Ana observa a la mujer vestida de negro. Su abuela siempre lleva luto, es abrumador.
La abuela Rosa tiene un gesto serio y triste, siempre distante y misteriosa. Parece caminar por la casa como un fantasma. La verdad es que su pelo gris, su piel pálida y arrugada y sus apagados ojos grises la hacen parecerse bastante a uno.
Su padre le ha asegurado que no recuerda cuando fue la última vez que la vio sonreír.
La abuela Serrot, apellido de soltera que ha usado desde que enviudó, parece ese tipo de personas que esconden algún tipo de secreto y, Ana se muere por descubrir que es.
Ella es una Orraban, igual que su padre y su abuelo. Siempre ha querido preguntarle a su abuela por qué se cambió el apellido, pero nunca se ha atrevido.
Su abuelo era un rico e influyente comerciante y, por lo tanto nunca les ha faltado de nada. El negocio familiar ha ido mejorando aún más con los años y, ahora es uno de los más prósperos de la ciudad.
La abuela Rosa se pasa los días en la ventana del salón mirando al mar. Tal vez le guste mucho, o tal vez tenga que ver con su secreto, pues desde que podía recordar jamás la había visto salir de casa.
-Abuela, ¿Qué opinas del hijo del conde de Alle? –pregunta Ana sin mucha esperanza de obtener una respuesta.
-¿El conde de Alle?- pregunta Rosa con aire ausente-, es una buena familia, desde su palacio se ve muy bien el mar.
Ana suspira, no sabe por qué se esfuerza, su abuela solo piensa en el mar.
-Creo que va a pedirme la mano en la fiesta de esta noche, pero no sé...., papá y mamá creen que será un buen marido.
-¿Y tú qué opinas, cariño? –pregunta Rosa sin mirar a su nieta.
-No le conozco mucho, pero es alguien importante, sería la futura condesa.
-Eso está muy bien Ana, un conde está muy bien.
-Eso opina papá, pero no sé si es lo que deseo.
-¿Y qué deseas querida? –pregunta la abuela con un matiz de curiosidad.
-Me gustaría que fuese por amor –responde ella apenada.
-Querida Ana, no todo el mundo tiene la posibilidad de elegir- responde Rosa acabando su frase con un suspiro.
-¿Tú pudiste elegir abuela? -pregunta ella con entusiasmo.
-No querida, no tuve la suerte que tuvo tu padre, él sí pudo escoger.
-A veces me gustaría ser un chico y poder escoger.
-No digas tonterías Ana, puede que no te dejen escoger a tu futuro marido, pero nadie puede prohibirte el amor.
Ana observa a su abuela estudiando hasta el último detalle. ¿Ella amaba a su marido, o tuvo que renunciar al amor por él? Realmente es valiente aquella mujer que renuncia a su felicidad por el deber. A veces la solución más simple es enamorarse del deber. ¿Podría hacerlo ella?
- Debería ir a prepararme para esta noche, te veo luego abuela.
Dicho esto Ana da un beso a su abuela en la mejilla y sale del salón. Su abuela parece una mujer sabia, es una pena que parezca siempre tan perdida.
El gran salón de baile del pueblo está a rebosar. Todas las familias pudientes de Alle se encuentran allí.
En teoría es una fiesta más, como otras muchas que el alcalde celebra en honor del conde y su familia o, de cualquier estupidez que se le ocurra. Pero esta vez parece no faltar nadie, da la sensación de que saben que algo importante va a pasar.
Ana, con su hermoso vestido rosa, observa la fiesta junto a su madre sentada en un cómodo sillón cerca de la orquesta. En la mano sostiene una copa de champan a la que da algún sorbo de vez en cuando.
Su padre está perdido entre los invitados, seguramente entablando conversación con algún posible cliente.
Un muchacho de penetrantes ojos azules, elegantemente vestido y con andares de importante se acerca decidido a las dos mujeres que le observan desde el sofá.
-Buenas tardes señoritas, ¿disfrutando de la fiesta? -pregunta para entablar conversación.
-Desde luego, esta vez el alcalde se ha superado –responde la madre de Ana arrancando una sonrisa al muchacho.
-Perdóneme Rita, ¿podría robarle a su hija un rato?
-Desde luego. Si me disculpa, Guillermo, voy a buscar a mi marido. No sé qué estará tramando. Hasta luego Ana –Rita se levanta del sofá dispuesta a perderse entre los invitados.
Cuando Rita desaparece de su vista, el joven se concentra de nuevo en lo que le ha llevado hasta ese extremo del salón.
-Ana, ¿te gustaría bailar? -susurra tímidamente, dejando a un lado las formalidades, al mismo tiempo que tiende la mano a la muchacha.
-Vaya con la confianza -sonríe Ana, que acepta la mano con un profundo suspiro, al tiempo que deja su copa sobre una mesilla cercana.
Guillermo también sonríe ante el comentario y, acto seguido se apresura a conducir a su pareja de baile hasta la pista situada en el centro del salón.
Tras dar algunas vueltas sonriendo a los asistentes y, haciendo gala de su dominio del baile, el muchacho arrastra a Ana a la terraza del salón de fiestas del alcalde, buscando algo de intimidad.
-Hace una noche preciosa, ¿Verdad? -pregunta él intentando iniciar una conversación.
Ella no responde, se limita a mirar el jardín que se extiende más allá de la terraza.
Hace una noche fresca y estrellada, ideal para pasarla al aire libre.
-Siempre has sido una mujer de pocas palabras Ana, pero nunca me ha disgustado –comienza su discurso tomándola de las manos-. Es una de las cosas que más me gustan de ti, solo hablas cuando hay algo que decir. En realidad ya sabes que me gusta todo de ti y...
-No hace falta que te inventes un discurso para adularme, ambos sabemos que esto es un asunto más bien de negocios –le interrumpe ella.
-¿Y eso excluye que puedas parecerme encantadora? -pregunta él irritado.
Ella suspira, ¿Parecer encantadora es suficiente para aceptar a alguien? Tal vez sea mejor animarle a seguir, ese anillo acabará en su dedo de todas formas. Pero al menos él se está esforzando por hacerlo menos frío de lo que es.