La pantalla negra del portátil reflejaba sus dos rostros, pálidos y descompuestos por el shock. El silencio en la casa de la playa ya no era tenso; era un abismo. Las últimas palabras de Rafael resonaban en la mente de Alejandro, una y otra vez: “El plan para la Reina de Drakos... Ella no es lo que creíamos...”
Lentamente, Alejandro giró la cabeza. Su mirada ya no era la de un amante o un gobernador. Era la de un hombre traicionado por todas partes, un hombre cuyo único pilar de verdad acababa de desmoronarse.
—¿Qué plan, Lucrecia? —preguntó, su voz era un gruñido bajo y peligroso—. ¿De qué demonios hablaba mi hermano?
La agarró del brazo, su fuerza era un ancla en su mar de confusión.
—¡Contéstame! ¿Lo sabías? ¿Sabías que mi hermano estaba vivo? ¿Eres parte de esto?
Lucrecia sintió el dolor en su agarre, pero era nada comparado con el torbellino en su mente. Ella, la que siempre estaba tres pasos por delante, había estado caminando a ciegas hacia una trampa que ni siquiera sabía que existía. El plan no era suyo. Ella era parte del plan de ellos.
Entendió en ese instante que el juego de la secretaria inocente había terminado. Para que él la escuchara, para que pudieran tener la más mínima posibilidad de salir de esto, necesitaba darle una verdad. La verdad más peligrosa de todas.
Se soltó de su agarre, no con fuerza, sino con una calma que lo descolocó. Se mantuvo erguida, y en sus ojos verdes, Alejandro vio morir a la Señorita Valdemar y nacer a alguien más.
—La Reina de Drakos... —dijo ella, su voz firme como el hielo—, soy yo.
Alejandro retrocedió como si lo hubiera golpeado. El aire escapó de sus pulmones. La líder de la banda más temida de Ravenport. La criminal que había jurado destruir. La mujer que había dormido en su cama. Eran la misma persona.
—Pero no sé nada de tu hermano —continuó Lucrecia, su voz cortando el aire—. Nunca lo supe. Y no tenía idea de que existiera ningún "plan" que me incluyera. Hasta este momento, yo creía que la cazadora era yo.
Él la miraba, buscando la mentira, la manipulación. Pero todo lo que veía era una conmoción tan profunda como la suya.
—¿Por qué? —logró preguntar.
—Porque hace trece años, el sistema por el que tú luchas me falló. Los hombres de Fernando, el consorcio de Farma-Corp... quemaron mi casa. Mataron a mis padres. A mi esposo. A mi bebé nonato —escupió las palabras como veneno—. Cuando la ley mira para otro lado, la única opción que te queda es tomar la justicia con tus propias manos. Ellos empezaron esta guerra, Alejandro. Yo solo la iba a terminar.
La revelación lo dejó sin palabras. Su dolor, su venganza... todo cobró un sentido terrible y trágico.
La Reina de Drakos no era un monstruo, era una creación. Un fantasma nacido del fuego y la corrupción que él mismo intentaba combatir.
Juntos, volvieron a mirar la pantalla en negro, la confesión de ella flotando entre ellos.
—"Ella no es lo que creíamos" —citó Alejandro, entendiendo por fin—. Mi hermano lo descubrió.
Descubrió tu verdadera motivación. Se dio cuenta de que no eras una simple criminal, sino que estabas cazando a los mismos que él. Y por eso te convertiste en una "complicación" para Fernando.
—Fernando debió enterarse de que Rafael lo investigaba y lo capturó —dedujo Lucrecia, su mente estratega tomando el control de nuevo—. Este video... no era para ti. Era un mensaje de seguro para sus socios, una prueba de que tenía a Rafael y de que controlaba la situación. Y nosotros lo acabamos de robar.
El pánico reemplazó al shock en la mirada de Alejandro.
—Fernando sabe que lo tenemos. Sabe que estuvimos en su oficina. Matará a Rafael.
La atmósfera cambió en un instante. Ya no eran enemigos ni amantes. Eran los únicos dos en el mundo que sabían la verdad. Y el tiempo se les agotaba.
—Necesitamos encontrarlo —dijo Alejandro con una nueva y desesperada determinación.
—No podemos ir a la policía. Los hombres de Fernando estarán por todas partes —respondió Lucrecia, su mente ya trazando un plan—. Pero yo tengo recursos que no aparecen en los registros de la ciudad.
Miró a Alejandro, su expresión seria y directa. Su alianza ya no era un contrato firmado por abogados, sino un pacto sellado en sangre y revelaciones.
—Puedo encontrar el lugar donde lo tienen. Puedo movilizar a mi gente. Pero necesito que confíes en mí. No en la secretaria. No en tu amante. En la Reina de Drakos.
Alejandro la observó, viendo por primera vez a la mujer completa: la víctima, la vengadora, la estratega, la amante. Las líneas estaban borrosas, rotas, pero en medio de ese caos, una verdad emergió.
—No me importa quién fuiste —dijo él, su voz firme, sellando su decisión—. Ahora mismo, eres la única persona en este mundo en la que puedo confiar para recuperar a mi hermano. Dime qué tengo que hacer.