La Rosa Blanca

Solo por compromiso

Daniel mira a Ana perplejo, no acaba de creerse lo que le está contando.

-¿Entonces dices que ese hombre afirmó que tu abuelo era un pirata?

-Aún no le he preguntado a mi abuela. No creo que le guste descubrir que estaba escuchando, pero no lo desmintió. Al parecer eran amantes.

Los dos jóvenes se encuentran sentados en la playa del acantilado. La marea está baja, pero las olas rompen con fuerza contra las rocas que la protegen. Con la marea alta la playa queda completamente oculta bajo el agua salada del mar.

Es ya algo tarde y Ana empieza a preguntarse si él vendrá. Tal vez haya visto que no estaba sola y, haya preferido no acercarse, o tal vez no haya podido venir.

-Me cuesta imaginármelo. Los piratas son crueles y sanguinarios. No hacen distinciones a la hora de abordar barcos. No tienen escrúpulos y, harían cualquier cosa para conseguir su botín. Mentir, engañar, atacar a gente indefensa..., no tienen corazón -afirma el muchacho sin darse cuenta de que ya no están solos.

Ana, que también da la espalda al visitante, tampoco parece haber notado su presencia. Por eso ambos pegan un respingo al escuchar su voz.

-¿Los piratas no tienen corazón? –Pregunta una voz tras ellos- ¿Acaso has conocido a alguno? No creo que te atrevas a repetirlo a la cara de ninguno de ellos-afirma el recién llegado con una sonrisa pícara en el rostro.

Los dos jóvenes se giran para mirar al recién llegado. Nicolás permanece de pie justo a sus espaldas. No le han oído llegar y por tanto no saben cuánto tiempo lleva realmente allí. Sus ojos, del color del mar, se cruzan con los oscuros ojos del asustado Daniel, quien no sabe muy bien cómo responder ante el comentario. Ese joven de aspecto delgado, pero fuerte, le inspira un inexplicable temor. Por suerte para Daniel el chico decide centrarse en Ana.

-Pensé que vendrías sola – afirma con voz dulce y tímida.

-¿Con los piratas por la zona? –Pregunta ella con fingida preocupación-. Es un amigo de confianza. Guardará el secreto -afirma ella dedicándole a el pobre Daniel una mirada que, al muchacho, le da más miedo que la idea de encontrarse con los piratas. Él se limita a asentir tímidamente haciendo un gran esfuerzo para no echar a correr. Nunca se ha atrevido a enfrentarse a ella realmente. Le da consejos si se los pide, la escucha e intenta comprenderla, pero no tiene autoridad sobre ella. Si lo intentase le haría el mismo caso que a sus padres: prácticamente ninguno.

Nicolás sonríe a su vez divertido por ver al muchacho empequeñecer bajo la mirada de su amiga.

-Hoy pareces de mejor humor, Ana –comenta retornando la conversación. La joven se sonroja avergonzada de repente.

-El otro día simplemente fue un mal día –responde ella con tono melancólico.

-¿No te importa que me siente y así me cuentas más cómodamente? –propone él.

Ana acepta su petición y Nicolás se sienta a su lado quedando así ella entre los dos muchachos. Luego la joven comienza a contar lo sucedido con la condesa y los preparativos de la boda con Guillermo. Ni siquiera ha podido escoger con quien casarse, se lamenta finalmente.

Tras desahogarse, Ana se echa a llorar cubriendo su rostro entre sus manos. Es tan fácil desahogarse a un desconocido..., y más si se muestra dispuesto a escuchar.

Nicolás tímidamente acerca su mano a la de ella y, la aparta suavemente de su rostro enrojecido por las lágrimas.

-Shhh, no llores -le susurra dulcemente secándole las lágrimas que resbalan por sus mejillas-, no merece la pena.

Ana deja escapar una tímida sonrisa, algo le dice que ese chico le va a caer muy bien.

Daniel por su parte permanece en silencio. Tiene la sensación de que su presencia estropea un momento en el que no debe participar. Los dos jóvenes parecen haber olvidado que no están solos en la playa, pero decide que es mejor no hacerse notar.

               

Ana mira a esas chicas tan elegantes en la pista de baile.

Guillermo ha sacado a bailar a una chica delgada y pálida, vestida con un traje que casi la corta la respiración. El hijo del conde de Alle nunca la ha prestado demasiada atención, pero ahora de repente ese hecho le importa más que antes.

El anillo de compromiso le quema en el dedo. ¿El resto de su vida será así: ¿Mirar desde un rincón como él se divierte y, cómo los condes controlan su vida? ¿Realmente su destino es ser una figura decorativa más del salón? Los demás chicos no se acercan a ella porque saben que en cierto modo "le pertenece" a él. Si al menos Guillermo le hiciese un mínimo de caso... ¿Qué deben tener las demás que ella no tiene para que las prefiera? ¿Acaso la ve fea? Lo lógico sería que la sacase a bailar, o la pasease por el salón en sus conversaciones con otros inviados para mostrar un mínimo afecto por su persona. Sin embargo, no parece importarle evidenciar que se trata de un mero asunto económico y que ella no es más que un simple intercambio de divisas que puede dejar olvidado en un cajón una vez asegurado el dinero. Aburrida como se siente, su mente viaja lejos de allí.

Recuerdos de esa tarde pasan por su cabeza. Su imaginación vuela a esa playa secreta en el acantilado. Nicolás parece tan diferente de su prometido... O, tal vez, simplemente su camino se ha cruzado con el del más maleducado de toda la alta sociedad.

Guillermo se despide de su última pareja de baile y se acerca hasta Ana. Parece que por fin se ha dado cuenta de que está allí.

-¿Llevas evitándome toda la noche? -pregunta ella en un susurro.

-Oh Ana, no seas celosa. Dentro de poco seré solo para ti -sonríe él con malicia.

-Perdóname si lo dudo, Guillermo, pro no creo que quieras librarte de todas esas admiradoras.

Irritada Ana se separa de él dispuesta a marcharse a otro rincón de la sala donde nadie la moleste, no está dispuesta a dejarse humillar así. Pero él la agarra del brazo con fuerza reteniéndola contra su voluntad.



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En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

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