La rendición de la reina

Capítulo 17

La brisa marina acariciaba suavemente la terraza de la casa frente a la playa. Las olas rompían en la distancia, creando una sinfonía natural que solía traer paz, pero esta vez, solo acentuaba la tensión palpable entre Lucrecia y Alejandro. Ambos habían estado bebiendo y comiendo en un incómodo silencio, sus miradas perdidas en el horizonte.

Lucrecia se levantó lentamente y se dirigió a una mesa cercana donde había dejado un pequeño paquete envuelto en papel llamativo. Con una sonrisa irónica, lo tomó y lo colocó frente a Alejandro.

—Un regalo para ti —dijo, su voz cargada de un sarcasmo casi imperceptible.

Alejandro levantó una ceja y tomó el paquete con cierta desconfianza. Desató el lazo con cuidado y levantó la tapa. En su interior, un antifaz de plumas de colores brillantes y una carta doblada. La expresión en su rostro se transformó rápidamente de curiosidad a molestia.

—¿Qué se supone que es esto, Lucrecia? —preguntó, sosteniendo el antifaz con una mano mientras desdoblaba la carta con la otra.

Lucrecia se acomodó en su silla, cruzando las piernas con aparente despreocupación. Observó con atención cómo Alejandro leía la carta, su rostro enrojeciendo de furia.

Alejandro

Este antifaz es un recordatorio de que a veces es necesario cambiar nuestra percepción para comprender la realidad.

Úsalo como prefieras.

Lucrecia.

—Es una broma, ¿verdad? —dijo él, arrojando el antifaz sobre la mesa—. ¿Por qué insistes en regalarme cosas humillantes?

—No es una broma, Alejandro —respondió ella, manteniendo la calma—. Simplemente pensé que te vendría bien ver la realidad desde otra perspectiva. Además, me parece divertido regalarte cosas que nadie jamás te ha regalado.

Alejandro apretó los puños, tratando de contener su ira.

—¿Como el collar de perro que me diste la última vez? —espetó—. ¿También fue para que vea la realidad desde otra perspectiva?

Lucrecia esbozó una sonrisa sarcástica.

—¿No te pareció divertido? —dijo, enarcando una ceja—. Pensé que te haría reír.

Alejandro se levantó de su silla, su ira ahora más evidente, pero tratando de mantener una fachada de indiferencia.

—Esto no tiene nada de divertido, Lucrecia. No entiendo por qué insistes en humillarme. ¿Qué intentas demostrar con esto? ¿Qué es lo que realmente quieres de mí?

Lucrecia se encogió de hombros con desdén.

—Lo que quiero es mi asunto, no el tuyo —dijo con frialdad—. Pero si tanto te molesta, tal vez deberíamos reconsiderar nuestro acuerdo.

Antes de que Alejandro pudiera responder, su móvil empezó a sonar en la mesa. Ambos miraron la pantalla al mismo tiempo. El nombre "Corvus" apareció en letras grandes y claras. Alejandro frunció el ceño al reconocer al periodista oficial de la oficina del gobernador.

—¿Por qué te está llamando a estas horas? —preguntó Alejandro, su voz teñida de enojo pero tratando de sonar desinteresado.

Lucrecia dudó un instante antes de alcanzar el móvil, pero Alejandro fue más rápido, tomando el teléfono antes de que ella pudiera reaccionar.

—Alejandro, dame el teléfono —dijo Lucrecia, tratando de mantener la calma.

—¿Qué está pasando aquí, Lucrecia? —insistió Alejandro, su voz elevándose—. ¿Por qué te llama Corvus? ¿Qué tienes que ver con él?

Lucrecia se levantó, acercándose a Alejandro, quien sostenía el teléfono con firmeza.

—No es asunto tuyo, Alejandro. Él es solo un colega —respondió ella, pero su tono no era convincente.

Alejandro sintió un torbellino de emociones. Una sensación de posesividad que jamás había experimentado con Elena, lo invadió. La idea de que Lucrecia pudiera estar involucrada con alguien más lo enfurecía, y no podía entender por qué.

—Esto no tiene nada que ver con el contrato, ¿verdad? —espetó Alejandro—. Admitelo, Lucrecia. Esto es más que un simple acuerdo para ti.

Lucrecia soltó una carcajada seca.

—¿Te estás tomando esto en serio? —dijo, burlona—. Creo que estás dándole demasiada importancia a algo que no la tiene.

Alejandro arrojó el teléfono sobre la mesa, el nombre de Corvus aún parpadeando en la pantalla.

—El contrato fue idea mía, y puedo terminarlo en cualquier momento. ¿Entendido? No estoy jugando.

Lucrecia mantuvo la calma, sabiendo que no podía dejar que Alejandro viera sus verdaderas intenciones.

—Alejandro, si terminas el contrato ahora, ambos perderemos más de lo que piensas. Sabes bien lo bien que lo pasamos al estar juntos. No vale la pena perderlo todo por un malentendido.

Alejandro la miró, intentando descifrar si sus palabras eran genuinas o simplemente una estrategia para mantener el control.

—¿Es eso lo que realmente quieres, Lucrecia? ¿Seguir en esta relación contractual? —preguntó, con una mezcla de desafío y frustración.

Lucrecia dio un paso hacia él, sus ojos clavados en los de Alejandro.

—Quiero lo que me merezco. Y tú también deberías querer lo mismo. No desperdicies lo que hemos construido por una rabieta.

Alejandro cerró los ojos un momento, tomando una respiración profunda. Finalmente, asintió lentamente.

—Está bien. No terminaré el contrato. Pero esto no ha terminado, Lucrecia. Necesitamos aclarar nuestras intenciones.

Lucrecia asintió con firmeza, sabiendo que había ganado la batalla, pero que la guerra interna entre ellos continuaría. La tensión entre ellos era palpable, y ambos sabían que esa noche terminarían haciendo el amor frenéticamente.




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