La rendición de la reina

Capítulo 24

El aire en el sótano era una mezcla tóxica de pólvora, ozono y miedo. El tiempo se estiró, cada segundo una eternidad. Alejandro veía el cañón de la pistola temblar contra la sien de su hermano. Lucrecia veía a Fernando, el arquitecto de su dolor, acorralado y más peligroso que nunca.

—Suelta el arma, Fernando —dijo Alejandro, su voz sorprendentemente calmada, la voz del Gobernador que negociaba con vidas—. Se acabó. No tienes escapatoria.

Fernando soltó una carcajada histérica, sus ojos moviéndose frenéticamente entre Alejandro y Lucrecia.

—¿Se acabó? ¡Esto apenas comienza! Cuando le vuele la cabeza a este traidor, la ciudad entera sabrá que la Reina de Drakos lo mató. Y luego a ti. Y yo seré el héroe que intentó detenerla. ¡Nadie sospechará de mí!

Era un plan demencial, suicida, pero en su desesperación, era su única salida.

Fue Lucrecia quien rompió el punto muerto. Su voz, fría y calculadora, cortó la tensión.

—Estás equivocado.

Fernando la miró.

—¿Qué?

—Subestimas a tu enemigo —continuó Lucrecia, dando un imperceptible paso lateral, cambiando el ángulo—. Crees que yo soy tu único problema. Pero el Gobernador no vino solo.

Alejandro captó su jugada al instante y la siguió.

—Mis hombres tienen todo el edificio rodeado, Fernando. El Capitán Robles y el equipo SWAT están esperando mi señal. Cada palabra que dices está siendo grabada. ¿De verdad crees que saldrás de aquí como un héroe? Saldrás en una bolsa para cadáveres.

Era una mentira perfecta, una construida sobre la autoridad que Alejandro proyectaba. La confianza de Fernando flaqueó por una fracción de segundo. Sus ojos parpadearon, mirando hacia la puerta destrozada, como si esperara ver a los SWAT irrumpir.

Esa fracción de segundo fue todo lo que Lucrecia necesitó.

No disparó a Fernando. Disparó al suelo, a dos centímetros de su pie. El estruendo del disparo ensordeció a todos, y el fragmento de bala que rebotó del hormigón le golpeó a Fernando en el tobillo con la fuerza de un martillo.

Gritó de dolor y sorpresa, su agarre sobre Rafael se aflojó y su puntería se desvió. En ese mismo instante, Alejandro se lanzó hacia adelante, no hacia Fernando, sino hacia su hermano, arrancándolo del peligro y lanzándose ambos al suelo.

Lucrecia avanzó, su arma ahora firmemente apuntada al pecho de Fernando, que se retorcía en el suelo, agarrándose el tobillo sangrante.

—Se acabó —repitió ella, su voz sin emoción.

Alejandro se puso de pie, ayudando a su hermano a levantarse. Rafael, aunque débil, estaba vivo. Los dos hermanos se miraron, y en sus ojos había una década de palabras no dichas.

—Llama a tus hombres —le dijo Alejandro a Lucrecia, su voz llena de una nueva autoridad—. Que limpien este desastre. Que se lleven a los muertos y aseguren a Fernando. Nadie más debe saber que estuvimos aquí.

Lucrecia asintió y dio las órdenes por su comunicador. Su equipo descendió al sótano, moviéndose con una eficiencia silenciosa.

Aseguraron a un Fernando que gritaba maldiciones, atendieron la herida de Rafael y borraron cualquier rastro de su presencia.

Mientras sus hombres trabajaban, Lucrecia se acercó a Alejandro.

—¿Y ahora qué? —preguntó ella.

Alejandro miró a Fernando, luego a los leales soldados de Lucrecia, y finalmente a ella. La decisión que había estado formándose en su mente se solidificó.

—Ahora, le damos a Ravenport la historia que necesita. Y la justicia que merece —se giró hacia los hombres de negro que habían asegurado a Fernando—. A partir de esta noche, ustedes ya no trabajan para la Reina de Drakos. Porque la Reina de Drakos está a punto de ser capturada.

Los hombres se tensaron, mirando a Lucrecia en busca de confirmación.

Ella entendió su plan. Era audaz, impensable, una locura. Y era perfecto.

—A partir de esta noche —dijo Lucrecia, su voz resonando con una autoridad final, dirigiéndose a sus hombres—, ustedes tienen un nuevo contrato. Su misión ya no es tomar de esta ciudad. Es protegerla. Desde las sombras. Responderán ante el Gobernador Valtor. Y su primera misión es entregar a este hombre a la policía.

Señaló a Fernando.

—Él es el monstruo que han estado buscando. Él es el cerebro criminal. Él es la Reina de Drakos.

Una nueva era para Ravenport acababa de comenzar en ese sótano ensangrentado. La Reina había hecho su última jugada, no como una criminal, sino como una fundadora. Y el Gobernador estaba a punto de venderle a su ciudad la mentira más grande y más verdadera de su historia.




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