clínica, en el que confiaba más, había dejado el auto lejos de la clínica, lo menos que quería era que la ciudad creyera que estaba enfermo.

Lucrecia llevaba tacones, ella caminó junto a él, sin protestar, él la miraba de soslayo, Elena lo hubiera enviado por el auto, mientras ella lo esperaba en un lugar con aire, y por supuesto después de regañarlo por ser tan inconsciente con una mujer en tacones, en hacerla sudar.

—Lamento hacerla caminar tanto —murmura sin dejar de mirar al frente.

—No sé preocupe, estoy bien, caminar es bueno para la salud —él asiente, procesando su respuesta, podía estar fingiendo, y guardarse el enojo, su esposa siempre decía que no existía una mujer comprensiva con la incompetencia de un hombre, siempre había algo oculto, hasta obtener lo que querían.

Llegaron al auto, los guardaespaldas estaban esperando, el Gobernador abrió la puerta para que Lucrecia entrará, la joven lo hizo, estaba sedienta, suspira, pagaría el precio para tener el control sobre el Gobernador y de Ravenport.

Llegaron al primer apartamento, estaba en un complejo de edificios, donde solo vivía la alta sociedad de Ravenport, Lucrecia muerde su labio inferior, el lugar era grande, pero no la hizo sentir en casa, ella se gira hacia el Gobernador.

—No creo, este sea un buen lugar —él se detiene de revisar el enorme Jacuzzi.

—¿Porqué no? ¿Muy pequeño? —el apartamento era grande.

—No —se cruza de brazos —Se supone nadie debe de saber de nuestros encuentros íntimos, hay vecinos de la alta sociedad.

El frunce el ceño.

—No había pensado en eso.

—Señor Gobernador, lo mejor sería una casa en las afueras de la ciudad.

Él revisa el mensaje de Fernando, con las ubicaciones de los lugares que le había conseguido.

—Fernando me envio una ubicación, es a las afueras de la ciudad —la mira —Cerca del mar —ella se acerca y lee el mensaje.

Lucrecia sonríe, le gustaba la idea de tener una propiedad en las afueras de la ciudad, cerca del mar, no la alquilarla, ni la vendería, sería su lugar de refugio.

—Vamos —mira al Gobernador, luego busca en su móvil un restaurante —A veinte minutos de la casa, hay un restaurante, para que almorcemos.

—Estoy de acuerdo.

Ella camina hacia la puerta, pero se gira, él casi choca contra ella.

—¿Sus guardaespaldas son confiables?

—No pueden hablar, firmaron un contrato de confidencialidad.

—Maravilloso —responde Lucrecia sarcásticamente, pero obviamente Alejandro no se dio cuenta.

****

Lucrecia baja del auto, la casa estaba pintada toda de blanco, se escuchaban las olas del mar, ella se quedó impresionada.

—Es preciosa —él asiente.

—Vamos —camina junto a ella.

Alejandro se agacha para tomar la llave donde indicaba el mensaje que estaría.

Entran a la casa, estaba vacía, la sala era grande y espaciosa, Lucrecia camina imaginándosela arreglada, Alejandro se detiene, ella tenía una enorme sonrisa, sin dejar de observar el lugar...por primera vez, ella se veía con una sonrisa real.

—Supongo que te gusta —ella se giró.

—Mucho —camina hacia las puertas de vidrios, ella la corre y se asoma al balcón, había una vista espectacular del mar —Es precioso —las gaviotas surcaban el cielo azul.

—Bien, la compraré —responde Alejandro —Te compartiré el correo y el número de una decoradora, puedes ponerte de acuerdo con los muebles, como quieres que se decore —frunce el ceño —¿Sabes conducir?

Lucrecia estaba embelesada por la preciosa vista.

—Si —le gustaba el lugar.

—La casa está en las afueras de la ciudad, te compraré un auto —ella lo mira.

—Uno pequeño, económico —él iba a protestar —No debemos levantar sospechas, si aparezco con un auto ostentoso, nadie creerá que lo compre con mi salario.

—Tiene razón, me aseguraré que le estén chequeando el auto, para que todo marche sobre ruedas ¿color favorito para el auto?

—Sorpréndame.

—Debemos marcharnos —responde el Gobernador —Tengo una junta.

—Está bien —ella sonríe.

Lucrecia se sentía satisfecha, como lo pensó, ella podría controlarlo, no habían tenido intimidad aún y ya le estaba entregando el control, ella estaba tomando las decisiones y eso por supuesto la hacía feliz.




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