Seis meses después.
La ciudad de Ravenport respiraba un aire nuevo. La paz era palpable, una calma que había costado sangre, mentiras y sacrificios. En la sala de prensa del palacio del Gobernador, Alejandro Valtor, flanqueado por su recuperado hermano Rafael, había dado la noticia que sacudió al país.
Anunció la captura y desmantelamiento total de la organización criminal "La Reina de Drakos". Y reveló la "impactante verdad": el cerebro detrás de todo, la figura que se escondía tras el alias de la Reina, no era otro que el filántropo y empresario Fernando Méndez. La evidencia, dijo, era abrumadora.
Fernando, usando su vasta red de contactos, había creado un imperio en la sombra, responsable del secuestro de Rafael Valtor (quien valientemente había logrado escapar) y de una corrupción que se extendía por décadas. Fernando, ahora en una prisión de máxima seguridad y sin hablar por un "intento de suicidio" que le afectó las cuerdas vocales, se convirtió en el monstruo que Ravenport necesitaba para sanar.
La Reina de Drakos estaba muerta. Y Lucrecia Valdemar, su secretaria, había "renunciado" discretamente después del trauma para empezar una nueva vida.
El Destino de Viktor
Dos semanas después de la confrontación en la planta de Farma-Corp, Lucrecia se reunió con Viktor por última vez. Se encontraron en el muelle del puerto, el mismo lugar donde ella había comenzado su infiltración. El aire salado soplaba entre ellos.
Viktor la miró, y por primera vez en años, no había obsesión en sus ojos, solo una profunda y agotada tristeza.
—Se acabó, ¿verdad? —dijo él, más como una afirmación que como una pregunta.
—Sí, Viktor. Se acabó —respondió ella suavemente.
—Te esperé por mucho tiempo, Lucrecia —su voz era un murmullo ronco—. Te habría esperado toda la vida. Pero no puedo quedarme. No puedo verte con él. Me destrozaría cada día.
Lucrecia asintió, comprendiendo. El amor de él, aunque torcido, había sido la única constante en su vida de oscuridad.
—No te pediré que lo hagas —le entregó una tarjeta bancaria—. Todo lo que amasamos... lo he repartido. Entre los hombres que nos fueron leales, para que empiecen de nuevo. Y entre las familias de los barrios que fueron víctimas de la corrupción de Fernando. Es una forma de... equilibrar la balanza.
Él miró la tarjeta.
—No quiero tu dinero.
—No es mi dinero. Es tuyo —insistió ella—. Por tu lealtad. Por tu sacrificio. Por la familia que también perdiste esa noche. Tómalo, Viktor. Vete lejos. Construye algo nuevo. Encuentra a alguien que pueda devolverte la luz que perdiste.
Él finalmente tomó la tarjeta. Sus dedos rozaron los de ella por última vez.
—Adiós, Reina —dijo él.
—Adiós, mi fiel soldado —respondió ella.
Viktor Draven se giró y caminó por el muelle sin mirar atrás, una silueta solitaria que se perdía en la niebla de la mañana, desapareciendo de Ravenport y de la vida de Lucrecia para siempre.
El Fin de Elena
Alejandro estaba en su despacho, revisando los presupuestos de la ciudad, cuando su secretaria personal (una mujer mayor, eficiente y felizmente casada) le anunció una llamada. Era Elena. Hacía meses que no sabía de ella.
—Alejandro, cariño... —su voz sonaba lastimosa, falsa—. Las cosas no funcionaron. Cometí un error. Quiero volver a casa, a ti, a nuestra familia.
El antiguo Alejandro se habría sentido culpable, quizás incluso tentado. Pero el hombre que hablaba ahora era diferente.
—No hay un hogar al que volver, Elena —dijo él, su tono tranquilo pero inamovible—. Nuestra familia ahora es Emilia y yo. Te enviaré el contacto de un buen agente inmobiliario y de empleo si lo necesitas. Pero los papeles del divorcio están finalizados. Te deseo lo mejor, de verdad. Pero mi vida ya no te incluye.
Colgó el teléfono antes de que ella pudiera replicar. Por primera vez, no sintió dolor ni rabia, solo el alivio sereno de la libertad. El perro faldero, como una vez pensó Fernando, había muerto. En su lugar había un hombre que sabía lo que valía.
El divorcio de Alejandro se finalizó sin contratiempos. Elena, al darse cuenta de que no había vuelta atrás, aceptó un generoso acuerdo de confidencialidad y se mudó a otra ciudad, convirtiéndose en un recuerdo lejano.
El Equipo Alpha, ahora conocido solo como "El Servicio de Protección de Ravenport" o, en voz baja, "Los Guardianes del Gobernador", operaba desde las sombras. Bajo un nuevo contrato secreto con la oficina del Gobernador, su misión ya no era tomar de la ciudad, sino protegerla. Usaban sus habilidades únicas para desmantelar amenazas antes de que se convirtieran en crisis, una fuerza invisible que garantizaba la paz que Alejandro había prometido.
El Destino de Isabella
En el despacho del Gobernador, Isabella Montague tomaba una taza de té, observando a los hermanos Valtor. Rafael, aunque más delgado, tenía una nueva luz en sus ojos.
—Mi investigación sobre la "Sombra de la Noche" está oficialmente cerrada —dijo Isabella, dejando la taza en la mesa—. Los archivos que recuperaron de Fernando me han dado todo lo que necesitaba. Su red de distribución ha sido completamente desmantelada.