La Rosa Blanca

El secuestro

Nicolás contempla distraídamente el agua mientras reflexiona sobre el barco en la cueva. Realmente no han encontrado nada especial en él, pero si realmente es el barco de Eric, en algún lugar estará escondida alguna pista sobre ese famoso tesoro que tanto obsesiona a su padre. ¿Por qué no buscarlo solo? Ana parecía muy asustada la última vez que fueron, y su amigo no puede abandonar sus responsabilidades tan fácilmente como él. Además, solo podrá inspeccionar más cómodamente el lugar.

Con el pretexto de ir al pueblo en busca de provisiones el joven abandona el barco en dirección a la playa del acantilado. Sin embargo, su hermano sospecha de que es una escusa para ir a ver a la nieta de Rosa y, así se lo hace ver a su padre.

-Es un buen momento para poner en práctica nuestro plan -le comenta- seguramente estén los dos solos. No habrá otra oportunidad como esta.

Dicho y hecho. Seguros de que Nicolás no sospecha nada deciden seguirle a una distancia prudencial.

                                                                                    

Ana corre por la playa como si huyese de algo, o de alguien.  El muchacho la ve venir desde la distancia. No parece haberle visto, pero prácticamente se lanza contra él.  

-Nicolás, he visto algo increíble. No puedes creer lo que he descubierto –confiesa ella tras casi tirarle al chocar contra el joven. Él la separa con delicadeza para poder mirarla al a cara.  

-¿Quieres relajare?, pareces claramente alterada.  

-No estoy alterada, solo es que... -Ana se interrumpe de repente-. ¿Y tú que haces aquí tan temprano?  

-Iba camino de tu casa cuando te vi venir de lejos -miente él, pues de repente se siente avergonzado de haber planeado ir a la cueva sin ella. 

-¿A plena luz del día? -pregunta ella sorprendida.

-A veces mostrarse delante de todo el mundo es la manera más eficaz de esconderse. 

Ella sonríe divertida, pero él se pone serio de repente. Algo ha captado su atención. En realidad, la sensación de estar siendo vigilado le ha perseguido desde que abandonó el barco.

-¿Qué pasa? -pegunta Ana casi susurrando. 

-Creo que no estamos solos -le confiesa él en voz baja.  

-Eso es imposible, no había nadie hace un momento. Además, no hay donde esconderse. De estarnos vigilando, veríamos a nuestros espías con claridad.

-Lo sé, pero los piratas son maestros del escondite. Es una habilidad esencial para nuestra supervivencia.

-¿Crees que son piratas?  -Pregunta Ana asustada. 

-Solo los piratas pueden esconderse en donde no hay donde ocultarse. 

-Gracias –susurra ella con ironía-, como que eso me hace sentirme mejor. 

Se hace el silencio. Ninguno se atreve a moverse. Ana está nerviosa y, el hecho de que su acompañante mire inquieto a su alrededor, no le ayuda.  

Se encuentran en medio de la playa. Allí no hay más que arena, pero ella decide confiar en el instinto de él. Las historias cuentan que los piratas son unos artistas del camuflaje. Si quieren pasar desapercibidos en medio de la playa, lo harán. Y algo le dice que están allí por ella.  

 Ana grita asustada. Algo tira de su pie y la hace caer al suelo.  

De la arena surgen cuerpos que se abalanzan sobre ellos desde todas las direcciones. Ana da una patada en el brazo del hombre que ha atrapado su tobillo con la pierna libre, y este la suelta. A continuación, Nicolás se sitúa entre su amiga y los piratas, intentando protegerla. Están rodeados. No hay escapatoria.  

 -Quédate junto a mí y no le pasará nada –le susurra el muchacho intentando parecer seguro. Ha reconocido a sus atacantes, pues se trata de la tripulación de su padre. A él no le harán nada, es la seguridad de ella lo que le preocupa.

Ella asiente aún en el suelo. En realidad, tampoco puede hacer otra cosa.

Los piratas mantienen la distancia, como si esperasen algún tipo de señal, pero están suficientemente cerca como para mantenerles prisioneros en el centro del grupo. Ninguno se atreve a volver a tocar a ninguno de los jóvenes.   

Pasados unos segundos, que a Ana se le hacen eternos, un chico se abre paso hasta ellos. Tiene los ojos negros como la noche y una sonrisa que inspira terror. No parece mucho mayor que Nicolás, pero tiene algo que hace que los piratas le obedezcan. 

-Vaya hermano –saluda al llegar al centro-, gracias por ayudarnos a atraparla.  

Ana pasa su mirada de uno a otro. Pese a que Nicolás es un poco más alto y delgado que el recién llegado y, además, tiene color de ojos diferente, si hay algo en ellos que indica que son hermanos. Tal vez su pelo castaño, o tal vez sus gestos en la cara, al moverse, o al mirarse. A simple vista pensaría que el desconocido miente, pero hay algo entre ellos dos que confina que sus palabras son verdad. 

-Déjala en paz, Edward –le amenaza él apretando los puños.  

-No te preocupes Nicolás, no tenemos intención de hacerle daño. Papá solo quiere que la llevemos al barco. Lo demás depende de lo dispuesta a colaborar que esté su abuela –confiesa Edward con una sonrisa pícara-. Te conviene no desobedecer al capitán -añade maliciosamente.  

-No pienso dejar que la toques. 

-Si colaboras no lo haré. No tienes elección. No merece la pena.  

-Tiene razón -interviene Ana-, nos tiene rodeados, no hay forma de escapar. No merece la pena que te enfrentes a ellos por mí, sería perder el tiempo.

Nicolás no añade nada más, tiende la mano a su amiga y la ayuda a incorporarse del suelo.

                                                                                                             

 

 



#2186 en Otros
#137 en Aventura
#5548 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.