La rendición de la reina

Capítulo 22

La casa de la playa, antes un nido de secretos y seducción, se transformó en un centro de mando de guerra. El amanecer se filtraba por las ventanas, pero ninguno de los dos había dormido. La adrenalina era su único combustible.

Lucrecia se movía por la sala con una energía depredadora. Su portátil estaba abierto sobre la mesa de centro, y a través de un comunicador encriptado, su voz era la de una generala dirigiendo a su ejército.

—Quiero un listado completo de todas las propiedades a nombre de Fernando Méndez y sus empresas fantasma, las oficiales y las que no lo son. Revisen almacenes abandonados, fincas, cualquier lugar fuera de la red que haya tenido actividad reciente. Facturas de luz, consumo de agua, lo que sea. Y quiero un informe sobre Isabella Montague. Averigüen quién es realmente y por qué estaba investigando a Fernando. ¡Ahora!

Mientras tanto, Alejandro estaba en el balcón, hablando en voz baja por su teléfono personal, usando su autoridad de una forma que nunca imaginó: en la clandestinidad.

—Capitán Robles, necesito un favor extraoficial y de máxima prioridad. Acceso completo a las grabaciones de las cámaras de tráfico de todas las salidas de la ciudad y carreteras costeras de las últimas 72 horas. Busque los vehículos registrados a nombre de Fernando Méndez y sus socios más cercanos. Quiero saber cada movimiento que ha hecho. Esto no puede entrar en ningún registro oficial. Su discreción es vital.

Colgó y se quedó mirando a Lucrecia. La mujer que había contratado para sacarse a su esposa de la cabeza estaba ahora dirigiendo una operación de inteligencia desde su sala de estar con una eficiencia que helaba la sangre. Vio la disciplina, el poder y la inteligencia pura. Vio a la Reina.

Se acercó a la cocina y preparó dos tazas de café solo, cargado. Le tendió una a ella. Lucrecia levantó la vista de la pantalla, sorprendida por el simple gesto de humanidad en medio del caos.

—¿Siempre eres así? —preguntó él, con una mezcla de asombro y respeto.

—Así es como he sobrevivido —respondió ella, su voz un poco más suave. Tomó un sorbo de café.

Él la observó por un momento.

—Lucrecia... lo que te pasó... lo siento. De verdad.

Ella lo miró fijamente. En sus ojos no había lástima, sino un pesar sincero. Por primera vez, alguien veía su herida, no el monstruo que había crecido alrededor de ella. No pudo responder. Solo asintió levemente antes de volver su atención a la pantalla, pero ese pequeño puente de empatía ya estaba construido entre ellos.

Pasaron dos horas. La información comenzó a llegar.

El equipo de Alejandro encontró algo primero. Una camioneta negra, registrada a nombre de una empresa de seguridad de Fernando, fue captada por una cámara en una desolada carretera de servicio costera dos días atrás. Se dirigía al norte, hacia la zona industrial abandonada. Nunca se registró su regreso.

Casi al mismo tiempo, el comunicador de Lucrecia emitió un pitido.

—Reina, tenemos algo —dijo la voz de uno de sus hombres—. Una propiedad que no encaja. La antigua planta embotelladora de Farma-Corp, en la costa norte. Se supone que está clausurada desde la quiebra, pero registra un consumo eléctrico anómalo. Picos de alto voltaje durante la noche. Alguien está usando maquinaria pesada allí. Y está pagado en efectivo a través de la misma red de empresas fantasma que usaron para comprar los terrenos hace trece años.

Lucrecia y Alejandro se miraron. Sus ojos se encontraron sobre el mapa de la ciudad desplegado en la pantalla. Sus dos pistas apuntaban al mismo lugar. Lo tenían.

El semblante de Lucrecia se endureció, toda vulnerabilidad desapareció.

—No podemos ir solos. Y no podemos usar a tu Capitán Robles. Fernando tendrá vigilantes y probablemente policías en su nómina. Será un baño de sangre si vamos de frente.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Alejandro, listo para seguir su liderazgo.

—Hacemos las cosas a mi manera —dijo ella. Tomó su comunicador y presionó un canal diferente. Su voz cambió, volviéndose fría, autoritaria, la voz de alguien acostumbrado a dar órdenes de vida o muerte—. Equipo Alpha, código Ébano. Punto de encuentro en las coordenadas que les envío. Equipamiento de asalto completo. Tiempo de respuesta: treinta minutos. Cero comunicaciones por radio. Nos vemos allí.

Se giró hacia Alejandro.

—Mi equipo se encargará del perímetro y de neutralizar a sus hombres. Pero para entrar y sacar a Rafael, necesito a alguien dentro que sepa a qué nos enfrentamos. Necesito a un Gobernador que no tema ensuciarse las manos.

—No me quedaré atrás. Rafael es mi hermano —afirmó él sin dudarlo.

Treinta minutos después, el sonido de motores silenciosos llegó desde fuera. Alejandro miró por la ventana. Tres furgonetas negras sin distintivos se detuvieron en la carretera de la playa. De ellas descendieron ocho figuras vestidas completamente de negro, moviéndose con una disciplina militar silenciosa. No eran los matones de la ciudad; eran sus soldados de élite.

Lucrecia se puso una chaqueta de cuero y revisó el cargador de una pistola con una familiaridad escalofriante. Miró a Alejandro.

—¿Estás listo?




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